Plan Trump, las garras sobre Gaza

Llamado ya convencionalmente “Plan de paz”, el proyecto de Trump y Netanyahu sobre Palestina interroga al sistema político y mediático internacional, ansioso por encontrar una salida a la insoportable evidencia del genocidio en curso en Gaza. Pero, ¿realmente en este caso se puede hablar de un “plan de paz”? ¿O se trata más bien de una simplificación para el proyecto de reajuste occidental de todo Oriente Medio, que prevé el fin de los palestinos como pueblo y propietarios de un territorio, su supervivencia como mera entidad, y la entrega total de las riquezas naturales de su tierra a la especulación israelí y estadounidense?

En el caso del “Plan de paz” de Trump, el primer problema está en el título. Porque el supuesto “plan de paz” de Trump sobre Oriente Medio es en realidad un plan de guerra contra los palestinos y una amenaza a los países islámicos de toda Asia Menor.

En primer lugar, no considera la opinión de los palestinos; aun siendo estos los destinatarios principales del proyecto, nunca fueron consultados, ni siquiera de manera informal, sobre su contenido. No solo no se prevé la soberanía palestina sobre Gaza, sino que tampoco se escucha su punto de vista.

Cierto, existe una interlocución con Hamas, pero tiene el carácter de ultimátum y no de consulta. Un “tómalo o déjalo, sobrevives o mueres” en pocas horas, como en el estilo de Trump, que establece con claridad el espesor mafioso del personaje, poco inclinado al diálogo y naturalmente orientado a la imposición. Aquí encaja la correspondencia de carácter con Netanyahu y la propensión innata al dominio sobre el otro.

Como ya ocurrió con Ucrania, cuando Trump impuso a Zelensky la cesión de los yacimientos mineros próximos al Donbass a cambio de garantías estadounidenses en defensa, también aquí el despótico presidente norteamericano impone sus negocios con la amenaza de la fuerza, incluso a Netanyahu, que deberá conformarse con las migajas. Una táctica ya habitual: entra en un conflicto que ha provocado directa o indirectamente y amenaza con acelerarlo o ponerle fin, pero a cambio exige recursos y riquezas que los territorios generan.

El “Plan”, en definitiva, es una estafa disfrazada de paz. Rompe derechos e impone árbitros, ignora la historia e impone negocios. Prohíbe la libre autodeterminación política estableciendo quién debe gobernar a los palestinos en lugar de los propios palestinos y condena su existencia al mero rol de mano de obra de los proyectos empresariales angloamericanos y sionistas. Ningún compromiso en la persecución de los responsables del genocidio, ninguna idea de compensación material, ningún programa de reconstrucción de las estructuras públicas, y mucho menos de las propiedades privadas. Como si se tratara de un terremoto y no de un genocidio. Desde cualquier ángulo que se lea, sea cual sea la cultura jurídica de pertenencia, el “Plan” es, bajo todos los aspectos, indigesto, vergonzoso en su contenido e ilusorio en su eficacia.

Se ofrece como el primer freno concreto al genocidio y esto, sin duda, es positivo, el único aspecto positivo del Plan. Pero se oculta que esto habría sido posible también en ausencia de un plan regional, únicamente con una decisión basada en los principios del Derecho Internacional. Si EE.UU. hubiera querido imponer el alto al fuego, lo habría hecho simplemente diciendo “basta”. El plan no está hecho para detener el genocidio, sino que se vuelve necesario para iniciar la construcción de estructuras destinadas a acoger el turismo: pero los beneficios quedarán firmemente en manos estadounidenses e israelíes y conducirán a la reducción definitiva de un pueblo a mera comparsa, mano de obra a precios de esclavitud para proyectos especulativos sobre gas y turismo destinados a llenar los bolsillos privados de Trump y de los jerarcas sionistas.

En toda propuesta de paz y de reorganización política de zonas en conflicto subyace siempre una idea de Derecho y de la sostenibilidad del plan, al menos a corto y mediano plazo. Pues bien, el llamado “plan de paz” anunciado por Trump la semana pasada es un concentrado de concepción colonial anglosajona que parece haber salido de los manuales del Imperio británico en el siglo XIX, cuando en su máximo esplendor controlaba un tercio de las tierras emergidas y una cuarta parte de la población mundial, alcanzando 33,7 millones de km². No por casualidad fue concebido, elaborado y divulgado por los dos peores enemigos de Palestina –Israel y EE.UU.– con el apoyo oculto de la Corona británica, ignorando por completo la voluntad de los palestinos, que son el pueblo sobre el cual se abate este plan de paz.

En el plano conceptual, el plan de Trump representa el cierre forzado de la “cuestión palestina” surgida tras el plan anglo-francés de 1948 que instituyó el Estado de Israel imponiéndolo por la fuerza en Palestina. Un epílogo siempre deseado pero negado por el imperio anglosajón. Bajo el aspecto estrictamente político, el plan de Trump representa la conclusión definitiva de los acuerdos de Camp David y de Oslo 1 y 2 y, con ello, el fin de la hipótesis de “dos pueblos y dos Estados” y de cualquier autonomía política y administrativa de su territorio en la que Occidente fingió comprometerse en los últimos 30 años. Con todas sus hipocresías, esa hipótesis al menos indicaba, en principio, un derecho igual de ambas naciones a existir.

Ahora bien, con el plan Trump, la posible y necesaria coexistencia entre Israel y Palestina pasa a ser material de estudio para los historiadores y ya no plataforma jurídico-política a la cual debería inspirarse la comunidad internacional. Además, reconoce la fuerza como única palanca de la negociación sobre la suerte de los palestinos y, en general, de todo Oriente Medio. Esta es la mayor victoria política de Netanyahu y de su gobierno nazi-sionista.

No por casualidad, como ya en el siglo XVII, se impone una especie de protectorado para los palestinos y, para subrayar tanto la continuidad histórica como la centralidad de los negocios y su convivencia con el horror, se le confía a Tony Blair, criminal de guerra británico responsable de más de un millón y medio de muertos en la guerra de Irak y hoy consultor de la British Petroleum, el rol de procónsul del imperio. Una nueva Compañía de las Indias, de tracción atómica y bendecida por la City.

Hamas parece aceptar, aunque con algunas objeciones, el plan de Trump. También la ANP, gobierno palestino en Cisjordania, ya dijo que sì. Para Hamas como para la ANP es, de todos modos, una elección obligada. En primer lugar porque los palestinos no pueden soportar más el costo humano del genocidio por parte de Israel y de sus cómplices estadounidenses y europeos; luego está el aspecto político, que lo obliga a aceptar, porque no puede aferrarse a un principio sin salida aparente que no sea la aniquilación total de su pueblo.

Lo que importa es entrever una rendija para el alto al fuego, porque cada día que pasa suma otras cien víctimas a la contabilidad de muertos palestinos, y reconocer una derrota histórica es el único modo de conservar la posibilidad de retomar la lucha.

Lo que parece, sin embargo, una victoria total para Netanyahu, corre el riesgo de no serla del todo. Porque ahora la crisis política que se abrirá con la extrema derecha religiosa (que quisiera el exterminio hasta el último palestino y la imposición de Israel como único gobierno del área) comportará la caída de su gobierno y para él se abrirán las puertas del proceso judicial que lo espera desde hace unos tres años.

En fin, hay otros elementos a considerar: un plan como el de Trump, tan burdo e inaceptable, contra legem y ofensivo incluso para la moral común, si en lo inmediato limita a los funcionarios genocidas de Tel Aviv, por otro lado no puede garantizar a futuro la pacificación militarizada del colonialismo atómico israelí en la zona. Es perfectamente claro para todos que no habrá palestino sobreviviente que no busque, con las armas que disponga, vengar el genocidio. Igualmente claro es que no es posible reducir a esclavitud a un pueblo en pleno tercer milenio y que, por tanto, el conflicto encuentra en el plan de Trump y Netanyahu solo un step y no un stop. Y, aunque casi similares, los dos términos tienen un significado decididamente diferente. Pronto hasta lo más optimistas se darán cuenta. El odio de la víctimas se ha vuelto general, tal como la disponibilidad a morir cuando ya no se tiene nada para vivir.

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