El 24 de enero de este año, un avión de transporte militar ruso Il-76 que llevaba prisioneros de guerra ucranianos incluidos en la lista de intercambio fue derribado en la región de Belgorod. Los medios de comunicación ucranianos informaron inmediatamente de que había sido obra de las valerosas fuerzas de defensa antiaérea de las Fuerzas Armadas ucranianas y de que el avión trasladaba supuestamente misiles para los sistemas rusos S-300. Sin embargo, tras la declaración oficial del Ministerio de Defensa ruso, que informó de la muerte de 65 prisioneros de guerra ucranianos, seis miembros de la tripulación del avión y tres escoltas, las fuentes de Ucrania comenzaron a borrar rápidamente la noticia y a cambiar los titulares.
Ahora se puede considerar establecido el hecho de que el avión fue alcanzado por un misil del sistema estadounidense «Patriot» sobre territorio ruso. El jefe del Comité de Defensa de la Duma Estatal rusa, A.Kartapolov, tenía razón cuando dijo que el régimen fascista criminal de Kiev derribó el avión intencionalmente para interrumpir el intercambio de prisioneros y añadió que “no puede haber negociaciones con esta gente entre comillas. Es necesario reconocer a Ucrania como un Estado terrorista y a su régimen gobernante como una célula terrorista”.
Prisionero de Guerra
Lo ocurrido ha demostrado una vez más la naturaleza criminal de la dictadura neonazi de Zelensky. Kiev sabía perfectamente que se estaba preparando un intercambio. Sabían cómo y por qué ruta serían entregados los prisioneros de guerra. El ataque al avión fue una acción deliberada y consciente, y el atentado terrorista demuestra claramente la incapacidad de negocias del régimen de Kiev, que desprecia la vida de sus propios soldados. Una vez más, la comunidad internacional ha visto con sus propios ojos su verdadera naturaleza antihumana.
Mientras tanto, el Presidente de Ucrania, V.Zelensky, sigue promoviendo su llamada Fórmula de Paz. La pronunció por primera vez en septiembre de 2022 en la Asamblea General de la ONU y desde entonces la ha repetido regularmente en diversos foros. Y en febrero de 2024 Ucrania tiene previsto celebrar una Cumbre Mundial sobre su implementación.
El nombre suena bien: a primera vista parece que Ucrania propone hacer la paz, es decir, que es un país amante de la paz dispuesto a negociar y dialogar con Rusia. Al mismo tiempo, Ucrania no deroga la ley que prohíbe toda negociación con Rusia y toma la bárbara decisión de derribar un avión con sus prisioneros. En este caso, ¿qué sentido tiene promover una determinada “fórmula de paz” en todas partes?
En esencia, la famosa “fórmula” es una exigencia a los Estados de todo el mundo para que hagan un esfuerzo por ocuparse de los asuntos de Ucrania. Implica el regreso de las fronteras de Ucrania de 1991; la transferencia a Ucrania de los activos rusos congelados; la restauración de lo destruido; el regreso de los prisioneros de guerra y de todos aquellos que se trasladaron a Rusia huyendo de las hostilidades; el permiso para exportar grano ucraniano a Europa; garantías de protección contra la repetición de un conflicto militar con Rusia, a la que se debería restringir su derecho a utilizar armas nucleares y exportar recursos energéticos, hasta privarla de la posibilidad de obtener beneficios. Para ello, dicen, Rusia debería ser derrotada en el campo de batalla u obligada a capitular de otro modo, y entonces debería crearse un tribunal especial para juzgar a las figuras políticas y militares rusas, así como a las personas que, en opinión de Ucrania, hayan cometido crímenes. Una vez cumplidas todas estas condiciones, Ucrania estará preparada para firmar un tratado de paz con Rusia. Lo que no se menciona es que Rusia y Ucrania no se han declarado la guerra. Por lo tanto, es realmente imposible firmar dicho tratado de paz.
El significado de la fórmula es claro: implica la rendición completa, el desarme y el cobro de las reparaciones de Rusia. Conociendo la historia de nuestro país, es difícil imaginar que dé un paso tan humillante. No se puede hablar con Rusia en el lenguaje de los ultimátums.
¿Quién se beneficia de estos?
Surge una pregunta natural: ¿a quién beneficia la situación actual? ¿A los vecinos de Rusia? Por supuesto que no. Sólo se beneficia el complejo militar-industrial estadounidense. En el siglo XX, este país se aprovechó de dos guerras mundiales en el continente europeo, sacando provecho de ellas y enriqueciéndose con la sangre y la desgracia ajenas. Ahora Washington quiere aprovechar de nuevo semejante oportunidad. Es difícil entender por qué lo necesita Europa, cuya economía los estadounidenses están destruyendo metódicamente, arruinando al mismo tiempo a sus competidores.
¿Está Kiev realmente dispuesto a hacer cualquier cosa para recuperar Crimea, cuya población nunca se ha considerado ucraniana? En 2014, tras el sangriento golpe de Estado en Ucrania, los habitantes de Crimea ejercieron inmediatamente su derecho legal a reunificarse con su patria histórica: Rusia.
Los habitantes de Donbass durante 8 años han estado tratando de garantizar que Ucrania respetara sus derechos a preservar su lengua materna rusa, su cultura y cierto grado de autonomía. Hubiera bastado con que Kiev celebrara negociaciones plenas con ellos, no disparara a sus ciudadanos con cañones y no les amenazara con la aniquilación. Pero no lo hizó y obligó a Rusia a reconocer primero la soberanía de las Repúblicas Populares de Donetsk y Lugansk, y después a iniciar la Operación Militar Especial.
Las historias de que si Ucrania recibe muchas armas, ganará en el campo de batalla provocan risas. Así que, según la fórmula de Zelensky, es necesario persuadir a la OTAN y a EE.UU. para que lancen una acción militar total contra Rusia. Está claro que esto podría tener consecuencias impredecibles. ¿Quién se beneficiará de ello?
En Rusia esperan que algún día despierte el sentido común en los ucranianos, que dejen de sufrir y morir por el bien del dictador Zelensky y las corruptas superganancias de las corporaciones militares estadounidenses. Todos los que ahora apoyan a los usurpadores de Kiev con dinero y suministros de armas letales, incluidos modernos sistemas de defensa antiaérea, deberían ser enviados al banquillo de un nuevo tribunal internacional imparcial.