Mientras los ríos se desbordaban poniendo en peligro la vida de cientos de nicaragüenses, mientras en los caseríos anegados brigadas médicas trataban a un niño calenturiento, mientras se levantaban los muros de una casa que la correntada se llevó, mientras el buen gobierno sandinista distribuía mantas y colchones para que el pueblo no durmiera desprotegido… en ese mismo momento, en las calles de Managua, manifestantes golpistas violentaban la Ley y confrontaban a la policía, escenificando una vez más la política como espectáculo, política carente de conceptos propios, que de simulación en simulación olvidan lo real haciendo creer a los pequeños burgueses del MRS que han encontrado “una nueva forma de protesta”.
Me refiero a la “genial idea” de nombrar “las pico rojo” a un etiquetado que ahora enlaza a ciertos ociosos en las redes sociales.
No debería detenerme en analizar este suceso de la más snob, pero quiero poner en claro el vacío político que atraviesan los golpistas. Sin esperar más, tenemos que volver a recordar el concepto básico de Guy Debord acerca de su profética visión sobre La sociedad del espectáculo (1967): “La vida entera de las sociedades en las que imperan las condiciones de producción modernas se anuncia como una inmensa acumulación de espectáculos. Todo lo directamente experimentado se ha convertido en una representación.” Así, la historieta de “las pico rojo” es la mera representación de un simulacro cuya opacidad no permite visibilizar algo que configure un signo.
Pero debemos estar atentos a la aparición de cualquier deslizamiento de sentido que desordene lo real, porque como dice Michel Foucault: “el juego de los signos define los anclajes del poder”. Por eso, con inmediatez de tabloide, el diario la Prensa quiso fabricar una historia-anclaje a “las pico rojo”, googleando datos dispersos aquí y allá para tratar de implicar en su cartelera la espectacularización de una nueva narrativa, pero aún así no rellenaron ese agujero en el orden simbólico que padece la derecha golpista, quizás por aquello que Gilles Deleuze afirmaba: “La originalidad del capitalismo es que ya no cuenta con ningún código. Hay residuos de código, pero ya nadie cree, ya no creemos en nada. El último código que ha sabido producir el capitalismo ha sido el fascismo”.
El feminismo como espectáculo es lo que vimos. El ser de la mujer devenido apariencia. En la sociedad del espectáculo el cuerpo de la mujer tiene el estatuto de pura mercancía, objeto sexual cuyo valor de intercambio es transcrito en términos de uso político. Las pico rojo, fetichismo que los golpistas falócratas han instituido, ahora con más certitud después del audio perverso que todos hemos escuchado de Silvio Báez: el fin justifica los medios, homosexuales, narcotraficantes, abortistas, sicarios que maten a un niño en el vientre de su madre, son medios funcionales para “la causa política”, del terrorista que se oculta bajo la sotana de Báez. Por consiguiente, es más fácil concebir que las “las pico rojo” sean producto del frustrado imaginario del sacerdote Báez, pues como bien dice Luce Irigaray: “La mujer es el terreno en el cual se erige la falocracia”; libidinizan a la mujer como “objeto fantasmático”, precisamenteal pintarlas con “picos rojos”, causa de su propio deseo castrado.
Es pertinente señalar, que el color rojo no es representativo de la mujer (quizá para la Vamp o La femme fatale, creaturas de la mitología misógena), para Hélène Cixous, “las mujeres debiéramos escribir a través del cuerpo, con tinta blanca”, refiriéndose de esta manera al color blanco de la leche materna; color blanco también de la página en que escribimos, lugar de parto de todos los poetas.Creyeron lanzar un afilado anzuelo para pescar adeptos, quizás activen el “efecto CNN” y los otros medios de la extrema derecha, pero el pueblo nicaragüense sabe que se trata de un “gancho” más para hacernos creer que la “oposición pacífica” es “creadora” de una nueva alternativa de lucha.
El pañuelo blanco de las Madres de la plaza de mayo, sí que nació de hechos históricos reales, no de simulaciones con lápiz labial sin ningún contexto social. Berta Cáceres tampoco recurrió al uso del carmín para hacer su discurso más llamativo. Las mujeres humildes del pueblo pintan, con el rojo de la bandera del FSLN, no sus labios, sino la totalidad de su corazón sandinista. Por lo tanto, la historia no es un cajón de sastre donde todo puede caber, tampoco es algo donde se puedan extraer jirones de tiempo y espacio para darles el significado que más convenga, como ha querido hacer el diario La prensa con su collage de pacotilla.
En este sentido, el cuerpo de la mujer se encuentra inmerso en el discurso del poder, definido por Michel Foucault en el dispositivo de las instituciones, luego redefinido por Gilles Deleuze a través del control social como lo pueden ejercer hoy las redes sociales. Es por ello que el capitalismo actual se esfuerza en recuperarlo a través de sus dispositivos disciplinarios, como advierte el mismo Foucault, para volverlo “cuerpo consumidor” apto a recibir todo lo que el espectáculo publicitario postmoderno le ordene. Por consiguiente, la estratagema del lápiz labial rojo forma parte de una explotación ideológica del cuerpo de la mujer como signo-deseo de la fantasmagoría mercantilista. El audio de Silvio Báez es un discurso de poder, constitutivo de lo que Slovoj Zizek analiza en su obra El títere y el enano.
Para el filósofo sloveno, una de las perversiones del cristianismo actual es no tomar en cuenta la angustia negadora de Jesús en la cruz: “Elí, Elí”, que nos invita a comprender la pérdida de sentido de muchas significaciones en nuestra cultura, que, si no son tomadas en cuenta por el Catolicismo (violaciones sexuales a menores aquí y allá del mundo), pueda que se autodestruya como religión. La verdadera labor pastoral debe influir positivamente sobre estas realidades que Zikek saca a flote, retornando a nuevas estrategias pastorales -amor fratri- mediante la práctica del amor y no una cultura que socave la confianza de la fe y la dignidad humana.
El audio de Báez deja a un lado toda posibilidad de reconciliación cristiana, divide a los nicaragüenses, no reconoce la barbarie. No sé qué leyó o hizo en su paso por Europa. Quiere un gobierno de “ilustrados”, parece no saber que los “ilustrados” nos llevaron hasta El Holocausto, si no lo sabe que lea al menos ese muy conocido libro Dialéctica de la Ilustración de Theodor Adorno y Max Horkheimer. Por su decir, Báez se cree más aristócrata que Anna Ajmátova, y a uno le cuesta seguir sus orígenes en Masaya; Ajmátova que, por fineza misma de espíritu nunca decía mal del Otro, sin mácula anotaba en su diario lo cierto de cada quien, como lo recuerda Carlos Martínez Rivas en su poema evocando a la poetisa rusa y al pintor Modigliani mostrándole la ciudad de París: buenas bocas hablan bien malas bocas hablan mal, Señor Báez. Mi madre, la profesora Lileana Rothschuh Tablada (Q.E.P.D.), que tuvo de estudiante en sus aulas al Comandante Daniel Ortega allá en Juigalpa, le describía como “un excelente alumno”. Quizás Mamá lo contara para que yo un día pudiera relatarlo en su oportunidad.
El comandante Ortega me otorgó una beca de estudios al Instituto de Literatura Máximo Gorky de Moscú. Luego concluí una maestría en Lingüística en la reconocida Université Michel de Montaigne, en Bordeaux III, Francia. Porque el ideal del Comandante Ortega es que todos los jóvenes nicaragüenses se preparen: no para ser un economista en descomposición como Macri, no para ser un neo-fascista como Jair Bolsonaro, no para ser un rico empresario que sólo vela por los suyos como Piñera. Prepararnos, sí, para ser nicaragüenses que nos amemos sin odio los unos a los otros. Por eso no regresé a mi país hablando fachentadas, como lo hace Báez, que parece aprendió mucho del fascismo italiano.
La Europa que conoció, es la Europa de las conspiraciones que se fraguan en los pasillos del Vaticano. Les caves du Vatican, como dice Gide. Báez es el opium que carcome al pueblo nicaragüense. El núcleo perverso del cristianismo, que Slavoj Zizek pone al desnudo en su libro. Un católico fundamentalista devenido apologista del Terror, tout court. Para concluir, debo reconocer que el segmento gramatical “las pico rojo”, me trajo a colación por afinidad semántica, una famosa y bella novela del escritor argentino Manuel Puig: Boquitas pintadas. Por supuesto, la novela de Puig nada tiene en común con el show mediático de “las pico rojo”. Considero una buena oportunidad para releer la obra de Puig, sumergirme en la variedad estilística de sus páginas, mientras en las calles “las pico rojo” se agolpan alrededor de Silvio Báez, que les lanza lápices labiales color rojo, desde el altar supremo de su yo, delirando grandezas de líder.