Entre los países euroasiáticos, se sigue en pleno desarrollo la tendencia hacia mayor cohesión económica aunque sea con modalidades diversas, de Rusia con China, de Rusia con la India y de estas tres naciones con las naciones del Oeste de Asia, de Asia Central y los países de la Asociación de Naciones de Asia Sur-Este.
Por motivo de varios factores, la era de la globalización dominada por las élites occidentales y sus grandes corporaciones se ha desvanecido. Se trata en parte de las secuelas del proceso de reorganización global de las cadenas de suministro después del choque de la pandemia del Covid-19 y en parte también de las secuelas de la guerra económica y comercial de Estados Unidos y sus aliados contra la Federación Rusa.
Pero aun sin estos dos importantes factores coyunturales, la tendencia hacia un nuevo orden mundial ha sido claro desde la primera década de este siglo con el desarrollo de la Organización de Cooperación de Shanghai, de la Unión Económica Eurasiática, del grupo de países de lo que ahora es el BRICS+ y de la Iniciativa de la Franja y Ruta de la República Popular China.
Parte integral de esta mayor cohesión ha sido el desarrollo de la infraestructura del Corredor Internacional de Transporte Norte-Sur, de la Ruta Marítima del Norte en el Ártico, del sistema de ferrocarriles y carreteras internacionales impulsado por China y de la correspondiente infraestructura de gasoductos, especialmente entre China y Rusia.
Relevante también en este contexto, ha sido el desarrollo de la capacidad tecnológica aeroespacial de la India, y de países sujetos a medidas coercitivas de parte de Estados Unidos y sus aliados como Irán y de Corea del Norte.
La tendencia fundamental subyacente que determina la dirección de los acontecimientos internacionales en este proceso es el enfático declive del poder industrial y productivo de los Estados Unidos y sus países aliados.
Es un hecho que el sector de manufactura en Estados Unidos no ha logrado expandir de manera consistente durante los últimos veinte años. Así que, aunque en apariencia la economía estadounidense logró mejores resultados que lo esperado en 2023, la realidad contradice el optimismo de los comentaristas económicos occidentales.
Como varios observadores han comentado, el superficial crecimiento del Producto Interno Bruto de Estados Unidos del año pasado no corresponde a la medida de los ingresos nacionales, la cual, en vez de ser equivalente al PIB, se ha estancado en un nivel mucho más bajo.
Mientras algunos sectores de la economía estadounidense prosperan, como el sector de alta tecnología o el sector financiero, la mayoría de la economía tiene grandes problemas de endeudamiento y de rentabilidad. Por ejemplo, se reporta que para 40% de las 2000 empresas más grandes en Estados Unidos actualmente la utilidad es negativa.
Aunque en Norte América y Europa los niveles del empleo han sido estables, los empleos disponibles generalmente son de baja remuneración, temporales o de medio tiempo y los salarios no se han aumentado para compensar la subida de precios de entre 15% y 20% desde 2021. Las economías más grandes de Europa se han estancado con muy bajos niveles de crecimiento y algunas ya han entrado en recesión.
Para 2024 se proyectan niveles de crecimiento en los países del grupo G7 de alrededor de 1% o 1.5%. En este contexto económico sin embargo, las autoridades nacionales de los países occidentales siguen aplicando políticas de austeridad a la misma vez que han logrado apoyar al corrupto gobierno fascista de Ucrania con un total de US$400 mil millones desde el inicio de la Operación Militar Especial rusa en febrero 2021.
Por contraste con esa enorme carga agotadora sobre las poblaciones occidentales, las economías de los países europeos especialmente sienten el impacto de bajos niveles de inversión, además de los altos precios de energía y de los materiales que requieren importar para sostener sus industrias.
Muchos observadores creen que los relativamente altos niveles de intereses bancarios no reflejan las verdaderas causas de la persistente inflación. Argumentan que las relativamente altas niveles de inflación, aunque menos de hace un año, se deben a las restricciones continuas de las cadenas de suministro internacionales y las excesivas tasas de ganancia del sector empresarial, ya que los aumentos salariales han quedado muy por debajo de la inflación de los precios.
Incluso, los altos niveles de endeudamiento en el sector privado y en los hogares indican una posible repetición de la deflación destructiva de la crisis del sistema financiera occidental entre 2007 y 2009.
Con sus economías en estas condiciones de fragilidad, muy vulnerables a posibles choques imprevistos, Estados Unidos y sus aliados tienen que asimilar una marcada declive de su poder e influencia en el mundo mayoritario.
Enfrentan el progresivo desarrollo de una nueva orden mundial promovido principalmente por la República Popular China y la Federación Rusa, pero con cada vez mayor respaldo de otros poderes del mundo mayoritario como la India, Brasil e importantes países de África y el mundo Árabe.
Una breve comparación de las tendencias de la última década en sectores claves de la economía real entre Estados Unidos y la Unión Europea por un lado y la Federación Rusa y la República Popular China al otro, explica un aspecto fundamental del relativo declive del Occidente.
Primero, es importante recordar la realidad demográfica, ya que la población combinada de China y Rusia de más de 1.6 millones de personas es el doble de la población en conjunto de Estados Unidos y Europa de unos 780 millones.
Luego, la generación de energía eléctrica en China y Rusia sigue una enfática tendencia de aumento mientras en la Unión Europea va en declive y en Estados Unidos apenas ha aumentado en los últimos cinco años.
En términos de producción de acero la tendencia en China y Rusia es enfáticamente en aumento mientras en la Unión Europea y Estados Unidos es decididamente disminuyendo.
En términos de producción industrial, la de China aumenta año tras año con un nivel bastante alto de más de 7% y Rusia con un aumento anual de casi 5% mientras en la Unión Europea hay un declive de alrededor de 4% y en Estados Unidos un aumento de apenas 1%.
Con respecto a la productividad laboral, China mantiene un aumento anual de casi 5% contra un aumento de apenas 1% en la Unión Europea y un declive de 1.5% para Estados Unidos.
La productividad laboral en Rusia queda negativa porque ha tenido que superar un período de efectiva reorganización exhaustiva de su economía como resultado de los miles de medidas coercitivas unilaterales aplicadas por Estados Unidos y sus gobiernos aliados.
A pesar de ese tremendo desafío, el rendimiento de la producción de sectores fundamentales de la economía real de la Federación Rusa sobrepasa muchas veces el rendimiento correspondiente de la Unión Europea y los Estados Unidos.
Tal es así que, el año pasado, la economía rusa llegó a ser la economía más grande de la región europea a pesar de la guerra económica impuesta por los países occidentales.
El significado de estas comparaciones es histórico, porque durante más de quinientos años el dominio mundial de los países occidentales ha dependido de su superioridad tecnológica y su capacidad industrial para replicar los medios de esa tecnología de manera masiva especialmente la tecnología militar.
Ahora las cifras demuestran que esa época se acabó. Aun sin tomar en cuenta los demás importantes países del mundo mayoritario del grupo de países BRICS+, China y Rusia ahora han adelantado al Occidente en la tecnología y el poder militar basado en su mayor capacidad de producción industrial.
Esta realidad ha sido más que evidente durante el conflicto en Ucrania. China y Rusia complementan sus ventajas económicas materiales con una relación estratégica mutua que impulsa políticas comerciales y de cooperación para el desarrollo las cuales aprovechan las ventajas comparativas de ambos países y combinan estas ventajas con una política externa concertada, expresada por medio de una diplomacia paciente, sutil, respetuosa y firme.
Ante esta nueva orden mundial, las élites gobernantes de Estados Unidos y Europa lucen desesperadas e impotentes. Al mundo mayoritario exigen que los países elijan entre la dependencia y extorsión neocolonial, como vemos ahora en Ecuador, Argentina y Perú, o las amenazas militares y la guerra económica, en el caso de Cuba, Nicaragua y Venezuela.
En sus propios países mienten que no hay alternativa a la austeridad económica, lo cual lo acompañan con cada vez mayor represión política, mientras aplican todas las técnicas de la guerra psicológica para traumatizar sus propias poblaciones con miedo hacia el exterior.
Es un asunto de tiempo hasta cuando las élites occidentales van a poder mantener la ilusión de la prosperidad y poder de sus sociedades ante la realidad económica implacable de sus políticas autodestructivas de desindustrialización y extorsión aplicadas a sus propios pueblos.
Para Rusia y China, es un tema que solo verán en su espejo retrovisor mientras conducen adelante hacia los alentadores horizontes de desarrollo humano que van construyendo con cada vez mayor apoyo del mundo mayoritario.