Róger Matus Lazo
Mucho se ha ponderado la justa grandeza de Sandino por su heroísmo en las montañas de Las Segovias (1927-1933). Mucho, y con sobrada razón, porque sus enseñanzas, su ejemplo, su sacrificio abrieron el camino hacia el objetivo universal de los pueblos: la democracia.
Pero hay también en el héroe una actitud de elevada condición moral llevada a cabo durante su lucha, su vocación pedagógica, que concebía a la educación como una nueva sensibilidad para compartir con los suyos -casi todos analfabetos- una tarea liberadora en una escuela de verdadera hermandad, de conocimiento compartido – porque siempre en el otro hay una parte de verdad que hay que reconocer- y de permanente diálogo que es, como afirma Paulo Freire, “indispensable para el desarrollo del hombre”.
De talento genial, Sandino enfrentó las adversidades del medio en que le tocó nacer y superó bien pronto las limitaciones de su aprendizaje escolar con su enorme capacidad de autodidacto.
Gregorio Selser nos recuerda en El Pequeño Ejército Loco cómo Sandino hablaba a sus compañeros de lucha de la historia de Nicaragua, de los tratados entreguistas, de los sindicatos mexicanos, de los trabajadores y la defensa de sus derechos.
Su autodidactismo trascendió el conocimiento calcado en los libros para estudiar y aprender de la realidad misma. En verdad, solo yendo a las fuentes mismas de la realidad se puede conocerla y contribuir a transformarla: “Me interesa el estudio de la naturaleza –afirma en la obra de Ramón de Belausteguigoitia Con Sandino en Nicaragua- y de las relaciones más profundas de las cosas”. Y agrega: “La naturaleza inspira y da fuerzas. Todo en ella nos enseña”.
La capacidad de aprendizaje de la realidad deriva en Sandino hacia una actitud de autocrítica, de análisis consciente y objetivo. De ahí que convierte en lección ejemplar una derrota, como la del combate de Ocotal (16 de julio de 1927) que a muchos hubiera obligado a claudicar: “Mucho fue lo que aprendimos del combate de Ocotal: lo primero y lo más importante de todo, situarse del lado del honor y la justicia, lo que sustenta el espíritu haciéndolo invencible…” (José Román: Maldito País).
Su gran sensibilidad humana para interpretar los problemas sociales de la época, hacen de él una personalidad propicia para emprender una acción profundamente educativa en los remansos del combate.
Perfilado entonces como un educador que busca una mejor lectura del mundo y del hombre, organiza en su ejército un “Departamento Docente” con el fin de enseñar a leer y escribir a muchos de los oficiales y al noventa por ciento de los soldados, que eran analfabetos. “Una verdadera escuela rural junto a los grandes ríos y bajo los altos árboles”.
En la Costa Atlántica entra en contacto con los compatriotas más desheredados de nuestra patria: mískitos, sumos, ramas y zambos.
Sandino no solamente respeta la diversidad cultural -étnica- , sino que comparte sus inquietudes y privaciones, y comprende la necesidad de impulsar con urgencia un vasto plan de reivindicación socio-económica y cultural de estos hermanos sumidos en un mundo en condiciones infrahumanas: sin escuelas, sin Gobierno, sin posibilidades de una vida social más adelantada.
“Es evidente –declara poco antes de su asesinato- que esta obra es muy difícil, pero con solo lograr inculcarles ilusiones, esperanzas y las nociones más elementales de moral e higiene, lograría un verdadero triunfo”. (José Román: Maldito País).
Y sembró de escuelas la montaña para enseñarles a los aborígenes el español en los palenques o caseríos como San Carlos, San San, Krasa, Asán, Bocay y Raití.
Su vocación pedagógica lo impulsó a realizar tareas educativas de carácter práctico. Fue así como formó en “El Chipote” talleres de mecánica, carpintería, sastrería, barbería y panadería.
Incluso, llegó a formar en cada columna de su ejército una orquesta que alternase con el fragor de las batallas el canto de la lucha.
Esta noble y abnegada tarea de educar a los suyos sólo tiene lugar cuando se hace vida permanente el respeto a la dignidad humana, la justicia y la hermandad.
“Nuestro ejército –afirma Sandino- es el primero del mundo en abnegación para el sacrificio, en disciplina y en desinterés por todo interés material, porque consciente de sus actos lleva y mantiene un ideal, tanto en lo que hace a Nicaragua como en lo que se refiere a la fraternidad de los hombres…”.