José Juan Prieto, es uno de los miles de mexicanos inmigrantes que vivió en carne propia las condiciones inhumanas de las autoridades estadounidenses, que los encerraron en jaulas metálicas.
«Nos decían que tomáramos mucha agua y que hiciéramos gárgaras con sal». Sin medicamentos para aliviar el dolor”, dijo cuando logró regresar a México.
Su caso es de los más extremos sobre cómo ha transcurrido la pandemia en numerosas cárceles de este tipo en EEUU, donde miles de inmigrantes se hacinan y el distanciamiento social es casi imposible.
En el Centro de Detención de Otay Mesa, en California, la falta de tapabocas y guantes al inicio de la crisis sanitaria era una de las principales inquietudes.
Su preocupación no ha resultado infundada, ya que ha sido una de las prisiones para inmigrantes más golpeadas por la pandemia hasta el momento, con 155 de los 1.201 casos confirmados por el Servicio de Inmigración y Control de Aduanas (ICE, en inglés) entre la población bajo su custodia.
Cuando uno se aproxima a los exteriores de esa instalación, rodeada de montañas en una zona donde predomina el clima árido y seco, siente de entrada una sensación de asfixia, debido a las estrictas medidas de seguridad.