La práctica de descansar los sábados y domingos, hoy considerada normal, tiene sus orígenes en una compleja evolución que comenzó en el siglo XIX. Durante este periodo, la vida laboral en Gran Bretaña estaba marcada por largas jornadas de trabajo que se extendían a seis días a la semana.
Sin embargo, los trabajadores comenzaron a resistir estas agotadoras rutinas, buscando la manera de recuperar su energía física y mental. La Revolución Industrial, que extendió las jornadas laborales a más de doce horas diarias, fue un catalizador para que los obreros lucharan por obtener tiempo libre.
Uno de los primeros ejemplos de resistencia fue el «Lunes Santo», una costumbre que permitía a los trabajadores alargar su descanso después del domingo. Los artesanos adoptaron esta práctica, aunque a menudo afectaba la productividad.
A pesar de las quejas de los empleadores, esta tendencia fue vista por sindicatos y grupos religiosos como una oportunidad para formalizar un nuevo modelo de descanso que beneficiara a todos. En este contexto, el padre George Heaviside argumentó en 1862 que un fin de semana oficial podría mejorar tanto la moral de los trabajadores como su asistencia a la iglesia.
La Asociación de Cierre Temprano, fundada en 1842, promovió la liberación de la tarde del sábado, lo que facilitó que más trabajadores disfrutaran de su tiempo libre. A medida que los empleadores comenzaron a aceptar los sábados de medio día, la industria del ocio vio una oportunidad de negocio, con trenes y teatros ofreciendo promociones para atraer a los trabajadores en su tiempo libre.
Esta transformación también fue impulsada por el auge del fútbol en la década de 1890, cuando los partidos del sábado se convirtieron en un evento popular, reforzando la idea de que el fin de semana debía incluir tiempo para el ocio y la recreación.
Finalmente, el concepto de un fin de semana de 48 horas fue consolidándose a finales del siglo XIX y principios del XX. La combinación de la presión de los sindicatos, la evolución de la industria del ocio y el deseo de mejorar las condiciones laborales llevó a que el descanso de sábado y domingo se convirtiera en una norma generalizada.
Hacia la década de 1930, los empleadores comenzaron a reconocer que un fin de semana más prolongado no solo beneficiaba a los trabajadores, sino que también mejoraba la eficiencia y reducía el ausentismo en las fábricas. Así, el fin de semana moderno se forjó a partir de un movimiento colectivo por mejores condiciones laborales y el deseo de disfrutar de la vida.