Conexión a internet, televisión, cocina, un retrete y hasta un pez como mascota tienen cabida en un particular Volkswagen Fusca.
Javier Miller Regalado, junto a su esposa Miria y su hija de 14 meses Shalom, son los protagonistas de esta singular aventura sobre ruedas. Su objetivo: llegar a Washington tras recorrer todos los países de América.
«De Buenos Aires voy a pasar a Santiago de Chile, de Chile voy a pasar de nuevo a Bolivia, de Bolivia voy a estar en el Perú, de Perú paso a Ecuador, Colombia, Costa Rica, Panamá, Nicaragua, Salvador, Honduras, México, después entro a los Estados Unidos», enumera Javier.
Si bien no es reconocida como tal en el libro Guinnes, «la casa rodante más pequeña del mundo», como les gusta denominar a «Don Julio», su pequeño auto, es, además de un Fusca, un camaleónico espacio del que surgen una sala de estar para ver la tele, un comedor, un cuarto de baño para ducharse y un dormitorio donde descansar cada noche durante esta «quijotesca» hazaña.
Algo que a simple vista parece imposible, dado que el espacio en el interior del vehículo es de poco más de dos metros cuadrados, toma forma mediante un estudiado sistema de engranajes que permite girar los asientos, convertirlos en cama y adaptar el espacio a todas sus necesidades.
«Fueron muchas pruebas y mejoras», explica Javier, quien hace cuatro años puso todo su ingenio a trabajar para convertir a su viejo auto en un vehículo versátil en el que recorrer el mundo.
Todo surgió después de leer un artículo en el que un periodista aseguraba que los latinoamericanos que menos viajaban en auto eran los peruanos y bolivianos.
«Queríamos romper el mito, dejar el nombre de Perú bien alto», dice con orgullo el creador de esta casa rodante.
Viajan sin cronograma y se dan «el tiempo de vivir en cada lugar» para «conocer y ayudar a las personas», aseguran.
Un viaje sin demasiada planificación, sin una fecha tope y con una hija de poco más de un año, algo que a muchos les generaría estrés, es una forma de vida para esta familia que asegura «no preocuparse por el mañana» y solo ocuparse de «conseguir el dinero para llegar al siguiente pueblo».
«Imagina que desde Perú hasta Río de Janeiro eran como tres mil dólares en comida, gasolina, mantenimiento y peajes para llegar» calcula el conductor, quien bromea mientras recuerda que entraron «a Brasil con 2 dólares».
Durante esta travesía han pasado por situaciones difíciles, sobre todo cuando enfrentan algún problema mecánico del auto o cuando el clima no acompaña, pero rescatan que «siempre» encuentran personas que los ayudan e incentivan a seguir, una especie de «karma» en el que esta familia confía.
Javier recuerda como en plena selva amazónica se estropeó la distribución de «Don Julio» y estuvo cuatro horas sin saber qué hacer o cómo solucionar el imprevisto.
Justo en ese momento aparecieron varios indios, entre ellos el cacique de la tribu de la zona, quien, tras preguntarles si tenían hambre, les ofreció comida y los ayudó a contactar con el poblado más cercano.
«Entró, sacó un animal y nos alimentamos dos días con eso», explica todavía incrédulo y agradecido Javier.
Durante el camino venían buscando una «chispa» que le diese «más brillo» al viaje. Ésta surgió durante el último enfrentamiento futbolístico entre Perú y Uruguay.
Javier recuerda que aquella noche empezó a recibir muchos mensajes de sus amigos, asombrados con la actitud de los uruguayos que no silbaron mientras sonaba el himno peruano al comienzo de encuentro.
«Uruguay hizo algo que impactó al Perú, respetó nuestro himno. Esto no lo ha hecho nadie», asegura Javier.
A raíz de este gesto surgió el que hoy es el objetivo principal de este viaje, el proyecto «Yo respeto tu himno» que será promocionado en toda América.
Javier quiere recoger un millón de firmas empezando por la del presidente uruguayo, Tabaré Vázquez, a quien le escribió una carta solicitando su apoyo en esta nueva gesta por la convivencia y el respeto entre los pueblos.
Después piensa ir al resto de presidentes y pueblos de Suramérica buscando el apoyo en esta causa.
«Lo mismo voy a hacer con Macri (presidente de Argentina), lo mismo voy a hacer con Bachelet en Chile y con los peruanos, porque ellos están muy agradecidos», planifica el creador de esta casa rodante.
Por ahora, esta familia peruana está consiguiendo que el afamado fusca celeste del expresidente José «Pepe» Mujica, no sea el único célebre en Uruguay.