Recibido con un exagerado aparato de seguridad carente de todo sentido y de toda motivación que no sea la de hacer cosquillas al interminable ego del actor, Zelensky emprendió una nueva gira europea, reconfortado por la clara negativa de los países del G7 a plantearse un plazo máximo en el que, o Ucrania gana sobre el terreno, o se procede en la mesa diplomática.
En su lugar, ayuda ilimitada, apoyo indefinido en el tiempo y en la forma, e hipocresía a raudales, porque algunos de los países que más se exponen a favor de Kiev son los mismos que intentan, con infinita cautela, ver qué espacio puede abrirse gracias a la iniciativa china.
Sin embargo, se pueden hacer varias consideraciones al comentar la visita del presidente ucraniano Zelensky a Europa.
La más significativa fue la bofetada que Ucrania propinó al Vaticano. No sólo ya había declarado en los últimos días que no estaba al tanto de ninguna operación diplomática, sino que en Roma Zelensky redobló la dosis, afirmando que, aunque respeta al Vaticano, no necesita sus esfuerzos diplomáticos, ya que Ucrania no contempla la posibilidad de llegar a una solución del conflicto que no sea la derrota militar rusa, la retirada de sus soldados y la «restitución» de Crimea y Donbass a Kiev.
Probablemente ha olvidado cómo fue él quien pidió repetidamente la intervención en apoyo de la Iglesia de Roma, y cuando ésta llega la desprecia.
Nunca en la historia un Papa había sido tan ultrajado en Roma por un presidente de una nación que se decía católica, nunca su acción diplomática y reconciliadora había sido tan indignamente rechazada.
Rompiendo todas las reglas del protocolo y toda perspicacia política, la de Zelensky fue una muestra de arrogancia ciertamente incitada por Washington, que ahora ve con pavor cómo se avecina una iniciativa diplomática para alcanzar al menos un «alto el fuego».
Pero si para Washington la continuación de la guerra está motivada por su conveniencia política y económica, es posible que el actor ucraniano llegue a arrepentirse de tal arrogancia, dado que la posible marcha del Vaticano dejará la necesaria mediación a la lectura de actores decididamente menos indulgentes con Kiev de lo que habría sido el Papa Bergoglio.
Al mismo tiempo, es grave que las autoridades institucionales italianas, alemanas y francesas que se reunieron con Zelensky no lanzaran una clara advertencia al actor, que sigue actuando disfrazado de combatiente sin haber luchado un solo día en su vida, como si quisiera identificarse con las tropas que le detestan para ser enviado al matadero mientras él y su camarilla engordan a base de encargos y giras por todo el mundo, como ha documentado la propia CIA, que ha advertido de la reventa a terceros del armamento que llega a Ucrania.
Es posible que parte del armamento que llega a Kiev y acaba en distintas manos esté destinado a armar al crimen organizado y a grupos paramilitares que se encargarán de continuar la guerra incluso en caso de acuerdos de paz.
No sería la primera vez que EEUU opera de esta manera, basta recordar el ejemplo de Afganistán en los años ochenta.
La visita de Zelensky a Roma, Berlín, París y Londres, centrada en una nueva súplica ucraniana a la UE y al multimillonario racista ultraderechista de Downing Street, tenía la misión de ocultar las aterradoras dificultades militares a las que se enfrenta el ejército de Kiev, que en todos los análisis militares parece incapaz de llevar a cabo la ya servilmente anunciada contraofensiva, mientras sigue perdiendo terreno y hombres.
No hay especulación que esté a la vista de todos: fue el propio Zelensky, en vísperas de la gira europea, quien declaró que la contraofensiva ucraniana no sería posible, al menos en el tiempo y forma en que se pregonaba, porque habría costado al país un número de hombres insoportable.
La gira del mendigo Zelensky por Europa ha suscitado una gran voluntad política en los gobiernos de la UE, pero en cuanto a ayuda concreta, sólo Alemania ha prometido 2.400 millones de euros, mientras se niega a suministrar aviones de combate a Kiev.
Esto puede explicarse por la intención de no desviar el conflicto de la vía de una guerra convencional de posicionamiento, ofensivas y retiradas, conquistas y reconquistas de fragmentos de territorio que no tienen otro valor particular que el de mantener la guerra.
La mentira, un arma decisiva
La pérdida de vidas en Ucrania es un tema que no tiene espacio en el sistema mediático occidental. No hay datos sobre las bajas ucranianas como sí los hay sobre su capacidad para defenderse de los ataques rusos.
Se vierten ríos de palabras para relatar las supuestas dificultades rusas, las crisis en la cadena de mando de Moscú, las rencillas internas en la cúpula rusa y el malestar de las tropas.
Todo ello mientras se asegura que Ucrania ganará, como Meloni dijo estar segura en una retardada y nostálgica exaltación de la fanfarria mussoliniana.
La situación sobre el terreno no es una cuestión secundaria. Es un elemento decisivo para contrarrestar los esfuerzos diplomáticos de China y el Vaticano y para convencer a la opinión pública europea, que clama por el fin de una ayuda militar que sólo sirve a los mercaderes de armas y a la continuación de la guerra.
No es casualidad que la información sobre la situación militar sobre el terreno se contrate al Ministerio de Defensa de Kiev, ahora famoso por la hipérbole con la que envuelve las mentiras.
La última de ellas, habla de 200.000 muertos rusos, que en realidad, desde el inicio del conflicto, se acercan a los diez mil.
Después de todo, sería incomprensible por qué Rusia ocupa el 25% de Ucrania, por qué Kiev denuncia el bombardeo de viviendas civiles y todo tipo de cosas nefastas, pero luego proporciona cifras de bajas rusas que sólo pueden explicarse si los rusos se estuvieran bombardeando a sí mismos.
Las cifras hiperbólicas proporcionadas por Kiev realmente denuncian una guerra de propaganda, en la que los ucranianos alcanzan un punto de excelencia en el que se les va la boca.
Ponen toda su imaginación en ello y, al igual que luchan con armas, municiones y comandantes de la OTAN, utilizan el sistema mediático occidental y la censura de Rusia para transmitir cifras e historias completamente inventadas.
Desde el principio, el conflicto ucraniano se ha caracterizado de esta manera. Basta recordar el primer episodio de guerra mediática, la ocupación rusa de la Isla de la Serpiente.
Mientras la propaganda ucraniana hablaba de las hazañas heroicas de los defensores y de la imposibilidad de que los rusos tomaran la isla, Moscú producía vídeos de la rendición general de todos los militares ucranianos que la defendían, con declaraciones de los prisioneros.
Sólo con el primer intercambio de prisioneros entre Ucrania y Rusia, muchos de los defensores de la isla, que no tenían nada de heroicos, fueron devueltos a las autoridades ucranianas.
Toda la guerra ha estado marcada por esta mistificación total de la realidad, por esta inversión de la realidad que constituye el formato de comunicación, típico de las guerras de cuarta y quinta generación, que contemplan el uso de los medios de comunicación como herramienta fundamental de apoyo a las operaciones militares.
Ocultar los fracasos propios y generar indignación ante los éxitos del enemigo, convirtiendo sus éxitos en crímenes y sus fracasos en derrotas, es el primero y más básico de los formatos de comunicación.
Los gobiernos europeos no son ciegos ni estúpidos. Si, a pesar de la carnicería de los ucranianos y de la devastación de Ucrania insisten en suministrar armas, es porque es lo que corresponde a sus intereses y a los, preeminentes, de la dirección, que está en Washington. Temen un revés electoral en 2024 y saben que deben ejercer la máxima presión militar contra Rusia antes de la votación.
Negocios y geopolítica la ponen Washington y Bruxellas, los ucranianos se ponen la piel porque sirven al único propósito real: mantener a Rusia en guerra. Para desgastarla económica, militar y políticamente.
Para tratar de ondular su alianza estratégica con Pekín perfilando intereses progresivamente divergentes, para tratar de derrocar al gobierno de Vladimir Putin con el fin de recuperar una ventaja en la organización militar planetaria.
Este es el objeto del juego: la OTAN contra Rusia, que precede al juego del viejo orden mundial unipolar contra el nuevo orden mundial multilateral. A nadie le importa Ucrania.
Tampoco les importa a quienes siguen suministrándole armas obsoletas, que sirven para vaciar depósitos y reiniciar el aprovisionamiento militar. Negocios y corrupción incluidos.