Darío y Sandino, mensaje de los Nuevos Tiempos a Estados Unidos

Las nicaragüenses debemos reconocer que fue el fundador del Frente Sandinista, Carlos Fonseca, quien devolvió al primer plano nacional e internacional, todos los méritos del General de Hombres y Mujeres Libres, Augusto C. Sandino.

Sandino no podía ser atrapado por el olvido, sea por miedo, por cálculo o por ignorancia. Los intelectuales de fusta conservadora creían que el canon de los ilustres, colocados a la par de los símbolos patrios, estaba completo con la galería de próceres habilitados por los presidentes de los 30 “aristocráticos” años del siglo XIX.

Darío y Sandino irrumpen para poner en pie la historia y que no se inclinara jamás ante nadie. Sandino, el más importante de todos los héroes, es uno solo con Darío en la configuración del arquetipo nicaragüense. El metapeño y el niquinohomeño, hijos de la Nicaragua rural, son los que paradójicamente le dan sentido universal a la nación, salvándola del desastroso provincianismo de la élite conservadora y sus letrados que hacían del poder su propiedad señorial.

El Príncipe de las Letras Castellanas fue despreciado por la oligarquía conservadora, que nunca le apoyó en vida a pesar de su genio. Y el muchacho elogiado por la Premio Nobel Gabriela Mistral como “hombre heroico, héroe legítimo, como tal vez no me toque ver otro”, tenido por bandolero por las paralelas históricas que partían del pensamiento solariego de la Calle Atravesada en la Historia.

El liróforo fue abierto al mundo y el patriota lo ratifica; prosa y versos en un solo esfuerzo: “No profesamos un nacionalismo excesivo. No queremos encerrarnos aquí solos. ¡Que vengan extranjeros, incluso (norte) americanos, desde luego!”. (1)

Qué tan adelantados estaban los dos constructores de la Patria, y qué grande se ven en el Siglo XXI, cuando la derecha más atrasada de todos los tiempos, y su partido impreso, andan con un “pánico” prestado al “¡Ahí- vienen -los- rusos!”, película rodada en el año de la Guerra Fría de ¡1966!

Darío y Sandino señalaron las despiadadas políticas de lo peor de los Estados Unidos que les tocó vivir y sufrir; el primero solidario con el presidente, general José Santos Zelaya, víctima de la política de la intolerancia practicada por la Casa Blanca, y Sandino organizando a su Pequeño Ejército Loco para enfrentar a la mayor potencia que jamás se conoció desde que la humanidad salió de Mesopotamia.

Ambos, Darío y Sandino, coincidieron, sin compartir el calendario, su visión de conjunto de Estados Unidos; su magisterio fundacional de la patria no derrapó en un odio supremo al país de las barras y las estrellas. Su defensa de la dignidad nacional provenía del corazón, no del hígado; correspondía a un hondo procesamiento del intelecto y no de las arengas de baratija, comunes a los gamonales decimonónicos.

Rubén destacó las alturas magníficas de una patria del tamaño de Benjamín Franklin, sus “ejemplos buenos y dignos de imitación” como la “máquina universitaria” y “el mecanismo pedagógico de los norteamericanos”, propuestos como modelos en Latinoamérica por su “empuje, constancia e iniciativa”. No obstante, se empequeñece con el espíritu de los Theodore Roosevelt: “Todo lo monopolizan, todo lo toman, esas gentes de los Estados Unidos… Y se imponen y se introducen en todas partes…”.

Su escrito es fulminante: “Mas hay que advertir una cosa. Sin sus peligros y exageraciones, bien venga la influencia del alma norteamericana. Aprovéchese lo que debe seguirse, síganse los ejercicios de la energía. Mas no se pierda lo bueno y asimilado de otras civilizaciones”. (2)

Sandino, en su mensaje al pueblo surgido de los inmigrantes del Mayflower, descubre sus sentimientos: “Necesitamos conocernos para que nuestra vida continental sea de cooperación. Los pueblos hispanoamericanos y los del norte deben de ser como hermanos que cuiden juntos del continente. Mirando hacia el Pacífico y hacia el Atlántico. Repito, como hermanos, pero que ninguno quiera atentar contra la libertad o la independencia del otro. Así, hermanos del continente americano, el Nuevo Mundo debe ser la tierra de los pueblos efectivamente libres. Un saludo y mi abrazo fraternal al pueblo de los Estados Unidos”. Patria y Libertad”. (3)

Patria, no patio trasero

Hicieron patria, la colmaron de contenido, y no se dejaron someter al envolvente rezago secular de los señorones que no distinguían la huerta del municipio, la finca del departamento y la hacienda de la nación, hasta concluir, en esa nefasta escala piramidal de la mediocridad neocolonial que Nicaragua, por tanto, no era país, sino patio trasero de los Estados Unidos.
Por eso la intelectual Rosario Murillo ha proclamado de donde soplan los Nuevos Tiempos: “Darío, el Inmortal, el Poeta Universal; y Sandino… esas dos Vertientes son parte profunda de nuestra Identidad Nacional”.

El presidente Barack Obama puede dormir tranquilo en Washington, sabiendo que la Embajada de Nicaragua en Estados Unidos nunca haría lo que sí sus predecesores, Herbert Hoover y Franklin D. Roosevelt, ejecutaron con sus diplomáticos. Un hijo del periférico barrio El Laborío, donde los españoles confinaron la mano de obra indígena de Matagalpa, lo expuso así:

“Al tramar el asesinato de Sandino, la embajada norteamericana con Mathew E. Hanna primero y Arthur Bliss Lane después, se propuso cometer un crimen perfecto, y evitar dejar la marca de toda huella. Ahora estamos en tiempo de la política del Buen Vecino y hace falta no repetir lo de Lane con Madero y Pino Suárez (presidente y vicepresidente de México), o lo de Wise con Charlemagne Peralte (patriota haitiano) en el pasado tiempo del Big Stick. Sin embargo, sabido es que no hay crimen perfecto: allí están indelebles las huellas de la mano yanqui”. (4)

De Metapa, de Niquinohomo, de El Laborío, de los excluidos, es de donde nos ha venido lo mejor de Nicaragua. Por eso, cuando el Frente Sandinista incluye a los pobres no es por clientelismo, es buscar, con su protagonismo, la bendición de Dios.

Notas:

(1) Con Sandino en Nicaragua. Ramón de Belausteguigoitia, p.199.

(2) Rubén Darío, Escritos Políticos. BCN, pp. 305-307

(3) Maldito país. José Román. 2da. Edición 2002, p. 31

(4) Carlos Fonseca. Obra Fundamental. Aldilá editor,p.89

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