Las botas alemanas sobre europa

Los 800.000 millones de euros del plan de rearme europeo, rebautizado por necesidades de comunicación positiva como “Readiness 2030”, parecen una medida de efectos prácticos limitados, pero con amplias repercusiones políticas y económicas en la arquitectura del Viejo Continente. ¿Es necesario porque el gasto militar ruso es superior al europeo? En absoluto, más bien lo contrario. En pleno conflicto, el gasto ruso asciende a 145.900 millones de dólares, mientras que el europeo (incluyendo el Reino Unido) asciende a 457.000 millones de dólares (el triple). Estados Unidos se sitúa en 850.000 millones de dólares. Ergo, afirmar que hay una brecha de inversión que cerrar es simplemente falso.

Rearme europeo: ¿Política de defensa o control alemán?
Rearme europeo: ¿Política de defensa o control alemán?

En realidad, lo que existe es la voluntad de reconvertir la industria europea en clave bélica, después de haber perdido ventajas en el mercado automovilístico y energético, de ver la pendiente del declive de la productividad en el sector manufacturero y la pérdida general de credibilidad en el ámbito financiero, único destinatario de las políticas económicas y fiscales. El costo de estas políticas ha sido la caída de los salarios, del empleo y del bienestar social, lo que ha empobrecido el área de la UE y ha favorecido el ascenso del neonazismo en diversos países. Al mismo tiempo, Bruselas se encamina a satisfacer las exigencias de la OTAN de aumentar las inversiones hasta el 3% del PIB, una demanda que se ha concretado abiertamente en el ultimátum que Trump ha lanzado a la UE: o se compran más armas a EE.UU. o Europa tendrá que defenderse por sí sola.

Asistimos a la propagación de una nueva legitimidad para el camino hacia la guerra sin contar con herramientas suficientes para contrarrestarlo. Rompiendo abruptamente con las políticas establecidas constitucionalmente en los años 50, Alemania se prepara en adjuntas para un plan de rearme cercano al billón de euros. Berlín ha liberado su expansionismo y prepara este gigantesco rearme para reafirmar su centralidad político-militar en la UE, dejando en segundo plano tanto su eje con París como la colegialidad de las decisiones europeas. Detrás de este rearme anunciado, inútil desde el punto de vista militar, se esconde una reconfiguración del liderazgo europeo con Deutschland über alles.

Von der Leyen, alemana y vinculada a los lobbies teutones, favorece este rearme que confirma a Alemania al mando de la UE y confirma cómo, después de haber doblegado el crecimiento europeo a las necesidades de la deuda acumulada con la reunificación, ahora Alemania se dispone a reorientar globalmente las políticas industriales y financieras del Viejo Continente en su beneficio. Se acabaron las restricciones sobre la deuda, porque incluso Berlín, con una recesión de dos años, necesita operar con déficit. Y que esto lo decida el nuevo canciller Merz, hombre de BlackRock y antiguo discípulo predilecto de Schäuble, el fanático del rigor fiscal, resulta bastante paradójico y tiene un valor simbólico tanto interno como externo.

En las esferas de poder alemán nunca ha existido una idea de gestión y gobierno de Europa, sino de su control y dominio. Más que la europeización de Alemania, se ha dado la germanización de Europa. Berlín experimentó un crecimiento imponente gracias a varios factores, los más importantes de los cuales fueron: afrontar los costos energéticos de la producción industrial a un precio favorable gracias al intercambio con Rusia; haber sido el principal socio comercial de China, aprovechando la intención de Pekín de penetrar en el mayor continente del mundo en términos de consumo; y haber contado con la protección política y militar de EE.UU., que veía en el control sobre Alemania el ejercicio de su diseño hegemónico sobre Europa.

Berlín, después de haber amenazado con su fuerza económica a Washington, ha perdido la competencia con EE.UU. a nivel comercial y financiero debido al fin de las ventajas en el costo de la energía suministrada por Moscú: hoy, en Europa, la energía cuesta cuatro veces más que en EE.UU., y esto es una lápida sobre la competencia. Y tras haber perdido el apoyo incondicional de Washington, haber asistido al reajuste de la línea de mando de la OTAN (trasladada a Londres, con Polonia, Romania y los países bálticos en primera línea), ha impuesto sanciones y restricciones a Pekín, perdiendo así la mayor cuota de exportaciones hacia China, que la ha derrotado en el sector automovilístico y en la transición verde. La recesión alemana también proviene de aquí y hoy Berlín considera que debe basar su crecimiento en la reconversión bélica de gran parte de su estructura industrial, arrastrando así a la UE a una nueva y peligrosa aventura cuya inquietante trama ya comienza a vislumbrarse.

Además, en una lógica global, el rearme alemán no puede dejar de asociarse con el japonés, configurando así, exactamente ochenta años después de Yalta, una arquitectura que genera más temores que matices. De nada sirve decir que el mundo ha cambiado y que establecer paralelismos con el pasado es paranoia política. La verdad es que existen varios puntos de conexión entre la actualidad y los años 30, y se perciben los apetitos alemanes y japoneses de cara a contener el avance del nuevo orden representado por Rusia y China. Parece perfilarse el fin de un mundo que, tras la derrota del nazifascismo, garantizaba la paz y prevenía el riesgo de autodestrucción. Y no es un detalle menor el peso electoral del partido nazi, que alcanza el 21%, sobre todo porque la AfD reivindica el derecho de Alemania a poseer armas nucleares. En una redefinición del papel internacional basada en la disuasión militar, los alemanes pretenden invertir las jerarquías, superando las limitaciones impuestas cuando se les permitió rearmarse en 1955, pero solo dentro del marco de la OTAN, creada, como decía el adagio, para mantener «a los americanos dentro, a los rusos fuera y a los alemanes bajo control».

No parece haber una idea de ampliación del marco político europeo, también porque, al no ser capaz de defenderse a sí misma, menos aún Europa podría defender a los demás. El caso de Ucrania muestra a la UE luchando por prolongar la guerra (total, los muertos los pone Ucrania), pero demuestra un protagonismo que no le pertenece, dado que Ucrania no es miembro de la UE ni de la OTAN. Por lo tanto, cualquier supuesta legitimidad para intervenir en el conflicto no estaría respaldada por tratados ni por estructuras organizativas. En esencia, es un intento de proyectarse más allá, asumir un papel internacional mucho mayor del que su impotencia estructural le permite (no es un Estado, no tiene una política exterior común, no tiene una Defensa común, no tiene una economía común ni intereses geoestratégicos compartidos).

Tampoco dispone de la credibilidad necesaria, considerando la pérdida total de ética en su discurso político, la constatación del doble rasero democrático que permite la suspensión de elecciones cuando el candidato de la UE pierde, y la hipocresía diaria en su supuesta vocación por la paz, donde cada ucraniano muerto es una tragedia, pero cada mil palestinos no generan más que una indiferencia manifiesta. Por algo para nueve décimas partes del mundo, la Europa que pretende defenderse es el continente que produjo dos guerras mundiales y que ahora está preparando la tercera. Es la cuna del colonialismo, el lugar donde el ingreso per cápita equivale al de tres continentes juntos, pero que sanciona al 73% de la población mundial.

Una desconfianza y una indiferencia que bien se han reflejado en el ámbito político y comercial, dado que más de 150 países miembros de la comunidad internacional no han adherido a las sanciones promovidas por Washington y Bruselas contra Moscú.
Apoyando el liderazgo alemán sobre Europa están los aliados de siempre, esos países que han hecho de la rusofobia una característica distintiva de sus identidades: una expresión de odio que define sus principios y políticas. Si se puede ignorar a países como Dinamarca, que cree poder defender a Ucrania cuando ni siquiera puede proteger su Groenlandia, el aspecto más inquietante lo representan los países bálticos. Fanáticos improbables, nazis hasta la médula y idiotas más allá de lo que incluso un enemigo los podría describir, ahora abogan abiertamente por la necesidad de atacar a Rusia antes de 2030. Y no es un chiste.
La idea de pagar todos el precio de sus palabras es irritante: morir por culpa de idiotas después de haber pasado la vida evitándolos, sería realmente molesto.

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