El 13 de octubre de 2017, un crimen espeluznante en Atlanta, Georgia, sacudió a la comunidad y al país entero. Lamora Williams, de 24 años, mató a sus dos hijos pequeños, Ja’Karter de 1 año y Ke’Yaunte de 2 años, metiéndolos en un horno encendido, lo que les causó la muerte por exposición prolongada al calor.
El crimen, que fue documentado por Williams durante una videollamada con el padre de los niños, desencadenó una investigación que rápidamente desmintió su versión inicial, en la que acusaba a una niñera desaparecida.
Las evidencias forenses demostraron que los niños habían muerto por una exposición intencional al calor, desmintiendo las alegaciones de un accidente. La escena del crimen fue brutalmente clara: los niños fueron colocados en el horno de manera deliberada, lo que implicaba un plan premeditado. La videollamada entre Williams y el padre de los niños fue crucial para desenmascarar la verdad.
El padre de las víctimas, Jameel Penn, vivió el calvario de ver las imágenes de sus hijos muertos en directo. Su testimonio fue clave para esclarecer los hechos y se convirtió en un doloroso recordatorio de los horrores que pueden acontecer en el hogar. Durante el juicio, el fiscal argumentó que el crimen fue cometido con total conciencia, desestimando la defensa de la madre, que alegaba problemas de salud mental.
Finalmente, el 15 de noviembre, Lamora Williams fue condenada a cadena perpetua sin posibilidad de libertad condicional, además de 35 años adicionales por otros cargos. La sentencia marcó un hito en la lucha por la justicia en casos de violencia infantil, dejando un mensaje claro sobre las consecuencias de actos tan crueles.