La tragedia fue descubierta por un vecino que lo llamó y lo llamó por el patio, pero el señor nunca contestó, solo se escuchaba aullar a su fiel amigo “Firulay”, por lo cual decidió avisar a una hija de don Pedro Pablo y a la policía.
Cuando los agentes del orden público llegaron junto al forense, fue necesario llamar a un veterinario pues “Firulay” no dejaba que nadie se acercara al cuerpo, por lo que al llegar el médico le disparo un dardo tranquilizante para anestesiarlo.
Ya con Firulay bien dormidito, el forense Juan Bautista Carrasco pudo examinar el cuerpo de don Pedro Pablo, dictaminando muerte por infarto, en tanto su hija Ana María Gómez dijo que su padre era amante de los pikinyukis y siempre que salía a beber lo hacía acompañado de su perro, quien ahora quedo huérfano.