He visto de un tirón el documental de Marcio y Carlos Vargas y, mejor decirlo abiertamente, me ha gustado. Un documental no es una película. La película es creatividad y fantasía y, aun cuando se inspira en una historia real, tiene en la adaptación cinematográfica su cifra narrativa. Fantasía e imaginación. En suma, al cine le toca la tarea de hacer soñar.

El documental, en cambio, es un producto más periodístico que cinematográfico. Aunque se filma con técnica cinematográfica, con herramientas propias del cine y con espíritu de cineastas, el documental lo es si cuenta lo sucedido, si produce emociones y hace trabajar el imaginario sin alterar la realidad. En definitiva, el documental tiene la misión de ilustrar, de recordar, de denunciar y de describir, pero, fundamentalmente, de no dejar olvidar. Por eso debe colocar personas, cosas y hechos en su lugar, narrar lo acontecido con el único objetivo de mostrar a quienes no lo vieron aquello que no puede dejar de verse.
Si así están las cosas, si esta parcial distopía entre cine y documental es correcta, hay que decir de inmediato que el documental “FSLN, camino hacia la victoria”, aunque se presente con las características típicas de la información, logra igualmente hacer que los espectadores se identifiquen con la historia. Consigue hacer sentir parte de esa vivencia a todos quienes lo ven. Y la elección de imágenes y del sonido que acompaña el relato ayuda a ubicar hombres y cosas en el punto de la historia donde deben estar.
El documental está filmado con una excelente técnica cinematográfica, montaje incluido, y la alternancia entre color y blanco y negro narra casi simbólicamente los distintos tiempos en los que se expresó la etapa del Sandinismo, capaz de atravesar dos siglos de historia y salir de ellos igual y distinto de cómo nació, hasta el punto de poder superponer palabras y gestos a lo largo de casi un siglo y verlos entrelazados en su relato. Narra la epopeya del Frente Sandinista, la historia gloriosa de un país tan pequeño que, gracias al Sandinismo, se convirtió en una nación digna y respetada.
El documental está estructurado en capítulos, y esta es una buena idea, porque permite valorar cada pasaje con la atención debida. El Sandinismo es prólogo, desarrollo y epílogo de este relato. Testigos de primer orden e imágenes que sostienen la absoluta veracidad de sus testimonios, exhiben una historia que no es otra cosa que el objetivo discurrir de los acontecimientos.
El trabajo de Marcio y Carlos comienza con la traición de Somoza, un triste testaferro de sus amos yanquis, grande solo en el horror, dominante hacia adentro y dominado desde afuera. Se cuenta una historia de terrible violencia y de sublimes rebeliones, de injusticia, de pobreza y represión – la fórmula venenosa del somocismo – y se pone en escena su único antídoto: el Sandinismo. En la descripción de la ferocidad somocista ocupa el lugar principal la mano armada de la dictadura, es decir, la asquerosa Guardia Nacional. Un ejército bien armado y mentalmente estructurado sobre la ferocidad, el furor nihilista, el odio hacia su propio país y su misma población, que se expresa en asesinatos indiscriminados, en la tortura, en la indiferencia ante el dolor. Carente de todo sentido común, de piedad y de lógica, la GN expresa solo toda su barbarie, su corrupción, su violencia sin propósito ni tiempo, todas garantizadas por una supuesta invencibilidad y una indiscutible impunidad. Fue el FSLN quien les demostró que estaban equivocados: eran vencibles y punibles, y lo fueron.
El Sandinismo se concibe y se practica en Nicaragua, y su característica fundamental, la de no poder ser encasillado en la jaula de la ortodoxia de ninguna religión, ni siquiera la laica, se desprende de sus rasgos. El Sandinismo que nos cuentan Marcio y Carlos no nace en un escritorio, no es elaborado por académicos iluminados ni por burgueses aburridos. Nace en manos de campesinos que, sabiamente guiados por el General de Hombres Libres, imaginan y practican una Nicaragua liberada de la invasión extranjera. En la huella de Bolívar y Martí, la Nicaragua imaginada por Sandino vive de independencia y soberanía, está libre de todo miedo, de todo cálculo que no sea el de valorar a un país libre como el único digno de ser vivido.
Por lo demás, el Sandinismo narrado por Marcio y Carlos es al mismo tiempo pasado y presente de Nicaragua. Se expresa con las dos caras de la moneda – capacidad guerrillera y capacidad de gobernar – logrando que ambas estén en permanente simbiosis.
La dirección política del Frente Sandinista y de Nicaragua por parte del Comandante Daniel Ortega, además de recoger las demandas populares que inspiraron al Sandinismo, mantiene unido el pasado con el presente, y el documental se lo reconoce, asignándole las palabras y los sentimientos de aquellos jóvenes que supieron desafiar a la peor dictadura con poco más que el coraje.
Y, como puede apreciarse en un relato terrenal, donde la concatenación de los hechos asume el rol de un hilo que mantiene unidas las épocas, hay espacio suficiente para imaginar que la mano de Rigoberto fue armada por Sandino, y que el golpismo de 2018 fue el acto final de la historia violenta de Nicaragua. Porque la paz comienza cuando el pueblo la defiende y el horror termina cuando el terrorista muere de terror.