Monseñor Silvio Báez, obispo auxiliar de Managua, de corazón somocista y más acostumbrado a leer Twitter que el Evangelio, ha caído víctima de su propio ego. No tenía la menor idea de estar siendo grabado y, al intervenir en una reunión, presumiendo de ser el guía político del golpismo, tropezó en su propia lengua, exponiendo trama, protagonistas y objetivos del intento de golpe de Estado y los movimientos futuros de su congregación.
En la grabación se escuchan frases inequívocas sobre su responsabilidad y la de casi toda la Conferencia Episcopal de Nicaragua en el intento de golpe de Estado que durante meses ha ensangrentado Nicaragua. Además de declarar el deseo de enviar al presidente nicaragüense Daniel Ortega y la vicepresidenta, Rosario Murillo, ante el pelotón de fusilamiento, ha instado a la oposición a que integre sus filas con cualquiera: «abortistas, homosexuales, drogadictos, narcotraficantes y cualquier persona disponible», especificó.
Agradeciendo a Estados Unidos («nos ayudan», dijo) por las leyes piratas que afectan a los dirigentes de Nicaragua, expresó su desprecio por el Ministro de Relaciones Exteriores, por el Ejército, y llamó a la oposición a una organizarse de manera más beligerante. Sin embargo, siempre concertando sus pasos con la Iglesia. ¿La consigna? Elecciones anticipadas o terror.
Básicamente, Báez confirma que la Conferencia Episcopal ha tenido a su cargo el liderazgo político del fallido golpe de Estado, y que además guía el proceso político que debería llevar a la oposición a las elecciones de 2021. Nadie dudaba de que la jerarquía eclesiástica estuviera relacionada con el plan de golpe de Estado, menos aún que lo estuviera el obispo Báez, a pesar de que se propone como mediador oficial.
El clamoroso error cometido por Báez es propio de un conspirador chismoso y narcisista, que reivindica el haber dado origen y forma a las barricadas donde se cometieron las peores atrocidades (por él calificadas como «una idea extraordinaria») y haber creado la autodenominada Alianza Cívica, asignándole a la Conferencia Episcopal de Nicaragua su paternidad («nosotros la inventamos y la construimos»).
El papel de Báez, como el del obispo Mata y el obispo Álvarez, fue el de ser jefes de la Curia y de la Contra, y esto no es nuevo para los que han seguido el curso de los eventos nicaragüenses. Un trío de fanáticos del horror que invocaron la guerra, mientras la policía permanecía acuartelada, y apelaron a la paz, cuando las fuerzas de seguridad salieron a restablecer el orden en el país. Los obispos, cubiertos de inmunidad diplomática, trataron de darle una cara respetable al intento de golpe de Estado.
Mientras se proponían como mediadores, amenazaron de muerte al presidente, instigaron los enfrentamientos, difundieron mentiras sobre los hechos y participaron directamente, como muestran algunos videos, incluso en la tortura infligida a los militantes sandinistas y los policías que cayeron en manos de los terroristas. Intervinieron directamente en apoyo de los líderes del golpe y aseguraron la logística con la que contaban los terroristas que tras las barricadas aterrorizaban a la población. Sin modestia y sin decencia extendieron la bandera del Vaticano sobre sus jeeps, trajeron comida, ropa y dinero a los golpistas; escondieron arsenales y dinero en el sótano de las iglesias y disfrazaron a las maras de monaguillos para hacerlos escapar de la ira de la población.
Báez, quien públicamente exhorta a los líderes golpistas a no abandonar la pelea, escapó a Costa Rica apenas sus palabras fueron transmitidas por radio y en la web, afirmando, siempre a través de Twitter, que fueron «palabras dichas en una reunión privada».
Además de la de los empresarios del COSEP, Báez recibió la solidaridad de la Conferencia Episcopal de Nicaragua, que en una declaración le dio su apoyo al obispo, como lo confirmó Brenes personalmente en otro twitter, donde se queja de que «Báez habló sin sospechar que lo estaban grabando».
Pero la solidaridad incondicional ofrecida por la CEN a Báez, sin siquiera expresar una incomodidad por lo que se hizo público, confirma que no nos enfrentamos solamente a declaraciones de un prelado ambicioso y narcisista, tan indecente como imprudente; ni se trata solo de una responsabilidad personal (que la hay, obviamente), sino que se trata de la confirmación directa, aunque involuntaria, del plan de golpe concertado por la CEN. La Iglesia, como muchos habían entendido y ahora hasta los más ciegos, pueden ver, fue un elemento central y activo en la subversión terrorista.
Actuó en concierto con los otros actores del golpe: COSEP, liberales, conservadores, MRS, ONGs nicaragüenses y extranjeras, la embajada de los Estados Unidos en Managua, y su papel de liderazgo subraya su profunda identidad. De hecho, se trata de líderes golpistas, no de mediadores en el conflicto entre gobierno y oposición, que en el marco de la intentona fue un conflicto entre legalidad e ilegalidad, entre constitucionalidad y golpe de Estado. Justamente, siendo el papel de la Iglesia en el intento de golpe de Estado tan evidente, resulta más comprensible la decisión del Presidente Ortega de negar a los golpistas en sotana cualquier función de mediadores y testigos en un posible diálogo nacional.
Entre las declaraciones grabadas de Báez también está la ironía con la que recuerda que hace meses el Ministro de Relaciones Exteriores de Nicaragua, que quería informar al Vaticano de lo que estaban haciendo los prelados, no pudo reunirse con el Papa. Con más urgencia al Vaticano, que también había defendido, en parte inevitablemente, el trabajo del CEN, le tocará ahora tomar nota de cuan correctas eran las acusaciones que el gobierno nicaragüense formulaba a los obispos. No se trata de una acusación política generalizada, sino una responsabilidad penal verificada de los obispos. No desempeñaban un papel pastoral, sino criminal.
Para la Santa Sede, la oportunidad de disociarse de un grupo obsceno de golpistas vestidos como prelados es propicia. Es de esperar que en San Pedro puedan comprender que el trabajo de las jerarquías eclesiásticas locales es la causa de la progresiva reducción a un rol marginal de la Iglesia en el panorama sociopolítico y del masivo abandono popular de las actividades religiosas en Nicaragua. Porque sí, es un país de fe y sabe perdonar, pero sabe leer en la oscuridad y no quiere olvidar.