La historia, publicada en febrero de este año parece salida de una película de espías, pero es tan cierta como el manto de corrupción que rodea a la FIFA. Y fue fundamental para descubrir la trama de corrupción en la FIFA que derivó este miércoles en la detención de varios de los principales dirigentes del organismo, entre ellos el uruguayo Eugenio Figueredo.
En febrero, el New York Daily News publicó una investigación de cómo el FBI usó a Chuck Blazer, por años el hombre más poderoso del fútbol de Estados Unidos y Concacaf, como soplón para descubrir negocios turbios en la FIFA, espionaje que incluyó a altos jerarcas y al presidente Blatter.
El informe traza un perfil acabado de Blazer: millonario amante de los excesos, obeso, y que amasó su fortuna hasta límites obscenos, como los US$ 29 millones que gastó con su tarjeta de crédito de Concacaf en siete años, o un piso entero en la Trump Tower de Nueva York, que destinaba a cuidar a sus gatos. Todo el mundo lo sabía, pero hasta 2013 había tenido impunidad total.
Blazer era una figura atacable por donde se quisiera, pero en cambio el FBI decidió utilizarlo: en 2011 lo amenazó con iniciarle juicio por evasión de impuestos durante más de 10 años. Sin salida y ante el peligro que su estilo de vida se esfumara en cuestión de días, Blazer aceptó colaborar.
Así, de un día para otro, el hombre fuerte del Mundial 1994 aceptó ser espía del FBI en el corrupto mundo del fútbol. Con un llavero, que tenía cámara y micrófono incluidos, Warner grabó varias reuniones con miembros del Comité Ejecutivo de FIFA.
El informe del Daily News no incluía los resultados de esas escuchas. Lo que sí se sabe es que, un año antes, Blazer había sido clave para la caída de Jack Warner, el triniteño expresidente de Concacaf y compinche del estadounidense por años. Es que Blazer, por entonces vicepresidente de Concacaf, ordenó la investigación que comprobó como Warner colaboró con Mohamed Bin Hammam, un jeque catarí que en 2011 inició un movimiento para sacar a Blatter de la presidencia de FIFA.
Para eso, Hammam invitó a todos los principales dirigentes de Concacaf a una reunión y a cada uno le dio un sobre cerrado con US$ 40 mil. Cayó y fue expulsado de la FIFA, pero antes, curiosamente, el organismo otorgó a su país la sede del Mundial 2022, contra todas las recomendaciones médicas y económicas.
En 2013, la investigación iniciada por Blazer llevó a la caída de su amigo Warner. Concacaf lo expulsó y lo acusó de corrupción y de dilapidar dineros del organismo. Vieja táctica: caído en desgracia, su viejo socio le soltó la mano. Pero Blazer tampoco duraría demasiado: en 2013 otra investigación sobre el caso Warner también salpicó al estadounidense. Blazer fue suspendido 90 días.
A esa altura el dirigente tenía problemas más graves: estaba presionado por el FBI y debía colaborar. En ese contexto había viajado a los Juegos Olímpicos de 2012, y pactado reuniones –a pedido de las autoridades de EEUU– con varios miembros del Comité Ejecutivo, para sacar información confidencial de cómo la FIFA otorgó las sedes de los Mundiales de 2018 y 2022.
Blazer salió de la esfera pública pocos meses después de su sanción, cuando se le diagnosticó un cáncer de colon que lo tiene seriamente debilitado. Como Warner, su aura cayó, y pasó de ser uno de los hombres más fuertes del fútbol mundial a un paria. Pero su colaboración a regañadientes empezó a cercar el poder de la FIFA.