Aunque históricamente el chisme se ha visto como algo negativo, un estudio reciente publicado en Proceedings de la Academia Nacional de Ciencias sugiere que podría tener raíces evolutivas y proporcionar ventajas adaptativas.
Según los hallazgos, compartir información sobre terceros puede haber sido crucial para la cooperación y la supervivencia en sociedades humanas primitivas, influyendo en la reputación y las interacciones sociales.
Los investigadores de las universidades de Maryland y Stanford analizaron el impacto del chisme mediante simulaciones basadas en la teoría de juegos. Michele Gelfand, coautora del estudio, explicó que aunque esta práctica requiere tiempo y energía, parece ser una estrategia evolutiva efectiva. De hecho, en las simulaciones, el 90% de los agentes adoptaron el comportamiento de chismear, lo que fomentó la cooperación al influir en la percepción social. Para los chismosos, la cooperación obtenida es en sí misma una recompensa, perpetuando el ciclo de esta práctica.
Además de su impacto social, el chisme también afecta a nivel neurológico. Según expertos, esta práctica provoca la liberación de oxitocina y dopamina, sustancias asociadas al placer y al bienestar.
La neuropsicoeducadora Jackie Delger destacó que el chisme es emocionalmente memorable, mientras que Alejandro Andersson, director del Instituto de Neurología de Buenos Aires, resaltó las habilidades sociales avanzadas que poseen las personas chismosas, como influir en el comportamiento y comprender dinámicas sociales complejas.