Aranceles, salvar al soldado dólar

El 2 de abril comenzará el sistema de aranceles que Estados Unidos ha decidido imponer a sus socios comerciales y a algunos de sus enemigos históricos. La idea de los aranceles es la recuperación de su economía como vehículo para la recuperación de todo Occidente y tiene dos objetivos, ambos resumidos en la defensa de la centralidad de EE.UU. en la economía mundial. Se busca restaurar la fuerza industrial perdida tras su progresivo abandono en favor de una reconversión del proceso de acumulación primaria, que se desplazó hacia las finanzas y los servicios. La pérdida de millones de puestos de trabajo ha desestabilizado el equilibrio social interno y ha obligado a un aumento de las importaciones, afectando gravemente la balanza comercial.

La apuesta política de Trump se basa en la reconstrucción de la arquitectura económica estadounidense, es decir en la necesidad de restablecer una supremacía en la producción industrial, reduciendo el peso dominante de las finanzas e invirtiendo el ciclo globalista en la relación entre importaciones y exportaciones. En esencia, Trump busca atacar el modelo económico-financiero ultra monetarista respaldado por el Partido Demócrata, al que culpa de la pérdida de competitividad de la economía debida al desmantelamiento de los procesos productivos industriales y al crecimiento del PIB basado únicamente en la especulación financiera, entregando a los bancos la dirección de los procesos económicos del país.

Los aranceles se utilizan como una herramienta de presión en la negociación global sobre los nuevos equilibrios económicos e implican dos procesos simultáneos: incentivar (por no decir obligar) a las empresas extranjeras que comparten el ciclo de producción con EE.UU. a trasladar sus plantas o al menos una parte de ellas al territorio estadounidense, trayendo así capital fresco y generando empleo, especialmente en los tres estados más afectados por la crisis del sector automotriz, donde Trump arrasó: Pensilvania, Michigan y Wisconsin. Si esto ocurriera, las empresas extranjeras que instalaran sus fábricas en EE.UU. no serían afectadas por los aranceles. Esto iría acompañado de una gradual pero significativa depreciación del dólar, que serviría para fomentar la inversión extranjera y aumentar la competitividad de EE.UU. en la exportación global.

El segundo aspecto de esta iniciativa tiene que ver con el dominio del dólar como moneda de reserva y con la necesidad de frenar la creciente desdolarización. En este sentido, las amenazas de Trump a los BRICS incluyen terribles aranceles si continúan avanzando en la desdolarización. En esta óptica también debe interpretarse la disposición de EE.UU. a restablecer los flujos comerciales con Rusia y a levantar las sanciones contra Moscú: desvincular a Rusia del abrazo con Pekín sería, en la visión de Trump, la repetición en sentido inverso de lo que ocurrió en los años 70 entre Kissinger y la China de Mao con fines antisoviéticos. Esto contribuiría a frenar el impulso de los BRICS hacia la multipolaridad global en favor de un acuerdo marco entre las tres superpotencias: EE.UU., China y Rusia, con la India un paso atrás pero presente. Lo que significaría el fin de Occidente Colectivo y el alto a los BRICS, representando una clara vía de escape para un sistema fallido y un imperio en decadencia.

El uso de la “amenaza china” es distinto al planteado por los demócratas, quienes temían el crecimiento político, militar y diplomático de China, su capacidad de penetración en África y América Latina, además de posibles activos en Europa. Para Trump, la amenaza china es más bien de tipo económico, ya que ve a China como la primera economía del planeta. Por esto quiere flaquear su alianza estratégica con Rusia, ya que esta la hace aún más temible en el ámbito militar y estratégico, consolidando su primacía con el control del comercio mundial a través de la exportación, lo que convierte a Pekín en el primer socio comercial de 130 países.

Trump no considera a Europa un socio estratégico

Dado que dividir Moscú de Bruselas ha sido el mayor objetivo alcanzado con la guerra en Ucrania, aislar aún más a Europa redefiniría por completo el mapa del dominio capitalista en Occidente. Un debilitamiento total de la UE y de su papel llevaría a no considerarla más como un socio político y económico con quien negociar y compartir el ejercicio del dominio global, sino como un gigante marginal y dependiente de Washington en los equilibrios planetarios.

Que Europa vuelva a dirigirse hacia China es posible, pero está por verse cuánto le interesa eso a Pekín; no por casualidad, Xi Jinping ha evitado las ceremonias europeas. De hecho, China ya no necesita flexibilizar su presencia para armonizar su comercio con la UE, porque es Bruselas quien necesita más a Pekín que a la inversa. Según un estudio de European House-Ambrosetti, la UE importa desde China el 56% de las 34 materias primas “críticas”, es decir, los metales esenciales para la fabricación de coches eléctricos, turbinas eólicas, teléfonos inteligentes, PC, televisores e incluso drones, con un papel dominante en 11 de ellas. “Si China interrumpiera el suministro de tierras raras a Europa —señala el estudio—, para 2030 estarían en riesgo 241 GW de energía eólica (47% del total) y 33,8 millones de vehículos eléctricos (66% del total), lo que haría imposible alcanzar los objetivos de la UE”. Además, “el 45% de las materias primas para la producción de paneles fotovoltaicos en la UE provienen de China; lo mismo ocurre con la producción de energía eólica (42%) y, en cuanto a las baterías, la UE depende de Pekín para el 37% de las materias primas utilizadas en su fabricación”.

En resumen, Europa grita mucho, pero es evidente que lo hace para encubrir los dolores de la ignominiosa caída de su proyecto político (reducido a un consorcio comercial), social (convertido en un laboratorio represivo de políticas draconianas), estratégico (reducido a un mercado local) y diplomático (autocensurado en el altar del belicismo rusófobo).

La apuesta del patán

Pero la apuesta de Trump no puede ganar, al menos a mediano y largo plazo. Los aranceles generarán un aumento de al menos un punto en la inflación de EE.UU., llevándola al 4%, que se suma a una deuda descomunal (al 127% del PIB, es decir, 28,3 billones de dólares, un tercio de los cuales se ha acumulado en los últimos 20 años). Sobre todo, no funcionarán porque las represalias de otros países afectarán la economía global y, por ende, también la de EE.UU. Además – y este es el dato más relevante y, a la vez, el que demuestra la volatilidad de la medida – no se toma en cuenta que hoy en día el ensamblaje de un producto acabado se realiza en varios países, en la infame búsqueda del costo laboral más bajo.

Un coche eléctrico, por ejemplo, se fabrica en Alemania, México y Canadá antes de llegar a EE.UU. Imponer aranceles a una parte de la cadena de producción aumentaría el costo del producto, trasladándolo completamente a los consumidores, lo que previsiblemente reducirá la demanda y por ende la producción, incluso en EE.UU., lo que iría en contra del objetivo previsto.

Las sanciones a Ottawa serían especialmente contraproducentes, ya que EE.UU. importa de Canadá grandes cantidades de aluminio y acero a bajo costo, materiales que requieren mucha energía hidroeléctrica sin emisiones, de la que EE.UU. carece. La UE planea responder con medidas en el ámbito financiero, aplicando impuestos sobre los ahorros europeos en EE.UU. (alrededor de 150 mil millones de euros anuales) y con una presión fiscal sobre las principales empresas estadounidenses (Silicon Valley). Por su parte, México tomará medidas espejo, afectando los productos alimentarios estadounidenses y el sector automotriz.

Arthur Laffer, jefe de economistas de Reagan y creador de la famosa “Curva de Laffer”, ha advertido a Trump sobre los “daños irreparables” que los aranceles causarían a la economía de EE.UU. Trump, a quien los republicanos ven como el nuevo Reagan, opera en un contexto mucho más complejo que el de los años 80, debido a la interconexión global de los mercados y la circulación de productos. Esto hace imposible a corto y mediano plazo el restablecimiento de una economía basada en la rigidez de los mercados y en bloques comerciales cerrados entre sí.

Creer que se puede ser proteccionista en las importaciones y globalista en las exportaciones es no entender la realidad. El Este del mundo y sobre todo el Sur global, han trazado un camino irreversible hacia el multipolarismo. Ya no es solo una opción de justicia o un deseo de equilibrio y equidad, sino la única alternativa viable antes de un derrumbe económico que llevaría a una tercera y última guerra mundial.

Salvar al dólar de su uso criminal contra los países no alineados con Washington ya es imposible, y la fuga de reservas mundiales está acompañando el colapso de la Organización Mundial del Comercio, un instrumento inútil para todos excepto para el Norte global que vive violando sus reglas.

El cambio ya está en marcha y gana velocidad cada día que pasa, al menos como reacción a la arrogante miopía con la que la fortaleza occidental pretende atacar todo lo que está fuera de sus murallas. El desplazamiento del capital del Norte hacia el Este y la proximidad de los BRICS al 50% del PIB mundial explican mejor que cualquier discurso los flujos económicos presentes y futuros. No será una mezcla de chantaje, supremacismo racista e incompetencia económica lo que salvará a un moribundo.

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