Los testimonios recabados en las investigaciones por los delitos de abusos sexuales cometidos por dos sacerdotes en Argentina son totalmente desgarradores.
Algunas de las víctimas relataron que los religiosos obligaban a los niños más grandes a violar a los más pequeños, algo que ha llenado de indignación e impotencia a las familias de los menores abusados.
Otra víctima expresó que se desmayaba del dolor que le producían las vejaciones; otra que se cortaba a sí misma de manera regular como consecuencia del trauma.
En total, los curas Nicola Corradi, de 83 años y su segundo, Horacio Corbacho, de 59 años fueron encontrados culpables de 28 ataques y torturas sexuales entre 2005 y 2016.
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Los religiosos fueron absueltos en otros por falta de acusación por parte del fiscal o por el beneficio de la duda. Sus víctimas tenían entre 7 y 17 años de edad.
Nicola Corradi, recibió 42 años de cárcel por hechos en grado de autoría y coautoría o partícipe necesario, con figuras como la promoción de la corrupción de menores.
En tanto, Horacio Corbacho recibió otros 45 años por hechos que incluyeron imputaciones como abuso simple y con acceso carnal agravados por ser el encargado de la guarda de sus víctimas y ser ministro de culto, además de aprovechar la convivencia, la misma figura que le fue aplicada a Corradi.
Corbacho se ha proclamado inocente y los otros dos imputados, (el jardinero del instituto) se han negado a declarar.
Los aberrantes hechos ocurrieron en el Instituto Próvolo, en Argentina, donde “se atendía” a niños sordos y de escasos recursos.
Condena de los sacerdotes
La lectura del veredicto, al ser un caso con delitos de instancia privada, fue realizada a puertas cerradas aunque el Servicio de Información Judicial de Mendoza lo transmitió por Youtube.
El Tribunal mantuvo en reserva los nombres de las víctimas al relatar cada uno de los hechos.
De acuerdo con la acusación de la fiscalía, los abusadores buscaban garantizar el silencio de los niños la mayoría de ellos de escasos recursos económicos mediante amenazas: les decían que los expulsarían o que matarían a sus padres si revelaban lo que sucedía.
Además, reducían adrede su capacidad de comunicación porque en el instituto no se enseñaba lenguaje de señas. Que sus víctimas tuvieran la facultad de comunicarse garantizaba la reducción de sus habilidades de realizar denuncias.
Los testimonios públicos
Además de describir sus padecimientos en los tribunales, distintas víctimas dialogaron al respecto con los medios.
“Era muy mala la vida ahí adentro. Nosotros no aprendíamos nada, no teníamos comunicación, no sabíamos lengua de señas, escribíamos y no sabíamos qué, preguntábamos a otros compañeros y, también, nadie entendía nada”, contó Ezequiel Villalonga, quien eligió revelar su nombre.
Otro de ellos, llamado Yoel, contó que allí los abusos “siempre eran de noche” y que a los niños que dormían en el instituto se los obligaba a no quitarse los audífonos para ir a dormir, para que no escucharan los gritos.
J.J.R fue violado al menos 8 veces mientras estuvo en el instituto. En ocasiones hasta llegaba a desmayarse por el dolor que sufría durante esos ataques.
Contó cómo en una de las oportunidades el cura Corradi encontró a dos violadores mientras atacaban al ex alumno. Lejos de hacer la denuncia correspondiente, se limitó a ordenarle a Gómez y al otro ex empleado que se retiraran a sus habitaciones.
Luego de los abusos, los criminales se encargaban de trasladar al joven misionero al médico. Las consultas ocurrían siempre fuera del instituto, de acuerdo al relato del joven.
Más allá de esto, no existen registros en la causa ni ninguna denuncia de un profesional de la salud referidas a atenciones a un ex alumno del Próvolo por lesiones de este tipo, por lo que no se descarta que la Justicia guíe parte de los focos a estos episodios.
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Ya atendido por los médicos, a J.J.R. lo llevaban generalmente a un local de comidas rápidas y allí le compraban una hamburguesa con papas fritas, presumiblemente para garantizar su silencio.
Su familia descubrió sus padecimientos cuando, de vacaciones en su provincia natal de misiones, su madre lo llevó a un control médico porque evidenciaba dolores.
La victima cuenta que viajaron ese mismo día a Mendoza, porque ella fue a pedir explicaciones en el instituto por lo que había observado el médico», relató una fuente de la investigación. Esa fue la última vez que J.J.R. pisó el Próvolo.
El cura llegó a la Argentina en 1970 para dirigir el Instituto Próvolo de La Plata, proveniente de la sede de Verona.
Casi 40 años más tarde, en 2009, la revista italiana L’Espresso de Milán reveló acusaciones de prácticas similares en ese instituto.
En ese entonces, un grupo de 67 exalumnos revelaron los abusos a los que habían sido sometidos entre las décadas de 1950 y 1980 y acusaron al Vaticano de “encubrir” a los abusadores.
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La diócesis de Verona llevó a cabo su propia investigación al respecto y sancionó a cuatro de los 24 acusados, entre los que no estaba Corradi. En ningún caso hubo un proceso penal porque el delito ya había prescrito.
La cantidad de abusos, su magnitud y el hecho de que ocurrieran a lo largo de varias décadas y en distintas partes del mundo posaron también el foco de atención sobre el accionar de la Iglesia Católica, tanto en la Argentina y en Verona como en su centro neurálgico, el Vaticano.