Aranceles del 10% para los europeos que exportan a EE.UU., pero exención de aranceles europeos para las empresas estratégicas estadounidenses que operan en Europa. Esta asimetría de contornos kafkianos es la primera parte del nuevo modelo de relaciones bilaterales EE.UU.-UE, confirmada también por el acuerdo alcanzado entre los países miembros de la OTAN sobre la propuesta estadounidense de llevar el gasto militar al 5% del PIB. La nueva dimensión bilateral entre EE.UU. y la UE es una victoria de Trump y una nueva vergüenza europea, que certifica cómo, frente a los deseos del señor feudal, vasallos, subvasallos y subsubvasallos inclinan la cabeza, la razón y la dignidad.
El acuerdo prevé que los 800.000 millones de euros destinados al rearme europeo salgan del presupuesto continental y entren en el bolsillo estadounidense. Trump obtiene una victoria estratégica, política y económica: reafirma una incuestionable cadena de mando y pone fin al cuento de que EE.UU. protege a Europa, mientras la Alianza Atlántica es instrumento a defensa de los intereses estadounidenses. Recibe el agradecimiento de las Big Three que lo respaldan y relanza los beneficios industriales de EE.UU. centrados en el complejo militar-industrial.
Los acuerdos en el seno de la OTAN indican que los fondos armamentísticos angloamericanos representan la verdadera línea programática de Occidente. También se beneficiarán de este inmenso rearme algunas empresas europeas como la alemana RHEINMETALL, la británica BAE Systems y la italiana LEONARDO, cuyas acciones suben como consecuencia del acuerdo. Todas tienen parte de sus acciones en manos de fondos financieros estadounidenses, que también son los principales accionistas de los gigantes armamentísticos de EE.UU. Si en tiempos del Covid se asignó a Big Pharma la mayor parte del botín, ahora le toca al complejo militar-industrial.
En resumen, los europeos tienen como beneficiario al sistema militar estadounidense, que volverá a llenarle los depósitos occidentales vaciados inútilmente para sostener el nazismo ucraniano y suministrará armas para las próximas guerras, revelando así el nexo entre estas y el capitalismo financiero global. Un juego de suma cero donde las empresas dominan a los Estados, que hacen guerras contra otros Estados para enriquecer a las empresas.
Surge así una gigantesca reconversión del sistema industrial occidental, funcional al gran reseteo global impuesto por la pérdida de influencia de Estados Unidos (y por ende de Occidente) en el escenario económico, financiero y militar mundial. El movimiento de capitales servirá para reducir el impacto de la deuda estadounidense, ampliar aún más la potencia de fuego de la OTAN y devolver a Washington y al dólar la centralidad perdida.
¿Y quién pone el dinero?
Como en toda aventura capitalista, el origen está en el dinero de todos que se convierte en propiedad de unos pocos. También en este caso, los fondos necesarios para el mayor rearme de la historia moderna se buscarán solo en parte a través de herramientas financieras: la mayor parte vendrá del recorte, país por país, del gasto social.
En cuanto a los instrumentos financieros, el plan es limitado. El Tesoro de EE.UU. tiene dificultades para colocar su enorme deuda pública. Para afrontarla, se estudia una reforma que permita a los bancos estadounidenses saturarse de bonos del Tesoro, pero esto provocará un fuerte debilitamiento del dólar. Y tampoco será fácil para los bancos, dadas las decenas de miles de millones en activos tóxicos que arrastran desde 2008.
En Europa también se buscan soluciones similares, como eurobonos u obligaciones conjuntas: títulos de deuda emitidos por todos los Estados miembros de la UE, que permitirían pagar menos intereses sobre los préstamos para el rearme. Pero siguen siendo deuda e intereses sobre deuda, por tanto, al final, una cuestión de presupuesto. Y la reducción de recursos públicos destinados al gasto social ampliará inevitablemente el área del malestar social, aunque para ellos eso no es un problema, al contrario: aumentará la penetración de los fondos privados de salud, instrucción y jubilación en el tejido social de los países, añadiendo beneficios a beneficios de unos pocos a costa del sufrimiento de muchos.
Los columnistas al servicio de las empresas armamentísticas sostienen en prensa y televisión que esta inversión en defensa generará, por el contrario, un crecimiento del PIB. Es falso, porque después de 2029 este gasto se convertirá en deuda plena. El capitalismo no cree en un enfrentamiento frontal con Rusia y China: lo amenaza con fines propagandísticos, pero no tiene intención de llegar a ello. Quiere prosperar, no morir. No se trata de cuántas armas se tengan: no hay posibilidad de doblegar militarmente a Rusia o China, amenazarlo sirve a crear la narrativa de la amenaza que se recibe.
El rearme de la OTAN, inútil desde el punto de vista militar frente a la segunda potencia nuclear del planeta, es, en definitiva, una gigantesca operación de traslado de recursos públicos a los bolsillos privados de los gigantes de la producción bélica, que a su vez son propiedad de los fondos especulativos que controlan y dirigen a los gobiernos occidentales.
El caso italiano es revelador: si el gasto militar llegara al 5%, del PIB, es decir 110.000 millones al año, representaría, después de las pensiones (122.000 millones), el mayor gasto del presupuesto, más que sanidad (88.000), casi el doble de educación (56.000) o políticas sociales (66.000).
El aumento del gasto militar ni siquiera generaría un crecimiento significativo del PIB, porque según la Oficina Presupuestaria de la Cámara de Diputados, “las inversiones en el sector militar son las que menos retorno tienen en términos de impacto económico. El multiplicador es de 0,5: es decir, por cada euro gastado en defensa, el ingreso aumenta solo 50 céntimos. Por tanto, no se recupera ni tiene efectos estructurales positivos a largo plazo, como sí ocurre con las inversiones en infraestructuras, educación y sanidad, que tienen multiplicadores superiores a 1. Esto se debe a que buena parte del gasto en defensa se absorbe mediante importaciones, en promedio el 60%, y enriquece a países extranjeros. Gastar un 1,5% más por año (37.000 millones) hasta 2029 daría como resultado un crecimiento acumulado del PIB de apenas un punto en cuatro años”. Una miseria económica para un desastre social.
Paseando por el abismo
El hecho es que cualquier proyecto de crecimiento de la acumulación primaria se concibe ya solo a través del desmantelamiento del Estado social, cuyos flujos de gasto se desvían hacia la industria bélica, elegida como nuevo motor de la recuperación.
Desde 1989, el unipolarismo de pensamiento único ha descubierto la necesidad de reinventarse un enemigo para seguir construyendo armas que sirvan para hacer guerras que, a su vez, justifiquen otras armas para nuevas guerras. Ha vivido en la búsqueda constante de una emergencia inventada que justifique el mantenimiento de su inmenso dispositivo. Para mantener en pie este gigantesco aparato, primero sustituyó al «imperio del mal» por el terrorismo islámico, luego vino la “Guerra contra el Terror” hacia cualquiera, y ahora es el turno de la amenaza rusa y china. El caso de la “amenaza rusa” es revelador: nunca demostrada porque nunca ha existido. Mientras se afirma que Rusia está perdiendo militarmente en Ucrania y que su economía está destrozada, también se dice que Moscú quiere conquistar Europa hasta llegar a Portugal.
Pero si pierde con Ucrania, ¿cómo podría vencer a Europa? Un país de 140 millones de habitantes, riquísimo en recursos, ¿por qué querría invadir un continente de 540 millones, con 30 ejércitos a batir, con un gasto militar ya un 30% superior al ruso, y pobre en todo salvo alimentos, de los que Rusia abunda? También la amenaza china es paradójica: China no ha hecho una guerra desde su liberación de la ocupación japonesa en el 1945; está rodeada por veinte bases militares estadounidenses instaladas en el Mar de China, no en Florida. ¿Y sería China la que amenaza? ¿Y a quién?
Asistimos al fracaso económico, social, político y moral de la ideología liberal, disfuncional y generadora de enormes riquezas como resultado de grandes exclusiones, capaz de representar los intereses de Occidente pero no las necesidades del mundo. La verdad constatable es cada vez más lo opuesto al relato ideológico, y la ansiedad por no sucumbir bajo el juicio del Sur Global y del Este ha privado a Occidente de discurso público, de toda propuesta inclusiva de crecimiento socioeconómico, reducido ya solo a la oferta de una guerra permanente, camuflada bajo una propaganda de aspectos cada vez más absurdos que lo tiene sin la mínima credibilidad.
Es solo el nuevo rostro del capitalismo depredador, herido y hambriento, que al imaginar una resurrección del neoliberalismo, arriesga la muerte de la humanidad. El imperio decadente se ve amenazado por un mundo que evoluciona. Prefiere combatirlo antes que comprenderlo y diseñar un futuro compartido para la humanidad. Aunque sepa que es el único posible.