No era, como Lizandro Chávez Alfaro (1929-2006), el máximo creador literario de nuestra Costa Caribe; pero representaba genuinamente su cultura. No en vano, durante un buen lapso de tiempo, dirigió ––en una radiodifusora capitalina de alcance nacional–– un programa al que concurrían miskitos, mayangnas y krioles. Pero no consideraba necesaria la divulgación orgánica de sus propios poemas escritos en español y sustentados en la estructura mental y el ritmo de su etnia kreol. En efecto, siempre mostró desinterés por reunirlos para cumplir con las autoridades que le ofrecían editarlos en libro.
Por eso considero un notable aporte, realizado póstumamente por el amor filial y conyugal, la edición de su primer libro: Los cielonautas & poemas varios de afinidad más o menos. [Selección, transcripción y elaboración de Ioar Rigby Garalde e Itziar Garalde. Presentación: Luis Morales Alonso. Poema in memorian por Augusto Puertas. Notas prologales de Juan Chow y Bayardo Gámez Montenegro]. Managua, Fondo Editorial El Güegüense, Instituto Nicaragüense de Cultura, 2023. 224 p., il.
Carlos Rigby Moses (Laguna de Perlas, 19 de junio, 1945-Managua, 23 de mayo, 2017) era hijo de Arturo Rigby Antonio y Julia Moses. Estudió la primaria en el Colegio Moravo de Puerto Cabezas (hoy Bilwi) y la secundaria en el Cristóbal Colón de Bluefields, donde tuvo un mentor literario: Santos Cermeño (1903-1984). Pero, al parecer, nunca llegaría a tener amor propio porque, disponiendo de recursos vitales y del apoyo de sus numerosos amigos, se negó a trascender, reduciéndose a desempeñar el rol de emblemático costeño en Managua.
Esencialmente, Carlos era un histriónico, anárquico y protestatario, limitándose a exhibir su personalidad en centros de estudios (colegios y universidades), teatros, foros y plazas; un ingenio oral, ducho en juegos de palabras y en la creación de neologismos, como su pastilla “sandinosol”; un afrodescendiente de lógica “cantinflesca” en el mejor sentido del vocablo. Así tomó conciencia de la realidad sociopolítica del Pacífico de Nicaragua, transcurriendo aquí la mayor parte de su existencia desde la década de los sesenta, y circulando en restaurantes, tertulias y redacciones de periódicos. Incluso llegó a escribir un poema motivado por la celebración de la Purísima en nuestra capital.
Esto explica que en sus versos haya prescindido, aunque no siempre, del habla kriol de su entorno caribeño. Por tanto, no figura en el estudio del canadiense Josf Hurtobise (“Poesía en inglés criollo nicaragüense”), como June Beer, Sidney Francis Martin, Don Gato y Ángela Chow. En cambio, Rigby mereció ser incluido en varias antologías poéticas: las nicaragüenses de Ernesto Cardenal (1973 y 1988), la política de Francisco de Asís Fernández (1986), la general mía (1994), las de Julio Valle-Castillo (1980 y 2005) y la centroamericana de Edwin Yllescas (2009). Además, dos de sus poemas fueron traducidos al italiano (por Carlo Carlucci en 1980 y por Roberto Pasquali y Enzo Minarelli en 2008), y al búlgaro en 1991. He aquí los títulos de algunos de esos poemas seleccionados: “Lágrimas por una puta”, “Palabras del campesino en la inauguración del Palo de Mayo”, “Si yo fuera Mayo”, “Los pirómanos tendrán que vérselas con nosotros” y “Todo clasial / Nada racial”.
Asimismo, dos poemas suyos fueron acogidos en la revista cubana Casa de las Américas (julio-agosto, 1986): “Índice acusativo” y “Tarea no apta para la Divina, la matadolor, la sulfatiazol, ni la mejoral, ni la alka-seltzer (entre otros productos farmacéuticos)”. Igualmente, fue invitado para disertar sobre sí mismo en una mesa caribeña, promovida por el Festival Internacional de Poesía de Granada el 29 de julio de 2015. En esa ocasión aseguró haber leído “toda la literatura norteamericana que llegaba a Puerto Cabezas”; que Beltrán Morales le presentó a Calos Fonseca y que conoció a Leonel Rugama en el Comedor Angelita.
Pero se olvidó de su gran amigo y protector: Ramiro Lacayo Deshon. Eso sí: reconoció que Pablo Antonio Cuadra fue decisivo para irrumpir en nuestro medio intelectual de los años preterremoto, presentándolo ocho años antes en La Prensa Literaria. También enumeró dos títulos de poemarios inéditos: “Desde los tres ángulos del triunfático triángulo truenan los troncos de fríos entrincherados” y esta paráfrasis de Neruda: “11 poemas de desamor / además de una canción no esperada / junto a otra vaina de la misma rama / más un canto de esperanza como ipegüe”.
Yo le conocí en 1965 como alumno irregular en la Escuela de Ciencias de la Educación. Llegaba nítido y de corbata como empleado de una empresa aérea: LA NICA. Entonces eran ostensibles tanto la fuerza de sus kilométricos versos marcados por la negritud adánica y atlántica (presentes más tarde en su “Sinfonía para los peces en Sin-Saima-Si Mayor”), como sus aptitudes ágil y versátil deportista. Participó en torneos de pista y campo, y brilló como basquetbolista en el conjunto Centro de Pinturas, auspiciado por Róger Riguero.
Propicio a la bohemia capitalina, gozó de la acogida y simpatía de sus practicantes, conservando en la edad adulta la afición cervecera y la adicción a la cannabis sativa. Con todo, desempeñaría una actuación relevante a lo largo del proceso revolucionario como trombonista, activista político y viajero por doce países americanos (Cuba, Barbados, Grenada, Colombia, Estados Unidos, México, Perú, más los cinco países centroamericanos) y tres europeos (España, Francia e Inglaterra). Ello le permitió convocar a no pocas gringuitas devotas de su contundente pene africano. Por algo se dio un lujo único: ser retratado desnudo de cuerpo entero. El óleo lo ejecutó su esposa: la ciudadana vasca Itziar Garalde Larrañaga, con quien procreó dos hijos. Dicho retrato estuvo expuesto en el Instituto Nicaragüense de Cultura Hispánica. Otro lujo llevó a cabo con su estentórea voz: la traducción de algunos poemas del famoso beatnick Allen Ginsberg (1926-1997) en el Teatro Nacional Rubén Darío.
De auténtica y prolífica producción en verso, Carlos Rigby ––criado y educado en Bilwi y Bluefields–– quedará en la memoria de sus coetáneos como un sujeto singular. En realidad, fue un hombre que, amando y cantando todo lo suyo, forjó con la palabra su identidad nica-caribe. Yo soy de Nicaribia ––proclamó en uno de sus poemas. Ojalá estos le alarguen el ultraje del olvido.