En un trágico episodio que ha conmocionado al mundo, dos ataques aéreos del Ejército de Israel contra edificios residenciales en el norte de Gaza han dejado un saldo devastador de 84 muertos, de los cuales más de 50 son niños.
Esta nueva escalada de violencia se produce en medio de un cerco militar intensificado que ha sumido a la región en un estado de emergencia y desesperación.
Las autoridades gazatíes han denunciado que los bombardeos han provocado no solo la muerte de civiles, sino también la destrucción de hogares y la desolación de familias enteras.
La Oficina de Comunicaciones del Gobierno gazatí, controlado por Hamás, ha calificado estos ataques como una «masacre». En un contexto donde los servicios de emergencia y atención médica son prácticamente inexistentes, los efectos de esta violencia se amplifican, dejando a los sobrevivientes sin ayuda ni protección. La falta de recursos básicos y la incapacidad de acceder a atención médica han convertido a la población en blanco fácil de la agresión militar.
Desde el inicio del conflicto el 7 de octubre, más de 43.250 palestinos han perdido la vida, la mayoría de ellos mujeres y niños, en lo que se describe como una catástrofe humanitaria sin precedentes.
La situación se ha vuelto insostenible, y los informes de la comunidad internacional advierten sobre el impacto devastador que esta guerra está teniendo en una población ya sufriente y vulnerable. Las cifras de heridos superan los 101.800, un reflejo desgarrador de la magnitud de la crisis.
Las autoridades en Gaza han instado a la comunidad internacional a actuar con urgencia y a cumplir con su obligación de proteger a los civiles en medio de este conflicto. Responsabilizan a Israel y a sus aliados, como Estados Unidos, Francia, el Reino Unido y Alemania, por lo que consideran un genocidio en curso.
La llamada a la acción es clara: el mundo no puede permanecer indiferente ante la muerte de inocentes, especialmente de los niños, que son las víctimas más tristes y representativas de esta tragedia.