¿Realmente Nicaragua es enemigo de Estados Unidos?

I

Salvo que alguien organice su visión del mundo desde sus cálculos personales y sus odios más profundos, nadie se atrevería a decir que la República de Nicaragua constituye una terrible amenaza para la seguridad nacional de los Estados Unidos de América.

¿Qué peligro podría representar para la enorme potencia mundial un Estado que funciona con un Presupuesto General de apenas US$ 2 mil 312 millones, después que la putsch-derecha se lanzara con todos sus candentes fierros a dinamitar el Producto Interno Bruto?

Para darse una idea del tamaño de nuestra economía, solo el legendario equipo de los Yankees de Nueva York cuenta con un valor de US$ 2 mil 300 millones, como informó Chicago Tribune. Es decir, ningún ciudadano de los Estados Unidos tendría razones sustanciales y legítimas para sospechar que el país centroamericano es un inminente riesgo para su nación.

Si fuera cierto lo que difaman los herederos de William Randolph Hearst y Joseph McCarthy, ¿qué temor podría generar Nicaragua cuyos ingresos en 2018 serán de US$ 235, 2 millones, frente al team de Los Dodgers de Los Ángeles que obtuvo nada menos que US$ 7 mil millones por los derechos de televisión en esta temporada?

El presidente Donald Trump debe reconsiderar la perspectiva hacia Nicaragua que algún sector en Washington ha asumido, y sanear las relaciones con las autoridades de Managua. Y estas deben basarse en realidades, no en eso que él mismo se encargó de desenmascarar como “Fake News”: el torrencial de falsedades que expulsan medios, redes antisociales e individuos opositores, con o sin sotana.

Dado que la prensa en manos, no de periodistas, sino de emporios, ha lanzado un fuego graneado de infundios contra el Gobierno de Nicaragua y el sandinismo, en principio debe reconocerse que las “protestas pacíficas” fueron las más desalmadas de la Historia Nacional: un putsch que dibujó la silueta de Adolfo Hitler, y no la de próceres como José Dolores Estrada o Benjamín Zeledón.

Sin embargo, lo que perpetró el Canciller del Tercer Reich en cinco años, sus oficiosos seguidores en Nicaragua lo ejecutaron en tres meses. Y esa diabólica exhibición de crueldad los medios opositores y sus “fuentes” se encargaron de aplicarle la más férrea censura, lo ignoraron o, con un cinismo chabacano, lo atribuyeron a las fuerzas del orden.

II

El Nuevo Herald, de Miami, informó el 14 de septiembre, que “La policía detuvo a una mujer de Marathon el miércoles después que, según dijo un portavoz, le tiró un arma mortal a la cabeza de su cuidador”.

¿Qué puede considerarse un arma mortal en EEUU? El diario reporta que “El golpe del arma —una lata de 16 onzas de aceitunas Bell’s Ripe Olives— le cortó una oreja al hombre, de acuerdo con el reporte del arresto”.

Aunque la víctima no introdujo ninguna denuncia, la Policía actuó conforme a la Ley: “Kristin Rutan Skivers, de 32, fue arrestada y acusada de agresión con agravantes —un delito grave— con un arma mortal”.

Si en Estados Unidos la Policía considera arma mortal una lata de aceitunas de 16 onzas, ¿qué dirían los oficiales que arrestaron a la señora Skivers, del arsenal fatídico que utilizaron los “pacíficos protestantes” en Nicaragua?

Aparte de los mortíferos cocteles Molotov y los morteros, Nicaragua sufrió tres meses del más maldito, y adelantado, Halloween haya vivido jamás.

Se aplicaron torturas al peor estilo Nazi y a falta de cámaras de gas y hornos crematorios, procedieron a incinerar en la vía pública o detrás de las barricadas, a personas vivas por el delito de ser policías o sandinistas.

Por si fuera poco, los tranques resultaron campos de concentración y exterminio. Ahí marcaron los cuerpos de sus víctimas con cuchillos, superando a las hordas fascistas que colocaban pequeños triángulos de tela de distintos colores en las vestimentas de sus prisioneros para distinguirlos.

Qué decir de los que enarbolando entre sus banderas el respeto a los derechos humanos, desaparecieron ciudadanos en tanto vejaron y desnudaron a otros para amarrarlos a postes del alumbrado eléctrico donde los laceraban por el “delito” de laborar en alcaldías o portar el carné del Frente Sandinista.

Quemaron también vehículos, radioemisoras, casas del FSLN y oficinas públicas. No hubo el mínimo escrúpulo. Si había o no gente en su interior “ese era su problema”.

Se apoderaron de ciudades y obstaculizaron las carreteras del país, y retuvieron el transporte de carga internacional.

Y toda esa barbarie que arrasó con los Diez Mandamientos completos, no la cometieron “armados” con una lata de aceitunas de 16 onzas.

Hicieron uso de fusiles, apertrecharon a sus francotiradores, emplearon armas artesanales, escopetas, y tendieron cercos armados y ataques contra delegaciones policiales; ocuparon cisternas de combustibles con la maligna intención de hacerlas estallar donde tenían acorralados a los policías, sin importarle la hecatombe que pudieron haber provocado en barrios populosos, etc…

¿Qué habría hecho el presidente Trump si elementos radicales cortaran las carreteras interestatales, bloquearan las calles, avenidas, puentes, entradas y salidas de Nueva York, Los Ángeles o Washington?

¿Qué habría pasado si los putschistas impidieran las operaciones de empresas y factorías, obstruyeran los accesos a Wall Street y coaccionaran a los empleados que no se sumaran a sus demandas?

Mientras desbarataban el país entero, el presidente Trump ¿habría mandado acuartelar a la Policía, el FBI y la Guardia Nacional, mientras era presionado por los terroristas a introducir una ley en el Congreso para disolver la CIA?

Mal estuviéramos en Nicaragua o en cualquier región del planeta, si la “lucha por la democracia” dependiera de campos de concentración y sujetos armados al margen de la ley; se confundiera la “libertad de prensa” con la distorsión, la manipulación y la mentira; el respeto a los derechos humanos con el desprecio a la vida de los que no están de acuerdo con la tentativa de Golpe de Estado; el arte de la política con el desconocimiento deliberado de las leyes, y la lucha cívica con la demolición del orden público, la seguridad ciudadana y las instituciones.

III

Si el presidente Trump, el hombre más poderoso del mundo, ha denunciado que los medios opositores a su Administración son “el partido de oposición”, ¿qué no harán estos contra un país como Nicaragua?

No hay prensa “libre” ni “independiente”: hay partidos de papel periódico o que transmiten en señal de alta definición sus radicales posiciones.

Hay desprecio por la verdad y ciertos empresarios se han apoderado del “mejor oficio del mundo” para ocuparlo de tribuna incendiaria con un solo objetivo: borrar del mapa político a quienes osan no ser borregos de su “línea editorial”, o, en algunos países como Nicaragua, no publicar una sola línea decente sobre aquellos que los putschistas eliminaron de la faz de la tierra.

No es extraño que el presidente Trump reaccione como cualquier otro mortal lo haría ante los que quieren dictar su pensamiento como la “verdad única” y sus infamias como “la voz del pueblo”.

Si el Cuadragésimo Quinto Presidente de la Unión Americana ha catalogado a los medios opositores como un “peligro” para la sociedad estadounidense, qué no lo serán para otros países, donde descaradamente se escudan tras la libertad de expresión. El señor Trump hasta los llamó ser “el partido de oposición”. Por eso remarcó en sus tuits de agosto: “Es muy malo para nuestro gran país…”.

Y, ciertamente tiene razón cuando escribió que “no hay nada más que quiera para el país que una verdadera LIBERTAD DE PRENSA”, pero, una cosa es tal libertad y otra ocuparla, como en Nicaragua, para incitar al odio, ocultar los hechos que no convienen, glorificar la violencia como “protesta pacífica” y promover la impunidad de los verdugos: “Condenan a ‘manifestante’”.

“El hecho es –agrega el señor Trump– que la prensa es LIBRE para escribir lo que quiera y decir lo que sea, pero mucho de lo que dice es FALSO, impulsando una agenda política o simplemente tratado de herir a gente. LA HONESTIDAD GANA!”, tuiteó el mandatario.

Lo que expone el presidente Trump es una realidad que ha sufrido el sandinismo por parte de los negociantes de la (des) información que se remonta a los tiempos del general Augusto César Sandino.

Desde la Casa Blanca el mandatario ha cuestionado reiteradamente que tales medios de comunicación citan “fuentes anónimas que no existen” para elaborar sus noticias e “inventar historias” con el propósito de denigrar su Administración.

Y, por supuesto, no solo es el Gobierno del señor Trump el que está en la mira…

Es obvio que sobre el suampo de tanta falacia y fábrica de “noticias” hechas a la medida de los que están empecinados en derrocar al Gobierno de Nicaragua, no se pueden establecer relaciones sólidas y correctas entre nuestra nación y EEUU. Se hundirían.

Pretender validar la exigencia de los putschistas de que deben adelantarse las elecciones en 2019, sentaría un nefasto precedente contra las democracias en América, y de nuevo se instalarían los perversos golpes de Estado fascistas que asolaron el subhemisferio en los años 50, 60 y 70 del siglo pasado.

De la aversión, el resentimiento, la mentira y la violencia nunca saldrá nada bueno. Ser Estado Nacional y actuar como país independiente, de acuerdo a sus leyes y su Constitución, no significa ser enemigo de nadie, menos de los Estados Unidos.

El General Sandino dijo a un enviado de la United Press unas palabras que, pronunciadas el 3 de febrero de 1933, suenan muy actuales, amén de resumir el espíritu nacional del FSLN:

“Puede decir a los lectores (norte) americanos que he estado enfrente de los Estados Unidos, durante muchos años, obligado por el deber máximo de defender la autonomía de Nicaragua; pero que no les guardo rencor ni odio. Hay más: considero factor importantísimo al pueblo americano en el equilibrio continental, siempre que sus relaciones se desarrollen sobre bases de justicia” (Últimos días de Sandino, Salvador Calderón Ramírez, p68).

Tan solo eso.

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