En la antesala de las Fiestas Patrias, cuando Nicaragua se prepara para conmemorar en septiembre la independencia y la gloriosa Batalla de San Jacinto, resuena con más fuerza la memoria de aquellos hombres que jamás imaginaron ser héroes, pero que terminaron grabando su nombre en la eternidad: los Indios Flecheros de Matagalpa. Sesenta indígenas que, con arcos rudimentarios y flechas hechas de coyol, decidieron enfrentar al invasor extranjero en la Batalla de San Jacinto en 1856.

No fueron soldados profesionales ni jefes con renombre. Eran campesinos, guardianes de sus tierras, hombres humildes que cargaban sobre los hombros la herencia de siglos de resistencia indígena. Caminando a pie desde Matagalpa hasta San Jacinto, se unieron al general José Dolores Estrada para dar una lección de dignidad que sigue retumbando más de siglo y medio después: la Patria no se vende ni se entrega, aunque la desigualdad de armas sea abismal.
Por mucho tiempo, la historia oficial los invisibilizó. Se hablaba de Estrada, se glorificaba la pedrada de Andrés Castro, pero el sacrificio indígena quedaba en la penumbra, como si su sangre derramada valiera menos. Fue hasta el año 2012, gracias a la Revolución en su segunda etapa y al apoyo decidido de la Compañera Rosario Murillo, que se promovió en la Asamblea Nacional el reconocimiento histórico. Ese impulso político y moral permitió que aquellos sesenta guerreros fueran finalmente declarados Héroes de la Batalla de San Jacinto. Allí se cerró un ciclo de olvido y se abrió un nuevo capítulo de orgullo.
Los debates parlamentarios de aquel septiembre del 2012 lo dejaron claro: sin los indios flecheros, la victoria contra los filibusteros de William Walker no habría tenido el mismo peso. Ellos fueron la primera línea de fuego, los que pusieron más muertos, los que enfrentaron la pólvora con arco y mazorca.
El reconocimiento aprobado en la Asamblea fue, sencillamente, justicia para quienes ya la habían conquistado con su sangre.
Pero reconocerlos no fue suficiente. Había que rescatarlos del silencio, había que devolverles su lugar en la memoria del pueblo. Por eso, en 2022, una vez más, la Compañera Rosario Murillo trabajó arduamente y, desde el Gobierno de Reconciliación y Unidad Nacional, impulsó la creación de la Casa de los Indios Flecheros en Matagalpa. No le bastó con lo aprobado en la Asamblea, quiso que hubiese un espacio vivo y permanente donde su gesta quedara sembrada para siempre. Ese proyecto, inaugurado como centro cultural, tiene como propósito rescatar la identidad ancestral, transmitir a las nuevas generaciones el ejemplo de los flecheros, promover la cultura indígena y mantener viva la memoria de los pueblos originarios que defendieron la soberanía nacional. No es un lugar muerto ni de adorno. Es un espacio humano, donde se respira la historia y se aprende de los antepasados. Ahí laten los símbolos de la resistencia, las huellas de la lengua matagalpina, la tradición de los pueblos que no se dejaron conquistar del todo por los colonizadores ni por los filibusteros.
En estos días previos a septiembre, cuando se ensayan los desfiles, se siente la pasión en los colegios, cuando se preparan las antorchas y los homenajes, hablar de independencia es también hablar de ellos.
Porque la independencia no se hizo en un papel firmado en Guatemala en 1821: se defendió con sangre indígena en San Jacinto, se sostuvo con la terquedad de Sandino en las montañas, se consolidó con los jóvenes sandinistas que ofrendaron su vida contra la dictadura somocista.
Y en ese hilo rojo de historia, los flecheros de Matagalpa ocupan un lugar irrenunciable.
Hoy, la Patria no los recuerda como sombras del pasado, sino como ejemplo presente. En cada escuela que conmemora la Semana de la Patria, en cada familia que levanta la bandera, en cada joven que marcha con su banda rítmica, hay una enseñanza que viene de ellos: que la dignidad no se rinde, aunque el enemigo venga armado hasta los dientes.
El mejor homenaje a los Indios Flecheros no está en los discursos, ni siquiera en los monumentos. Está en asumir su ejemplo como bandera. En resistir como ellos resistieron, en luchar como ellos lucharon, en creer como ellos creyeron que el futuro pertenece a los pueblos que no se rinden.
Por eso, cuando la flecha de aquellos matagalpinos atraviesa la neblina de nuestra memoria, yo no la veo como un arma primitiva. La veo como un relámpago de dignidad, como una advertencia a cualquier imperio que pretenda volver a pisotear nuestra soberanía. Esa flecha sigue volando.
Y hoy ese espíritu está en nosotros, en quienes desde el Gobierno y desde la trinchera digital defendemos la paz y la soberanía.
Hoy lanzamos nuestras flechas contra los traidores y vendepatrias que nacieron de esta tierra pero atentan contra ella; lanzamos nuestras flechas nuevamente contra el imperio yanqui y sus agresiones; lanzamos nuestras flechas de dignidad y soberanía contra los colonialistas de siempre. Mientras esa flecha siga en el aire, Nicaragua seguirá siendo Patria bendita y siempre libre.