Como Eduardo Rafael Martínez Bendaña hay muchos y habrá; seguramente.
Ganó un concurso mundial y lo primero que hizo fue abrazar desesperada y ansiosamente a su madre. Es un reconocido periodista sin haber trabajado de lleno en algún medio de comunicación. Su talento es de oro y su futuro es brillante, sin dudas.
Eduardo, que prevaleció sobre otros 64 trabajos que se presentaron en un concurso de la Organización de Naciones Unidas para la Agricultura (FAO), es uno de tantos nicaragüenses, hombres y mujeres, que han puesto a una pequeña nación en los ojos de todos los continentes.
Es un Rubén Darío de nuestros tiempos. Ese corcel de la literatura que de no existir restaría un trozo enorme y tan vital, como el corazón, a las letras castellanas y de otros idiomas.
Cualquier representación nacional que brille en el exterior hace que inmediatamente evoquemos a Félix Rubén por su naturaleza de lograr lo impensable: hacer que Nicaragua sea más grande en extensión que Brasil, China o Rusia; por su vasto talento y dedicación en tareas que muchos no realizarían jamás.
Al leer a Darío uno se da cuenta de lo mucho que estaba perdiendo; como le pasó a este servidor.
Muchos nos rehusábamos a leer al genio de Metapa. Hasta que como producto de la curiosidad se decide zambullir en las páginas de Azul, uno de tantos ejemplos.
Así inicia una etapa clave de la vida; leyendo a Darío. Porque cada trazo de su verso y prosa cambia el rumbo total de cómo uno escribe, piensa y valora el arte. Darío nos redescubre y desnuda cada intención de poeta que todos tenemos. Y orgullosamente es nicaragüense.
El autor de “Prosas Profanas” fue y es un fenómeno mundial.
En España, para citar uno de los casos de su popularidad, dejó su huella. No se limitaba a escribir poesía, como recordó hace un par de años el periodista Deylin Gutiérrez; sino que también se dedicaba a escribir crónicas, semblanzas o artículos de opinión. Esa actividad y la buena relación que mantuvo con escritores de su tiempo y con las editoriales lo llevaron a recorrer casi toda Europa y América.
En España hay calles, museos y otros atractivos que tienen su nombre. Fue un monstruo en el mejor de los sentidos.
Su escritura está vigente. Como le dedicó a los argentinos en sus Versos de año nuevo:
“En estos versos de año nuevo
a mis gentiles argentinos
mis viejos cariños renuevo.
¡Que Dios les dore sus destinos”.
Estrofa que calza como zapato nuevo al pie de esa nación en presente y difícil cambio político.
Y como Darío, hay tantos hombres y tantas mujeres de oro en Nicaragua.
Lo es Román González, que a punta de disciplina y puños firmes es el mejor boxeador del mundo; siguiendo el ejemplo de su gran maestro, el flaco Alexis Argüello, un hombre digno de respeto del estrellato y laureado como uno de los mejores de la historia.
Como Denis Martínez, el lanzador más ganador de la historia de las Grandes Ligas; forjador de un juego perfecto.
Así, en el deporte, se distingue que “nuestra tierra está hecha de vigor y de gloria, nuestra tierra está hecha para la Humanidad”; y en todos los sectores, Nicaragua está iluminada para triunfar.
Grandes mujeres fueron y son Rafaela Herrera, Arlen Siu, Rosario Murillo, Adriana Sívori. Todas nicaragüenses que defienden el concepto de patria y muestran su orgullo por esos principios que hacen que los pueblos no claudiquen y mantengan vivo ese fuego de hermanos de sangre; que necesitan escudos para combatir y no temer.
Gente que sueña con esos ideales como los de Sandino; un héroe latinoamericano que al igual que los antes mencionados, engalana los libros de historia y le da al planeta ese sentimiento tan hermoso de que si no defendemos nuestro pasado, no tendremos por qué luchar en el presente y mucho menos en el futuro.
El nicaragüense es ahora preciso y oportuno; como Daniel Ortega (impetuoso y patriótico como Carlos Fonseca) que decidió emitir un decreto-homenaje a Darío:
“Honramos a Rubén en su Inequívoca Dimensión de Ciudadano Nicaragüense y Universal, Nuestroamericano y Europeo, Soñador de la Patria Grande, Culta, Cultivada, Rica en Tradición, en Luz, en Vigor, y con toda la Gloria de su Pueblo”.
El nicaragüense sabe lo que tiene; y por ello se derrama en orgullo. Como lo hacía Darío, que algún día dijo:
“Si pequeña es la Patria,
uno grande la sueña.
Mis ilusiones, y mis deseos, y mis esperanzas,
me dicen que no hay patria pequeña.
Y León es hoy a mí como Roma o París”.
Inobjetable y certero. Así miraba a su patria y con suma dedicación la representaba y representa en lo que se enseña y aprende en las escuelas.
Y así como Darío se expresaba de su Nicaragua; así de inmensa la hizo Eduardo, el periodista comunitario de Ciudad Sandino que nos manifiesta que la Patria no tiene fronteras.