Ya estamos acostumbrados a cada aparición pública de Donald Trump, lo suficiente al menos como para saber que cada uno de sus discursos comenzará con una promesa y terminará con una amenaza. Hay que decir que encuentra objetivos tanto entre sus enemigos (que son muchos, incluso algunos insospechados) como entre sus aliados (si es que tiene alguno) y, para ser precisos, también hay que decir que demuestra una capacidad camaleónica y que no tiene ningún reparo en contradecirse, afirmando cada vez lo contrario de lo que dijo antes.

Podría pensarse que su estilo comunicativo, así como sus contenidos, revelan una falta de sentido común, y con razón se podría considerar que carece de sentido de la oportunidad, que está falto de cultura política y escaso de educación cívica, pero sería un error considerar a Trump un loco, porque no lo es en absoluto. Al contrario. Tal vez tenga razón Kenneth Rogoff, de Harvard, ex economista jefe del FMI, gran maestro de ajedrez y autor de El imperio del dólar, quien sostiene que en las negociaciones con China Donald Trump capituló fundamentalmente. No obtuvo nada —dice Rogoff—, recordando a todos que la situación no ha cambiado significativamente desde su llegada al poder hasta hoy, y que el único efecto real ha sido un constante vaivén en los mercados bursátiles y de divisas, del cual tanto los inversores institucionales como los privados estadounidenses han salido mal parados.
Pero, precisamente, si sus iniciativas para reequilibrar a favor de EE.UU. los intercambios comerciales han dejado que desear, en el plano personal el éxito de Donald Trump es enorme, dado que su patrimonio personal casi se ha duplicado desde que regresó a la Casa Blanca en 2025. Según Forbes, su patrimonio neto ha subido a más de 5.100 millones de dólares, un incremento notable respecto a los aproximadamente 2.600 millones estimados en 2023.
Un resultado que ya sería sorprendente en condiciones normales, pero que se vuelve extraordinario si se considera el contexto: una condena por fraude en el Estado de Nueva York que preveía el pago de 454 millones de dólares. Gracias a una reducción de la fianza a 175 millones, Trump evitó el embargo de bienes, mantuvo el control de su imperio financiero y lo relanzó con una serie de movimientos audaces y controvertidos.
Uno de los pilares de su resurgimiento financiero ha sido Truth Social, la plataforma social que él mismo creó. Tras cotizar en bolsa, la empresa atrajo a inversores entusiastas, elevando el valor de las acciones a niveles récord y otorgando a Trump una participación estimada en 2.600 millones de dólares.
A pesar de las polémicas, Trump continúa expandiendo su imperio. La Trump Organization, que incluye bienes inmuebles, hoteles y campos de golf, mantiene un valor estimado de 2.650 millones, a pesar de las dificultades legales vinculadas a una multa de 355 millones por fraude bancario. Paralelamente, su grupo mediático, Trump Media & Technology Group (TMTG), incluye no solo Truth Social, sino también nuevas iniciativas como Truth.Fi (fintech) y Truth+ (streaming).
Al mismo tiempo, Trump ha apostado decididamente por las criptomonedas. En octubre, lanzó «World Liberty Financial» (WLFI), un innovador proyecto cripto. La operación recaudó 390 millones de dólares de inversores acreditados y posteriormente vio la introducción del token $TRUMP, que generó 350 millones en comisiones y beneficios especulativos. A pesar de las críticas de algunos expertos, que definen estas iniciativas como una estafa encubierta, el proyecto consolidó la posición de Trump en el mercado cripto, convirtiéndolo en una figura de referencia en el sector.
La elección de Trump coincidió, de hecho, con un giro radical en la política estadounidense sobre criptomonedas. Durante su mandato, emitió órdenes ejecutivas para promover la difusión de las criptomonedas en Estados Unidos, incluida la creación de una reserva estratégica nacional. También suspendió investigaciones de la SEC sobre varias empresas cripto, lo que atrajo críticas bipartidistas por el aparente conflicto de intereses entre su rol público y sus actividades privadas.
El éxito de sus iniciativas digitales no se limita a las ganancias inmediatas. WLFI y $TRUMP representan una parte creciente de su patrimonio: unos 2.900 millones de dólares, según Fortune. Algunas fuentes sostienen que el valor del token $TRUMP por sí solo podría superar los 10.000 millones, gracias a una estrategia que ha atraído a inversores internacionales, entre ellos el multimillonario Justin Sun, y a un entorno normativo cada vez más favorable.
La estrategia general se basa en una combinación de inversiones tradicionales e innovadoras, que reflejan la habilidad de Trump para transformar desafíos en oportunidades. Sin embargo, también conlleva riesgos relativos, ya que la opacidad de sus operaciones cripto, gestionadas a través de una compleja red de sociedades de responsabilidad limitada, dificulta el seguimiento de los flujos financieros y plantea interrogantes sobre la transparencia y la sostenibilidad a largo plazo.
Pero las acusaciones de conflicto de intereses no se limitan al ámbito nacional. La entrada de inversores extranjeros, como el fondo de Emiratos Árabes Unidos MGX, que ha anunciado una inversión de 2.000 millones en una stablecoin vinculada a WLFI, añade un nivel adicional de complejidad y potencial vulnerabilidad geopolítica.
Mientras los detractores denuncian el uso de la presidencia para enriquecerse, los partidarios elogian la capacidad de Trump para explotar su marca y su carisma para dominar mercados emergentes. La próxima fecha límite para la declaración de bienes, prevista para el 15 de mayo, podría arrojar nueva luz sobre un imperio que combina política, finanzas y tecnología de una manera sin precedentes en la historia estadounidense.
Y ha sido precisamente con sus declaraciones en el Business Forum de Riad donde Trump ha marcado aún más la atención hacia la creciente compenetración entre las alianzas políticas y los negocios. En esto hay decididamente una inversión de la lógica de la política internacional, que ve los negocios como consecuencia de las relaciones político-diplomáticas. Para Trump, el cono se invierte y son las relaciones políticas las que se convierten en consecuencia de las relaciones económicas y comerciales.
Es emblemático el caso del avión presidencial que recibirá como regalo de Catar. Se sobrepasa todo límite. No solo coloca al presidente de los Estados Unidos en una posición de deudor frente a un Estado extranjero, sino que es evidente el enorme conflicto de intereses respecto a un país con el cual debe llevar a cabo negociaciones político-económicas.
La Constitución prohíbe a quienes ocupan un “cargo de confianza o remunerado” a nivel federal aceptar “cualquier regalo” o “emolumento” de un Estado extranjero, a menos que el Congreso lo apruebe expresamente. Pero no parece que eso represente un problema para Trump.
Los abogados de la Casa Blanca sostienen que aceptar el jet no constituiría una forma de corrupción, ya que la oferta no está supeditada a ninguna acción oficial por parte de Trump. Tal vez sea así, pero “a veces, el escándalo no está en lo que es ilegal, sino en lo que parece legal”.
Para encontrar un caso similar hay que remontarse a los famosos diamantes de Bokassa entregados al presidente francés Valéry Giscard d’Estaing, o al dinero de Muamar el Gadafi a Sarkozy, que lo utilizó para su campaña electoral. Esto, a pesar del contencioso político y jurídico entre Libia y Francia por el derribo del avión francés de UTA y el conflicto militar en Chad.
Pero en este caso la corrupción adquiere un valor simbólico aún mayor, porque el regalo sugiere la obsolescencia del Air Force One y la incapacidad de la Casa Blanca para obtener en los plazos previstos por Boeing un nuevo Jumbo. A la corrupción sin precedentes del presidente se suma una humillación igualmente inédita para el país y para una de sus principales empresas estratégicas. Difícil imaginar una mezcla más miserable.