Con el antetítulo “Un documento inédito en Nicaragua”, Pablo Antonio Cuadra difundió el adjunto razonamiento en La Prensa Literaria del 14 de octubre de 1973: “Contradiciendo en parte la carta de Gil González al rey de España ––que es el texto del descubrimiento de la Nicaragua del Pacífico narrado por el conquistador–– existe otro texto, nunca hasta ahora publicado en Nicaragua, que es la versión del conquistado, es decir, del indio, escrito por Girolamo Benzoni (1519-1570) al final de la conquista (en el tiempo en que se establecieron las Leyes Nuevas que suprimieron la esclavitud de los indios y se declaró la libertad de los mismos).
Benzoni estuvo dos veces en esta provincia y permaneció en ella más de un año anotando todo lo curioso que veía.
Escribió en italiano y entre sus apuntes figura este interesante ‘Razonamiento de don Gonzalo, cacique de Nicaragua’.
El documento, enviado por Jorge Eduardo Arellano desde Madrid, aparece en La Historia del Nuevo Mundo. Traducción y notas de Marissa Vanini de Gernlewicz (Caracas, Fuentes para la Historia Colonial de Venezuela, 1967, pp. 165-166).
“La abierta crítica del cacique a la política de los conquistadores es un dato más del sentido crítico de nuestro pueblo, desde su misma fundación, característica ‘constitucional del nicaragüense’”, afirmó PAC.
Muy posteriormente, Jaime Íncer Barquero reprodujo el grabado de Theodor De Bry, tomado de su obra América 1590-1634, en la cual figura Benzoni conversando con el cacique Don Gonzalo y que ilustra la presente publicación.
AL SALIR de la provincia de Honduras [en 1546], y atravesando por esta vía las minas de Choluteca, se entra en la gobernación de Nicaragua, que se halla a orillas del Mar de Mediodía
La primera vez que pasé por este país me alojé en casa de uno de los principales caciques de aquella provincia, llamado Don Gonzalo, que tenía setenta años de edad y comprendía muy bien la lengua española.
Una mañana en que estaba yo sentado junto a él, me dijo estas palabras:
¿Qué cosa es cristiana en los cristianos? Piden el maíz, la miel, el algodón, la manta, la india para hacer un hijo; piden oro y plata. Los cristianos no quieren trabajar, son mentirosos, jugadores, perversos, blasfemos. Cuando van a la iglesia a oír misa murmuran entre sí; se hieren entre sí.
Finalmente concluyó que los cristianos no eran buenos, y como yo le objetaba que los que hacían esas cosas eran los malos, y no los buenos, me contestó: ¿Y los buenos dónde están? que yo no he conocido otro salvo estos malvados.
Cuando terminamos de hablar de este asunto, le pregunté en qué manera y por qué habían dejado ellos entrar a los cristianos a su país, y me contestó con este tenor:
Tú debes saber, señor, que cuando nosotros oímos cómo los cristianos venían a nuestros países y nos dimos cuenta de las crueldades que cometían en todo lugar, matando, incendiando, robando, convocamos a nuestros amigos y conferados, y reunidos en consejo decidimos luchar y morir todos combatiendo valerosamente, antes de ser sojuzgados por ellos.
Con tal determinación preparamos lanzas, piedras, flechas y otras armas, tan pronto como los cristianos llegaron a nuestros pueblos, y los atacamos y combatimos una buena parte del día. Pero al final la mayoría de los nuestros, asustados por el ímpetu de los caballos, se pusieron en fuga.
Mandamos luego dos embajadores al capitán de los cristianos a pedir la paz, pero con la intención de renovar nuestras fuerzas; nos aceptó como amigos y buena parte de nosotros, fingiendo, fuimos cantando y bailando a visitarlo, y les llevamos muchas joyas de oro y otras cosas.
Regresamos a nuestras casas y en tres días nos reorganizamos y atacamos a los cristianos. Más pronto, como la otra vez, los nuestros huyeron, y así de nuevo, y con la misma intención que antes, volvimos a pedir la paz.
Habiéndola obtenido, reunimos nuestra gente y después de discutir llegamos a una firme y deliberada determinación: antes morir todos que quedar siervos de los cristianos.
Decidimos que si algunos de nosotros diese la espalda para huir, sería muerto por nosotros mismos sin ninguna contemplación, y con esta resolución nos preparamos para ir al asalto de los cristianos.
Pero nuestras mujeres, que habían oído tal decisión, se nos acercaron, y entre lágrimas nos rogaron y suplicaron que antes de morir de aquella manera sirviésemos mas bien a los cristianos; mas si nuestra voluntad era realmente poner en acto lo que nos habíamos propuesto, que antes las matasemos, y con ellas también a sus pequeños hijos, para no quedar solas en manos de los crueles y fieros barbudos.
Debido a tales súplicas de nuestras esposas, depusimos las armas y nos sometimos a las rapacísimas manos de la nación cristiana.
Sin embargo en breve, a causa de tantos malos tratos que sufríamos cada día, algunos pueblos se sublevaron; pero fueron castigados por los españoles de manera tal que hasta a los niños los hacían morir punta de espada.
No contentos con eso apresaban a otros bajo pretexto de que querían rebelarse contra ellos, los atormentaban y los vendían como esclavos.
Nosotros ya no éramos dueños de nuestras esposas, ni de nuestros hijos, ni de ninguna de las cosas que antes poseíamos; a tal punto llegaron las cosas que muchos de nosotros mataban a sus hijos, otros iban a colgarse, otros se dejaban morir de hambre.
Finalmente, después de tantos innumerables e intolerables trabajos, fatigas y miserias, llegó la provisión del Rey de Castilla por la cual nos restituían la libertad.
Con esto el cacique dio fin a su razonamiento.
[Este razonamiento, precedido de una nota introductoria sobre Benzoni, se publicó también en la obra compilatoria y anotada de Jorge Eduardo Arellano: Nicaragua en los cronistas de Indias. Siglo XVI. Managua, Fondo Cultural Banco de América, 1975, pp. 131-133 y recientemente apareció en la revista Acahualinca, de la Academia de Geografía e Historia de Nicaragua, núm. 6, noviembre, 2020, pp. 227-229].