En la segunda mitad del siglo XVIII diversas circunstancias acaecidas en un fuerte militar en Centroamérica, convirtieron en heroína a una joven nicaragüense, cuyo enfrentamiento a tropas militares inglesas más numerosas y mejor equipadas, no la amedrentó sino que la obligaron a actuar, como la primera artillera latinocaribeña, para defender un enclave estratégico en esa región.
En una época en la que las mujeres no tenían oportunidad de destacarse, la mayoría se ocupaba de las labores hogareñas, al cuidado de los hijos y tampoco tenían instrucción escolar para hacer otras labores, Rafaela protagonizó un hecho que la sitúa como símbolo de valentía y audacia femenina.
En julio de 1762 se libra un combate desigual, entre una fuerza de filibusteros ingleses, con más de cincuenta barcos y dos mil hombres enviados desde Jamaica, contra un fuerte ubicado en el río San Juan, defendido por unos cuantos hombres al mando del capitán José Herrera y Sotomayor, quien murió durante el cerco de los británicos.
La muerte del militar dejó huérfanos no sólo a sus hijos, entre los que estaba Rafaela, sino a sus tropas, que carentes de un guía comienzan a flaquear, pero es en esa circunstancia en que Rafaela reacciona, no con dolor, sino con mucho más valor que varios subalternos, para revertir la situación y someter a los invasores.
Era Rafaela, una muchacha delgada de apenas diecinueve años, que supera la pérdida de su padre, tomando en sus manos el mando del fuerte militar, antes de lo cual tiene que abofetear a un soldado asustadizo y luego arrebatar el cañón que manipulaba un teniente, con el que lanza un disparo certero que causa graves bajas al enemigo, actitud que logra infundir valor a la tropa que comienza a respetarla como comandante.
En esa área geográfica, el fuerte El Castillo de la Inmaculada Concepción de María, era un punto clave que defendía la ciudad colonial de Granada, en la actual Nicaragua y además estratégico, porque constituía la salida al Océano Pacífico.
Una muchacha de armas tomar
Como los ingleses se habían percatado de que algo ocurría en el fuerte, a pesar de las bajas sufridas continuaron con su actitud beligerante, en tanto Rafaela se preparaba para una nueva acción.
Los europeos mantienen el cerco y envían un mensajero con un ultimátum, donde manifiestan que respetarán la vida de quienes se entreguen. A lo que Rafaela responde con una frase clave: “Que los cobardes se rindan y que los valientes se queden a morir conmigo”.
Luego de leída la nota, nadie se entrega. La batalla prosigue y los castellanos liderados por la moza, siguen disparando a los barcos invasores y pese a la desigualdad, logran diezmar a la flota filibustera.
Rafaela ordena acopiar todas las sábanas que tenían y empaparlas en alcohol, luego las lanzan sobre ramas secas flotantes y las encienden, con lo que crean una barrera de fuego.
Esta inusual táctica militar sumada a las bajas en la tropa inglesa, deciden finalmente la retirada de los invasores británicos, en cuya expedición -según historiadores de la época- se hallaba el joven marino Horacio Nelson, quien años más tarde, siendo Almirante, derrotaría a Napoleón en Trafalgar, su victoria y tumba marítima. Sin embargo no pudo vencer a la artillera nicaragüense.
Diversos factores socioculturales, entre ellos, la desigualdad de géneros desconocen aún hoy, en la segunda década del siglo XXI, que en la otrora sojuzgada región de América Latina y el Caribe donde desarrollaron todo su poder severos militares, una muchachita haya derrotado a la armada británica.
Versiones sobre la existencia de mujeres que combatieron contra sus amos u otros explotadores hay varias. En crónicas orales, murales de piedra y bajorrelieves se evidencia la actitud femenina contra la opresión, pero este acto de Rafaela que mereció reconocimiento, no se registró debidamente.
No fue hasta siglos posteriores que la gesta llamó la atención de artistas y literatos, entre los que figuran Enrique Fernández Morales, autor de la obra teatral “La niña del río” (1960) y Pablo Antonio Cuadra, quien la transfiguró como heroína “nacional” en su poema “Mayo / Oratorio de los cuatro héroes”
Legado de una heroína
Rafaela Herrera nació en Cartagena de Indias un 6 de agosto de 1742 fruto del amor fugaz entre el castellano José Herrera con una bella mulata colombiana que murió luego del parto. Rafaela creció en medio del fragor de las batallas y con el estigma de su origen.
Once años más tarde viajó a la ciudad nicaragüense de Granada -donde permaneció el resto de su vida- en compañía de su padre, que había sido nombrado por las autoridades españolas, para hacerse cargo del Fuerte del Castillo.
Su experiencia en el mundo de la defensa tras las murallas, la había adquirido en aquella ciudad, de la mano de su padre, oficial experto en el manejo de fuertes. Sus juguetes eran los implementos de combate y sus juegos estaban relacionados con la estrategia militar.
Esta joven mujer con su actitud heroica rompió con el esquema “hombre-soldado”, al ponerse al frente de la guarnición que cuidaba un fuerte militar.
Derrotó con audacia a una tropa élite europea, gracias a sus conocimientos militares, evidenciando que la mujer preparada es capaz de tomar partido en la defensa nacional.
Cambió el concepto mujer-ama de casa/ mujer-madre, al encabezar una labor no hogareña que hasta ese momento era responsabilidad masculina, lo que deshizo el concepto de desigualdad de género.
Por primera vez en la historia, una fémina no luchaba con armas conocidas: boleadoras, lanzas, machetes, sino con un arma más moderna que requería una técnica, con la que derrotó a un enemigo poderoso, y se convirtió en artillera.