A inicios del siglo XVIII, otro franciscano de Guatemala, Rodrigo de Jesús de Betancur ––fundador del Hospicio de Propaganda Fide junto a la ermita de Guadalupe en Granada––, publicó la novena Candor de la luz eterna (Guatemala, 1720, luego reimpresa en Cádiz y otra vez en Guatemala, 1734), cuya “Jaculatoria” dice: Bendita sea tu pureza / y eternamente lo sea, / pues todo un Dios se recrea / en tu graciosa belleza / a Ti, celestial princesa, / Virgen Sagrada María, / te ofrezco en este día, / alma, vida y corazón: / mírame con compasión, / no me dejes madre mía.
Esta novena ––se ha afirmado–– comenzaría a rezarse en León por los Hijos de San Francisco de Asís en su iglesia. Luego, de acuerdo con documento de 1742 ––rescatado por Luis Cuadra Cea–– era costumbre en la ciudad arreglar las calles y poner luminarias en las puertas de las casas cada 7 de diciembre. Así lo ordenó ese año el alcalde ordinario de primer voto de León, don Alfonso de Nava: que la noche de este día, por ser víspera de la limpia y pura concepción de nuestra Señora, pongan luminarias en sus ventanas, sin que nadie lo escuze. Y en otro documento ––también rescatado por Cuadra Cea y esta vez de 1756––, los alcaldes ordinarios juraban, al tomar posesión, defender el Misterio de la concepción de María y observar las leyes y cédulas de Su Majestad.
Ningún documento aludía entonces a los rezos y cantos a la Inmaculada. Al parecer, solo se oficiaba una Misa el 8 de diciembre, fiesta que a finales del mismo siglo XVIII no era la única celebrada en León. Según los propios arbitrios elaborados por el gobernador don José Salvador el 23 de noviembre de 1795, el Ayuntamiento debía asistir, entre otras, a las festividades de la Trinidad, del Corpus (una procesión); de Santiago, patrono de la ciudad; de Santa Rosa de Lima, patrona de las Indias; de los galeones el 29 de noviembre y de Nuestra Señora de Guadalupe el 12 del mismo mes.
Entonces se debatía dentro de la Iglesia, entre dominicos y franciscanos, la concepción de la madre de Jesús sin mancha original, dogma que proclamaría Pío IX el 8 de diciembre de 1854 en la encíclica Ineffabilis Deus (Inefable Dios), acontecimiento celebrado oficialmente en la misma León por el gobierno provisorio y liberal de Francisco Castellón. Pero pocos años atrás, el obispo Jorge Viteri y Ungo (1802-1853) publicó en Correo del Istmo de Nicaragua (núm. 61, diciembre 12 de 1850), un edicto reglamentando las funciones piadosas consagradas a la Inmaculada Concepción de María, cuatro años antes que la iglesia proclamara ese dogma. Así, mandó a cumplir estas disposiciones:
1. La función religiosa que anualmente se celebra en la iglesia de San Francisco de esta capital, en obsequio de la Inmaculada Concepción de María Nuestra Señora, se trasladará a nuestra Santa Iglesia Catedral e Insigne Basílica, conduciendo la sagrada imagen en procesión solemne el día 28 del presente mes, con asistencia de nuestro Venerable Cabildo y Clero.
2. Las Misas del novenario se cantarán a las seis de la mañana, por los cinco Señores Prebendados y cuatro Tenientes de Cura.
3. Todos los días de la novena, a las cinco de la tarde, se rezarán el Santo Rosario de la Santísima Virgen y otras devociones.
4. El propio día de la Concepción Inmaculada de Nuestra Señora, se hará la función rogativa con la mayor solemnidad posible, y con asistencia del respetable Clero de esta ciudad.
5. En las iglesias de los Curatos de nuestro Obispado, se rezará igualmente la novena, y concluida esta, se cantará una Misa de rogación.
6. Por todos los actos referidos, concedemos, en virtud de nuestras facultades, trescientos sesenta días de indulgencia y además indulgencia plenaria a los que, contritos y confesados, comulgaren el domingo 1ro. de diciembre próximo; y a los que la misma suerte lo verifiquen el propio día de nuestra Señora, por la intención predicha.
7. Este nuestro Edicto se publicará, inter missarum solemnia, en todas las iglesias de nuestra diócesis, en el primer día festivo inmediato a su recibo, y se fijará en los lugares acostumbrados.
No dudamos que todos se prestarán gustosos a rendir tan debido homenaje de amor y de respeto a la Santísima Virgen Nuestra Madre, para que bendiga al Soberano Pontífice, a Nicaragua y Costa Rica.
Dado en Nuestro Palacio Episcopal de León, a los doce días del mes de noviembre de mil ochocientos cincuenta.
Jorge Obispo de Nicaragua
Para entonces, no existía Gritería, ni recorrido en las calles para visitar altares privados en el vecindario. Durante la novena, del 29 de noviembre al 7 de diciembre, solo se rezaba “el rosario” como devoción principal, y el 8 ––el propio día de la fiesta de la Inmaculada–– tenía lugar “la función rogativa con la mayor solemnidad posible”.
Con dicho edicto, Viteri y Ungo formulaba la reactivación de la Purísima, tradición que había decaído, dejando de celebrarse, pues Efraím George Squier ––quien permaneció entre junio de 1849 y junio de 1850–– no la cita en su famoso libro sobre Nicaragua. Además, desde el 13 de agosto de 1844 hasta el 25 de enero de 1845, León estuvo sitiado por las fuerzas invasoras del general salvadoreño Francisco Malespín.
Poco después, tras la negativa consecuencia que significó para la tradición de la Purísima la Guerra Nacional Antifilibustera, el Teniente de Cura de la ermita de San Felipe, Gordiano Carranza (1832-1909) pidió celebrar, con boato y regocijo la festividad de la Inmaculada, creando la Gritería el 7 de diciembre de 1857. Visitaba a sus feligreses casa por casa, instándoles a erigir altares y “gritar” ¿Quién causa tanta alegría? Esta iniciativa originó la forma hegemónica de la Purísima que se desarrollaría, ya en el siglo XX, a nivel nacional.
Existen referencias del doctor Edgardo Buitrago a las novenas impresas en León no más allá de 1867, pero se desconocía el testimonio firmado por “El Rey Miquis” (seudónimo de un modernista leonés), difundido en la revista El Ateneo Nicaragüense (León, núm. 12, octubre, 1899, p. 337): Es para nosotros costumbre celebrar estos festejos ofrendados a María, y por lo que hace a este año, podemos decir sin temor de equivocarnos, que ellos no han perdido nada de su alegría primitiva. En varias casas han principiado los rezos y se me dice que en algunas el goce es inusitado. Allí, después de las alabanzas rituales, gimen las teclas del negro piano, bajo los dedos alígeros de un amateur de la divina Euterpe. Brotan de labios purpurinos los cánticos arrobadores, y la buena diosa Terpsícore extiende sus alas de un albor de nieve sobre aquel grupo de caritas sonrientes, rebosantes de placer, alegres, con alegría loca de la juventud plena. También la Basílica está de gala hoy: las Hijas de María hacen su tradicional función. El templo se presenta arrogante y majestuoso, con sus columnas salomónicas, arcos altísimos y altares iluminados como con luz de nafta. La solemnidad de este día cierra el broche al festival matutino de este mes de Diciembre.
Muchos intelectuales leoneses han consagrado en prosas y poemas al culto mariano de la ciudad. Imposible transcribir todos sus testimonios, mayoritariamente concentrados en La Gritería. El de Salomón de la Selva (1893-1959) no es muy conocido. Escrito en los años veinte, dice:
Llegó la Gritería, en diciembre, con que León celebra la concepción inmaculada de María. Ha terminado la novena y en cada casa donde se ha rezado se hace fiesta abierta a todo el mundo. Es fiesta de noche. Se va en grupos. Se entra a las casas donde hay altar y se gritan vivas a la Virgen:
––¿Quién causa tánta alegriya?
––¡La Concepción de Mariya!
Los obsequios abundan, de dulces, de refrescos de gofios hechos de maíz, de frutas, de bolsitas papel de color con confites extranjeros, con pasas, con higos y ciruelas.
En la calle los grupos llevan farolas de papel con inscripciones en alabanza de la pureza de María. Y cantan:
Toda hermosa eres María,
desde tu instante primero…
Pero le correspondió a Edgardo Buitrago ser el investigador pionero y por antonomasia de la festividad más auténtica y entrañable de los nicaragüenses. Auténtica por incidir tanto en nuestra identidad cultural y entrañable porque establece un código social (ese día no se dan diferencias de clases: somos iguales) y otro religioso (todos somos hijos de una misma madre y, por tanto, hermanos). Tal ha sido la experiencia de nuestro pueblo en su espontánea proclamación plebiscitaria, digna de la inmaculada Concepción, cuyo primer centenario del dogma ––conmemorado esplendorosamente–– dejó una significativa, antología compilada por María Teresa Sánchez: Poesía mariana nicaragüense (1954), la cual incluye el soneto “Gritería” de Alfonso Cortés:
No hay noche de verbena cual la pura
noche de la Purísima: noche de honda
luz de luna y luz de alma; blonda
en que baja Dios desde la altura.
Noche en que se oye, como una fronda,
brotar a chorros voces de frescura,
en que haciendo del alma una aventura
un amor arcangélico nos honra.
Yo quiero esta noche de verbena
salir como antes con el alma
a ver la Virgen repartiendo chicha.