Nicaragua no quiere ningún mal para sus visitantes. Por eso el pueblo ofrece auténticas muestras de compañerismo, hospitalidad, aprecio…Y es esa noble tradición la que ha dirigido nuestras relaciones exteriores: auspiciar la buena vecindad.
Tal vez la cordialidad nicaragüense no atraiga las portadas impresas, virtuales o de alta resolución en días normales, y más si pertenecen a las fábricas de opinión, sin embargo, esa pronta asistencia en tiempos de tragedia, tanto de las familias de Corn Island como de las autoridades para asistir a los deudos costarricenses, habla con claridad del espíritu de Nicaragua.
Uno anhela que la visitante o el huésped, sea por razones de trabajo, negocio o esparcimiento, salga mejor de como entró a nuestro país. Y muchos ciudadanos del mundo han escogido la patria de Rubén Darío para descansar, invertir, trabajar…, por ser un pueblo tranquilo, que ama la paz y cultiva la armonía. Esa es nuestra realidad de carne, huesos y certezas, no la distorsionada por intereses políticos que no vienen al caso mencionar.
Recientemente, un informe de la Policía Nacional nos da el registro cierto de que solo hay 8 homicidios por 100 mil habitantes. Un dato de lujo mundial al margen de casos puntuales y aislados, de los cuales ni los países desarrollados están exentos porque es parte de la maldad de alguna porción del género humano. Los agentes del orden hacen su labor en conjunto con la ciudadanía, pero la cura de un corazón enfermo que rinde culto con su abominable historial al Bajísimo, solo proviene del Altísimo.
Lejos del caos, la peligrosidad delincuencial y el dominio incluso de territorios por parte de sujetos fuera de la ley en ciertas repúblicas, Nicaragua se cohesiona con la seguridad ciudadana y jurídica para aumentar más la confianza en lo que se debe promover y defender por encima de todo: la vida y lo que viene con ella.
La trágica muerte de 13 hermanos y hermanas de Costa Rica es un dolor mutuo. Y como se vio en los hechos, la fluidez de la atención por parte de la población caribeña y la Naval a los familiares en las tareas de búsqueda y rescate, también se produjo entre el presidente Daniel Ortega, la Coordinadora del Consejo de Comunicación y Ciudadanía, Rosario Murillo y el presidente de Costa Rica, Luis Guillermo Solís.
Es meritorio destacar la inmediatez con que actuó la embajadora de los Estados Unidos en Nicaragua, Laura F. Dogu, quien a solicitud del Gobierno de Reconciliación y Unidad Nacional, dispuso de naves del Servicio de Guardacostas de aquel país, para participar en las labores de salvamento.
Esta triste página, no obstante, ha logrado un acercamiento entre los gobernantes de ambos países, porque no nos juzgamos contendientes implacables: ni el pueblo y Gobierno Sandinista, muy bien simbolizados en el respaldo de Corn Island a las familias dolientes, ni el pueblo de Costa Rica, porque de otra forma sería imposible que hayan venido a disfrutar de Nicaragua más de 160 mil turistas de la vecina del sur, en 2015. A nadie se le ocurre ir a un país hostil con su patria.
“El pueblo de Nicaragua nos ha dado un apoyo total; los habitantes de Corn Island al momento de ser rescatados nos brindaron agua, frazadas y alimentos, lo que nos fue importante en ese momento. Hoy lastimosamente regreso a Costa Rica sin mi esposa, pero acá todos hemos sido bien atendidos por el gobierno de Nicaragua, se ha visto la solidaridad entre nuestros países” dijo el sobreviviente Fernando Barahona.
Palabras, igual de sentidas, son las del presidente Solís por las acciones dispuestas por “el presidente Daniel Ortega y doña Rosario y el pueblo de Nicaragua”, que “comprometen la gratitud del pueblo de Costa Rica”.
Es en los momentos más difíciles, en la hora de la tribulación, cuando se conoce dónde están las verdaderas amistades. Javier Sancho, embajador de Costa Rica en Nicaragua, lo ha descrito muy bien:
“Estamos muy agradecidos con el Gobierno de Nicaragua en especial y muy agradecidos con el presidente Ortega, con la señora Rosario Murillo (…) Han sido absolutamente gentiles, colaboradores, amables y no tenemos palabras para describir esa cooperación”.
Ciertamente, a ninguno nos conviene considerarnos países adversarios ni tratarnos como tales, sobre todo cuando contamos con enemigos despiadados como los cárteles de la droga y compartimos, por si fuera poco, la desgracia de pagar por otros la colosal factura del Efecto Invernadero.
Nicaragua, hay que decirlo, es un escudo de protección frente a graves amenazas como las maras que podrían asolar Costa Rica. Y esto gracias al Modelo Policial Preventivo, Proactivo, Comunitario, aplicado a la prevención del narcotráfico, delito común y crimen organizado.
Ya el pasado no hay manera de arreglarlo ni siquiera acomodándolo en los discursos. A menos que se rehaga el mapamundi, estamos ligados al destino común de ser, ahora y siempre, lo que somos: hermanos de la vida.