Hijastros de la cultura oligárquica desprecian decoro del nicaragüense

“La raza nicaragüense sabe de luchas y de honor”. Tino López Guerra

Si alguien no acepta el éxito ajeno y le pone mil peros, algo anda mal en su alma. Sí, y lo podemos verificar: desde que las urnas, las calles, las plazas y las encuestas coinciden en términos generales, los “líderes” desamparados de la opinión pública y la acción ciudadana, empezaron la triste tarea de enlodar todo aquello que les contara cómo iba la realidad fuera de sus oficinas, para suplantar el ocaso natural con el postizo amanecer de su discurso.

Cada sondeo genera en ellos esos comentarios que destilan odio, al comprobar, y no aceptar, qué tan bien le va al Frente Sandinista de Liberación Nacional en el favor popular, y al presidente Daniel Ortega en particular, corroborado por la última encuesta hemisférica de la Consultora Mitofky. El Comandante alcanzó una alta aprobación, ubicándose en la sexta posición de todos los mandatarios de América.

La reacción provinciana — vaya manera de colgar los trapos sucios de sus miserias políticas— ante esa estatura continental, es que “la población responde con miedo”, “no dice lo que piensa”, etc. En otras palabras, descalifican al pueblo de Nicaragua, ofendiendo lo más puro de sus reservas morales: el peso y valor de su verbo. Porque la palabra del nicaragüense está por encima de las patrañas de los políticos de la derecha extrema.

Estamos ante un deleznable ataque a nuestro decoro nacional, sustentado en el rancio pensamiento conservador que oficializó Pablo Antonio Cuadra: “El Nicaragüense” es dicharachero, haragán, “güegüense” en el sentido retorcido que le da y dan a la emblemática obra, y que su animalito consentido es la Guatusa, “duende mimado de un pueblo mentiroso”.

En la primera obra cardinal de nuestra historia, que se distancia del relato de los vencedores, “Raíces indígenas de la lucha anticolonialista en Nicaragua” (Siglo XXI Editores, México, 1974), el comandante Jaime Wheelock  expone que “la clase colonial no puede reconocer ninguna cualidad al verdadero soporte de la sociedad (el indio), al creador material de su riqueza”, porque al hacerlo, se descubriría como “la verdadera clase parasitaria, ociosa y explotadora”.

De acuerdo al formidable texto, esa imagen deformada del indio, será legada a los reproductores del “acervo colonial”. Pero discrepamos en algo con el autor: PAC no “define” exclusivamente al “indio”, conceptualiza a “El Nicaragüense”, es decir, la totalidad del pueblo.

En la antípoda, Alejandro Serrano Caldera, en la introducción al primer volumen de ensayos de PAC (2003), sube a la peaña de la adoración al intelectual conservador, lo magnifica como referente “fundamental en la historia de nuestro país” y asume como suya la “deformación” de la que habla Wheelock, pero ya no del indio, sino del nicaragüense; deformación construida sistemáticamente por la oligarquía. El resultado es una artera acusación  a la honestidad nacional: el nicaragüense es un gran hipócrita, solo que Serrano suscribe el eufemismo del poeta… “la dualidad”.

Serrano señala: “Todo el libro ´El Nicaragüense´ es una búsqueda de la identidad, reconociendo, no obstante, las rupturas que dolorosamente han desgarrado el alma nacional”.

Esto calza con el despiadado intento de demoler al arquetipo que sostiene nuestra nicaraguanidad y que sintetiza al verdadero nicaragüense: Augusto César Sandino. Si desde la narrativa oligárquica se coloca al pueblo, de acuerdo a su excluyente escala social y económica, como un paria, ¿dónde dejamos a su principal hijo?

En ese orden, o desorden mejor dicho, Pablo Antonio Cuadra lo resuelve en su obra: “…el mismo Sandino, con frecuencia, tiñe su tosco pensamiento, no por eso menos noble, de sentimientos partidarios…”.

Así, en vez de exaltar la identidad nacional, los hijastros de la cultura oligárquica prefieren  elaborar un  identikit, porque para ellos el nicaragüense no es un ciudadano que constituye la patria bien cantada por Tino López Guerra, sino un sujeto sospechoso: un pueblo de cobardes y embusteros, cuyo Héroe por excelencia, el general Sandino, para colmo, nos hereda su “tosco pensamiento”.

Los hijastros reverencian al pie de la letra lo que dejó escrito PAC, y que resume cómo la Calle Atravesada en la historia considera a los que no tuvieron la “dicha” de nacer en esa cuadra con “Q”, como ordena el protocolo del blasón: “Hemos corrompido la palabra como vínculo, como comunicación”, y citando a un tal Zapata, toma de él su artículo de fe para reforzar el atroz credo: “Somos un pueblo mentiroso”.

La derecha conservadora no cesa de repetir, como un mantra, el descrédito del nicaragüense cuando sus ambiciones políticas no salen según las “cuentas de la lechera”. No toleran la verdad, como lo reflejan las encuestas. A pesar de representar el 1 o 2%,  estos políticos quieren imponer su visión de la vida, su “plan de nación”, sobre el resto de la República. ¿Eso es “democracia?

II

¿522 años de catolicismo para nada?

Pongan atención a este dato: la Consultora M&R publica en su último estudio que el 99.1% de la población de Nicaragua se considera cristiana, sumados evangélicos y católicos.

Bien, en ese mar de fe, donde prácticamente no hay ateos, navegan los pescadores de opinión, en este caso CID Gallup, lanzan sus redes estadísticas y extraen conclusiones, que por ser “pescadas” no en una Nejapa de incrédulos — lo cual tampoco es sinónimo de falsario—, deben transcribir con exactitud los hechos: 49% de respaldo ciudadano al FSLN, 6% PLC, y el 3% repartido entre el club de megalómanos del PLI  y sus grupúsculos.

A propósito del 12 de octubre, los hijastros de la cultura oligárquica, al no reconocer la plenitud de su fracaso,  sin dudas ponen en aprieto a la Iglesia Católica.

Después de 522 años de labor pastoral en Nicaragua, esta derecha le está diciendo al Clero que al final del día lo que han producido es un “pueblo mentiroso y miedoso”. Sí, porque, de acuerdo a ellos, el pueblo católico cuando habla, engaña y si es consultado por las firmas M&R, Cid Gallup, Consultora Siglo Nuevo, Mitofky, más bien contesta su “duende mimado”, la Guatusa.

¿Qué es la prédica de una Iglesia si no la promoción de las virtudes, y no del tentador defecto de andar con animalitos bandidos? Una de dos: O los políticos de la extrema derecha, por suerte una delirante minoría, están mal, o más de cinco siglos de evangelización fueron en vano.

Algunos, por supuesto, están falsificando a Nicaragua. Y no necesariamente desde el púlpito, sino desde la vil tribuna mundana.

Por Edwin Sánchez

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