Mientras el Papa Adriano IV paseaba se le metió una mosca en la boca, quedándose atragantada en su garganta. Por más que lo intentaron, nada se pudo hacer y murió asfixiado de la forma más tonta.
El famoso astrónomo Tycho Brahe falleció en el siglo XVI por no orinar después de beber en exceso durante una cena. Por no levantarse, se aguantó, sufrió daños graves en la vejiga y poco después falleció.
El rey Enrique I de Castilla con tan solo 13 años de edad, sin apenas acariciar el trono, falleció de una pedrada mientras jugaba con sus amigos.
El gran científico de la Grecia clásica Arquímides, conocido por el principio hidrostático que lleva su nombre y el principio de la palanca, murió sin pena ni gloria a manos de un soldado que se hartó de sus sermones, y en un impulso, lo atravesó con una espada.
El compositor francés Jean Baptiste Lully murió luego que la pesada barra de hierro que portaba para marcar el compás en la orquesta se le cayó en el pie, y debido a las heridas que le produjo el accidente, murió de gangrena.
El célebre filósofo, abogado y escritor Francis Bacon murió por curioso. Mientras intentaba comprobar si el frío era bueno para la conservación de los alimentos salió a la nieve a enterrar un pollo con tan mala suerte que sufrió una neumonía, que poco tiempo después acabó con su vida.
El político y militar griego Agatocles, mejor conocido como el tirano de Siracusa, tuvo una muerte absurda pues mientras estaba comiendo se atragantó con un palillo y falleció.
El dramaturgo Esquilo, creador de la famosa tragedia griega, tuvo una muerte peculiar que roza en la comedia. El falleció luego que una tortuga cayó desde las garras de un águila y le impactó en su cabeza.
El rey Alejandro I de Grecia tuvo un reinado muy corto y su muerte no fue digna de un rey. Un mono que era su mascota lo mordió y le contagió la rabia, causándole una grave infección que acabó con su vida.
El emperador germano-romano Maximiliano de Austria murió por una fuerte indigestión tras comer gran cantidad de melones.
El policía Allan Pinkerton fundador de la primera agencia de detectives del mundo resbaló mientras caminaba y se mordió muy fuerte la lengua lo que al poco tiempo le causó una gangrena que acabó con sus días.
La gran bailarina estadounidense Isadora Duncan subió a su automóvil y se le enredó la bufanda que llevaba puesta en una de las llantas muriendo estrangulada a los 50 años de edad.
El Premio Nóbel de Literatura el francés Albert Camus murió de la manera más absurda, según sus propias palabras: Los medios publicaron que el ciclista Fausto Coppi había muerto en un accidente de tránsito a lo que el escritor aseguró que no conocía una manera más idiota de morir. Días después falleció de esa forma, ironías de la vida.
El novelitas y dramaturgo Arnold Bennett creía que lo sabía todo. En 1931 se sospechaba que el agua en París estaba contaminada por la bacteria tifus y éste en un alarde de superioridad decidió beber para demostrar que el pueblo inculto no tenía razón y que el agua estaba en prefecto estado. A los pocos día murió de tifoidea.