Desdolarización. Es decir, reducción progresiva del uso del dólar estadounidense en el comercio internacional y en los depósitos de reserva estratégica de los Estados. ¿Consecuencias? Reducción de la influencia de Estados Unidos en la gestión de la economía internacional. El término desdolarización ha entrado ya en el léxico habitual de la geopolítica, además de en el de la economía. Ambos aspectos están íntimamente ligados, ya que esta hipótesis genera por sí misma un cambio de época en el equilibrio económico internacional. Su difusión y las reglas para su uso, fijadas unilateralmente por el emisor, determinan la centralidad absoluta y una pesada hipoteca de los EE.UU. sobre los mercados internacionales, porque a través del poder de decisión sobre el uso del Dólar, los EE.UU. deciden qué países, cuándo, dónde y en qué productos pueden comerciar, intercambiar, invertir. No es casual que hablemos de la dictadura del dólar, precisamente para subrayar la influencia absoluta de la divisa estadounidense en la economía mundial.
La suerte de la desdolarización estará ligada al número de importadores, exportadores, deudores, acreedores y comerciantes internacionales de divisas que dejarán de utilizar únicamente el dólar y se inclinarán por otras monedas. Lo que, por supuesto, conllevará negociaciones y revalorizaciones ligadas a la mayor incertidumbre e imprescindibilidad internacional de otras divisas. No podía quedar fuera de ellas la renegociación de la impagable deuda, que tendría un impacto muy fuerte en el Sur global; la mera intención de algunos de proceder en esta dirección ya es perturbadora para los equilibrios económicos internacionales.
Según el Banco de Pagos Internacionales (BPI), el dólar sigue representando el 90% del comercio mundial, pero la tendencia general es a reducirlo en lugar de implantarlo. Esta tendencia se ve ahora respaldada por el bloque económico más importante del mundo, el BRICS+, que, con una veintena de países adheridos y otros tantos estudiando la posibilidad, supera ya al G7, que, por el contrario, no ve nuevas adhesiones en el horizonte.
La reciente cumbre de los BRICS+ hizo hincapié en general en dónde y cómo proceder y tendrá que dar una respuesta técnica, no sólo política. El camino concebible parece ser este (con velocidades diferentes según los países): una nueva moneda, común y digital, que pueda defenderse de las fluctuaciones del dólar y que sea funcional a la reforma del sistema monetario internacional.
No será un proceso rápido, ni exento de escollos. Los países que poseen reservas estratégicas en dólares estadounidenses (casi todos) tienen grandes dificultades para cambiar de divisa, tanto por las repercusiones negativas sobre el valor de una venta repentina y masiva, como por las consecuencias políticas del gesto. Además, los bancos internacionales, incluidos los de los miembros del BRICS+, siguen teniendo la barriga llena de dólares estadounidenses y también de títulos incobrables, es decir, de deuda tóxica. Lo que se necesita, por tanto, es un proyecto político que implique también la unificación bancaria y fiscal, que cree una convergencia macroeconómica sólida que tenga en cuenta los desequilibrios comerciales existentes entre los distintos miembros, y que no repita los errores de la unificación monetaria europea.
Habrá que dar varios pasos para cambiar por completo o en gran medida la estructura económica internacional, pero los BRICS+ no son un club de fanáticos, están seguros de la necesidad de actuar pero son muy conscientes de los plazos y los riesgos. Sus hipótesis es, para la primera fase, pasar del uso del dólar a un sistema de cambio interno dentro de los países BRICS+. Se trata de utilizar más las monedas nacionales en los intercambios internos en lugar del dólar estadounidense, que entre otras cosas con la subida continua de las tasas obtiene el aumento exponencial de la deuda de los países deudores, perjudicando aún más sus presupuestos y ahogando su soberanía económica residual, por lo tanto política.
La desdolarización es, por tanto, una opción política: se trata de devolver la libertad a las reservas estratégicas de los distintos países y al comercio internacional, ambos activos fundamentales para el desarrollo económico y la consiguiente soberanía política de cada país. La hipoteca política de Estados Unidos es ya insostenible para todos.
Dólar, moneda imperial
Occidente se siente amenazado y recuerda que el dólar es la única moneda creíble, políticamente sólida, jurídicamente asistente y defensiva frente a las fluctuaciones del mercado, razones por las que la mayoría de los países lo han elegido para sus reservas. Pero es una verdad invertida: la decisión de asignarle las reservas estratégicas ha sido forzada por la arrogancia internacional del imperio estadounidense, que ha impuesto el Dólar por encima de todas las demás monedas, convirtiéndolo en un instrumento absoluto y casi exclusivo en la formación de reservas monetarias estratégicas.
La desdolarización del comercio energético y alimentario y, por tanto, la capacidad de los Bancos Centrales de todo el mundo para reducir sus reservas en Dólares, son las mayores ansiedades de Washington y Wall Street, las dos sedes del mando político y financiero del capitalismo internacional. La demanda de Dólares
para actuar en los mercados internacionales hace que imprimirlos sea una medida obligatoria y conveniente para EEUU. Pero si el comercio internacional se regulara con monedas diferentes y, por tanto, se redujera la demanda de dólares, la economía estadounidense sufriría enormes consecuencias. Porque llenar el mundo de dólares mediante la impresión infinita de dinero ha proporcionado una protección extraordinaria a su déficit.
Sin ninguna ética, los EE.UU. utilizan el dólar al servicio de sus objetivos políticos, porque el primer nivel de conflicto con un país que no les cede el mando es bloquear el uso del dólar. Permitir o no su uso significa tener o no acceso a los mercados internacionales, decidiendo así la importación/exportación de cada país, es decir, la comercialización de sus productos, la posibilidad de inversión para el capital extranjero, en definitiva el valor de su economía y de su sistema/país, que se vuelve así irrelevante en los mercados internacionales si así lo decide EEUU.
Pero la comercialización sólo existe con la posibilidad de transacciones, y aquí está la cuestión paralela de las plataformas para pagos internacionales, en la que se centró la reunión de BRICS+ en Johannesburgo. Como es bien sabido, los intercambios en dólares, libras esterlinas y euros pasan por el sistema Swift (con sede en Bélgica pero controlado por EE.UU.), el sistema de pagos internacionales con un sistema de codificación que permite a los bancos de todo el mundo identificarse entre sí y comunicarse para procesar los pagos internacionales.
Se podría decir que es un instrumento de garantía, una evolución del Telex, pero es sobre todo el instrumento que permite a Estados Unidos operar un control previo de cada transacción internacional, tanto entre particulares como entre Estados, para garantizar la aplicación de sus sanciones. De hecho, basta con suspender el código SWIFT de un particular, de una empresa o incluso de todo un país, para impedir que nadie efectúe pagos al beneficiario identificado por ese código. No sólo: el uso de SWIFT también permite bloquear a los intermediarios para que no realicen transacciones con o en nombre de los afectados por las sanciones estadounidenses, creando así un fuerte incentivo para aplicarlas a todo el mundo. SWIFT, nacido como un tecnicismo operativo del sistema bancario internacional, es hoy una poderosa arma de EEUU en el ejercicio de la hegemonía monetaria mundial.
El marco resultante se vuelve insostenible para el Sur global, que ve su desarrollo amenazado, en parte impedido y en cualquier caso obstaculizado. Un desarrollo que en cambio requiere inversiones, apertura de mercados, recursos e intercambios no sujetos al consentimiento de Washington, que sólo llega a cambio de devoción política y cesión de recursos y soberanía. En este sentido, la introducción de plataformas alternativas, como las que están estudiando los BRICS, es una operación de alto riesgo para Estados Unidos pero una necesidad urgente para el Sur global.
La alarma de las reservas mundiales
A partir de 2022, un nuevo asunto se abre paso en las cancillerías del Sur Global: el asunto ucraniano, las amenazas a China y la agresiva recompactación de la OTAN exponen al mundo a un riesgo muy elevado, que afecta también a la estabilidad de los depósitos y a su intocabilidad por razones políticas. Se abre así el capítulo de los depósitos estratégicos de los países, normalmente asignados a bancos occidentales, que con el embargo de las cuentas primero de Venezuela y luego de Rusia, demostraron plegarse a la voluntad política de Occidente desafiando la neutralidad declarada, considerada por todo inversor como una garantía para sus depósitos.
Algunos países están pensando en una retirada gradual: la confiscación de activos, la congelación de depósitos y fondos ha preocupado a toda la comunidad económico-financiera internacional, porque el robo puede ocurrirle a cualquiera y en cualquier momento, basta con formar parte de una «lista negra» elaborada unilateralmente por Estados Unidos.
De ahí la desvinculación, que consiste en una reducción lenta pero constante de los depósitos que podría desembocar en una nueva disposición de las reservas financieras de cada país en total autonomía. Su futura asignación – al menos en parte – podría ser al Banco Internacional de Desarrollo de los BRICS+, y la soberanía de los países sobre sus propios fondos garantizaría el diseño de una nueva moneda para el comercio, primero dentro de la asociación y luego a nivel mundial. Además de los beneficios comerciales, habría una mayor adhesión al perfil de seguridad y soberanía de los depósitos exigidos por todos los inversores, especialmente los institucionales.
Los datos parecen reconfortantes: para el FMI, el porcentaje de dólares en las reservas oficiales de divisas cayó al 57% en el último trimestre de 2022 (sería del 47% si se ajustara a las variaciones del tipo de cambio). Nunca tan bajo en los últimos 20 años. Ya hay operaciones en circuitos distintos al dólar, chinos, rusos e incluso indios, y la posibilidad de que gran parte del mundo pase a operar en monedas distintas asusta al Estado profundo de Occidente. Una menor circulación del mismo, como consecuencia de una menor demanda, significaría una menor influencia de Estados Unidos en el comercio internacional, y por tanto una menor relevancia en la geopolítica planetaria.
Es difícil que la Casa Blanca cambie de rumbo, pero también que el resto del mundo dé marcha atrás. El dólar, símbolo de la prepotencia estadounidense, corre el riesgo de convertirse en el símbolo y la sustancia de una crisis irreversible provocada por la voluntad de dominar y saquear, preferida a la idea de gobernar. Pero, al final de la gran borrachera, siempre llega la factura que hay que pagar.