Juan Gabriel, fallecido en Santa Mónica de un infarto a los 66 años, deja como legado más de seiscientas canciones –fue Armando Manzanero quien desmintió que hubiera escrito 1.800, como se ha dicho estos días–, pero no solo eso.
En cuarenta y cinco años de carrera, con más de cien millones de copias de discos vendidos, amasó una fortuna que lo colocó en 2016 según «Forbes Brasil» en el puesto 18 de cantantes más ricos. Por cada uno de sus espectáculos masivos, cobraba 700.000 dólares; solo el año pasado, ganó once millones de dólares.
Su patrimonio incluye lujosas propiedades en la Ciudad de México, Ciudad Juárez, Nuevo México, Acapulco, Cancún, San Miguel de Allende, Sonora, Michoacán, Miami, Las Vegas y Los Ángeles. Y otra cosa curiosa: los derechos por el uso de las cincuenta marcas que registró ante el Instituto Mexicano de la Propiedad Industrial, para un rango de productos que van desde ropa a utensilios de cocina, pasando servicios de publicidad y entretenimiento.
Si alguien quisiera, por ejemplo, abrir un bar y llamarlo «El Noa Noa», como el antro de Ciudad Juárez en el que se dio a conocer y que inmortalizó en una canción –conocida en España en la voz de Massiel tendría que pagar a sus herederos.
Cuatro hijos
¿Y quiénes son estos? Aún no está claro: de su descendencia nunca se habló mucho. Juan Gabriel, que nunca estuvo casado, contó que tenía cuatro hijos y que la madre de estos era su mejor amiga, Laura Salas.
Los cuatro se llamaban como él: Iván Gabriel, Joan Gabriel, Hans Gabriel y Jean Gabriel. Los rumores dicen que tres de ellos son adoptados y solo uno lleva sus genes, pero nunca se ha sabido cuáles. Dicen también desheredó que a todos menos a Iván, por meterse en problemas de alcohol y drogas. Se sabe, además, que le dio su apellido y su nombre los verdaderos, al hijo de otra amiga, Alberto Aguilera Jr., y que este tuvo un hijo que murió de sobredosis a los veintitrés años, algo que afectó mucho al cantante.
Alberto Aguilera Valadez, nacido en Parácuaro, Michoacán, quiso llamarse Juan por el maestro hojalatero que le enseñó las notas musicales y Gabriel por su padre, arriero.
Cuando este abandonó a su familia moriría en un sanatorio mental, la madre, Victoria, se mudó a Ciudad Juárez para trabajar de sirvienta y mandó a Albertito, entonces de cinco años, a un internado.