El pasado 7 de noviembre fui acompañante de las elecciones presidenciales y de la asamblea de diputados en Nicaragua.
Teniendo en cuenta que el resultado electoral había sido desconocido por algunos gobiernos, incluido el de Colombia, desde meses antes de realizarse el proceso electoral y cuando los titulares de muchos periódicos anunciaban unas elecciones sin garantías, no dudé en aceptar la invitación para observar en primera fila, el anunciado fraude del gobierno de Daniel Ortega, descrito como el más temible opresor de su pueblo.
Encontré cosas muy diferentes a las que podría esperar según las descripciones de algunos medios de comunicación y de algunos líderes políticos, cuyos comentarios obedecen a la ignorancia o a la intención de desinformar. Me inclino a creer que se trata de lo último.
Doscientos acompañantes electorales y seiscientos periodistas provenientes de diversos países, entre ellos, Estados Unidos, Francia, Bélgica, España, Rusia, Suecia, Canadá, Alemania, Dinamarca, Argentina, Brasil, México, Paraguay y muchos otros, estuvimos presentes en el paso a paso de las elecciones, distribuyéndonos en las mesas de votación para observar como ocurría el proceso.
Seis partidos políticos se disputaban la presidencia (en una dictadura tan terrible como la que describen se hubiera esperado que fueran elecciones de partido único). Estos partidos eran: Partido Liberal Independiente, Partido Alianza por la República, Partido Alianza Liberal, Partido Camino Cristiano, Alianza Frente Sandinista de Liberación Nacional y Partido Liberal Constitucionalista.
Los acompañantes electorales usábamos un chaleco distintivo y muchas personas en las calles y de manera espontánea, el día de la votación, nos abordaron para pedirnos que habláramos en nuestros países de la transparencia y libertad con que se estaban llevando a cabo las elecciones.
Eso nos sucedió a muchos de los acompañantes extranjeros, a lo largo y ancho de la geografía nicaragüense. Y era lo que todos estábamos observando: una elecciones alegres, libres, transparentes, ordenadas, bien diferentes a lo que se narraba por algunos medios de comunicación cuyo interés era diferente al de narrar la verdad.
Un elemento que resulta de mucho interés dentro de la normatividad de Nicaragua, para garantizar la transparencia en la elección, es la exigencia para cada partido político de tener un fiscal en cada puesto de votación.
Esos fiscales, que equivalen a nuestros testigos electorales, deben estar presentes durante toda la jornada y el conteo de votos en cada mesa y luego en el conteo final.
De esa manera se previene el fraude, pues no pueden modificarse cifras, como sucedió en Colombia en las pasadas elecciones, en las que las falsificaciones de cifras en los formatos E-14 fueron tan alarmantes como impunes.
Pudimos observar la absoluta libertad de los votantes que no acudieron a las urnas a punta de fusil, como ha ocurrido en Colombia en las zonas dominadas por el paramilitarismo, sino por la convicción y la necesidad de expresarse con libertad.
La participación en los comicios fue importante: un 65% del padrón electoral acudió a las urnas con una abstención del 35%, bastante inferior al promedio colombiano que ha oscilado entre el 48% y el 52%. De ese caudal electoral el 75% votó la reelección de Daniel Ortega.
El “temible dictador” es el personaje más querido y admirado por la mayoría de los nicaragüenses que no lo consideran un opresor sino un salvador que ha hecho posible que gran parte de la población mejore su nivel de vida, que ha dedicado su esfuerzo y el de su gobierno a poner un techo propio sobre la cabeza de los nicas más pobres y que a nadie le falte comida en la mesa, que ha implementado la gratuidad total en salud y educación, que está comprometido con las energías limpias y el cuidado del medio ambiente y cuyo gobierno ha logrados unos indicadores sociales reportados por el Banco Mundial, que despejan cualquier duda en relación con el avance social y el progreso que el sandinismo le ha dejado al país.
Por ello el contundente triunfo de Ortega es la respuesta de un pueblo soberano que está harto de injerencias e intervenciones extranjeras que pretendan fijarle el derrotero de su historia y que sufrió cuatro décadas de dictadura patrocinada por Estados Unidos y luego 16 años de gobiernos financiados por el país del norte para tener control de Nicaragua, dejando solo pobreza y desigualdad.
Hoy Nicaragua es el país más seguro de Centroamérica y goza de las mejores vías de la región. La tranquilidad con la que se vive y la satisfacción de las gentes sencillas que han logrado mejorar su calidad de vida, la actitud de servicio de la policía y la solidaridad humana que se respira en el país, no tienen relación alguna con la malévola descripción de la prensa, cuyos propietarios son líderes económicos de países como el nuestro que se llaman a sí mismos democráticos, pero que sólo son la caja de resonancia de los dictados estadounidenses de controlar a Nicaragua.
La obsesión de EEUU por Nicaragua es el potencial de un Canal en ese país, con mayor capacidad que el de Panamá, que tan fácilmente tuvieron gracias al mediocre poeta que entregó Panamá sin resistencia y por menos de un plato de lentejas.
Por esa obsesión, la CIA financió a los “contras” y ha acudido a diversas formas de injerencia, incluyendo el intento de golpe de Estado de 2018. Y es que el imperialismo sigue vivo y activo, aunque en Colombia haya pasado de moda hablar de él.
No puedo dejar de referirme a las personas que el Estado de Nicaragua ha detenido. Ninguno de ellos se había postulado para la presidencia y ninguno de los 14 partidos políticos que luego se presentaron en coaliciones a las elecciones del 7 de noviembre, los había elegido como candidatos. Fueron detenidos por lavado de activos, delito que ese país tipifica por no rendir cuentas sobre gruesas sumas de dinero de fondos extranjeros y por colaborar con potencias extrajeras.
Un documento filtrado de Usaid revela la injerencia de EEUU en las elecciones de Nicaragua. Cualquier país del mundo procesaría a quien hace alianza con gobiernos extranjeros y recibe financiamientos para derrocar el régimen vigente.
Los 200 acompañantes electorales estuvimos de acuerdo en que los comicios se desarrollaron con absoluta normalidad, sin incidentes y con la posibilidad para todos los partidos políticos de fiscalizar el proceso con total libertad asegurando la transparencia y dentro del marco constitucional del país y las normas democráticas establecidas y aceptadas internacionalmente.
En ese sentido se firmó una declaración conjunta en la que se expresó que fuimos testigos de que la voluntad de defender la paz y la soberanía del pueblo nicaragüense fue expresada y defendida por el conjunto de organizaciones políticas que concurrieron al proceso.
Pensamos que encontraríamos en Nicaragua un pueblo oprimido e infeliz esperando liberarse del “yugo del dictador” pero en cambio hallamos una vida pacífica y feliz y una gente que desea e impone a Daniel Ortega para que continúe al frente del gobierno. Gran contraste al observar en las noticias de cualquier día en Colombia que durante el gobierno de nuestro “demócrata” Iván Duque se han cometido 88 masacres, los niños indígenas del Vichada buscan la comida en la basura y la corrupción avanza galopante y en total impunidad.
Próximos en Colombia a un proceso electoral definitorio para lograr un cambio, o mantener el país en el retorcido e infame rumbo de crimen y corrupción en el que hoy se encuentra, vale la pena aprender la lección de coraje y dignidad que nos da el pueblo de Nicaragua, que ha logrado hacer respetar su voluntad soberana, derrotando a los más poderosos. Es nuestro deber recobrar el rumbo de la dignidad, de la decencia, de la verdadera democracia enfrentando a quienes han destruido la felicidad y la esperanza del pueblo colombiano.