Sandino, el pueblo sí agradece

¿Quién es el pueblo de Nicaragua? ¿Es suelo árido o tierra fértil? ¿Agradece o no agradece?

El general José María Moncada tenía su propio concepto de “pueblo” y seguramente no cambió mucho entre las paralelas históricas, los liberales y conservadores, porque sus herederos cuando hablan de Nicaragua entonan el himno maligno del antiguo “patio trasero”: No-se-puede.

“No hombre… ¿Cómo se va a sacrificar usted por el pueblo? El pueblo no agradece… Esto se lo digo por experiencia propia… la vida se acaba y la patria queda…”, dijo Moncada al general Augusto C. Sandino. La mañana del 2 de febrero, de 1933, adelanta una contestación sobre quién es el pueblo y qué hace cuando siente confianza en sus líderes.

Sandino llegó personalmente a Managua a negociar la paz. Solo cuatro personas, entre ellas el presidente Juan Bautista Sacasa y el asesino Anastasio Somoza García, sabían que el guerrillero, quien expulsó al ejército más poderoso de toda la humanidad, llegaría en un avión Ryan, facilitado por el gobierno de México, para todas sus operaciones de paz. (“Maldito país”, José Román).

Ningún periódico avisó. Tampoco una nota de prensa del gobierno dio cuenta de la llegada de Sandino. Pero el pueblo de carne y hueso, no una categoría ideológica abstracta, lo olfateó literalmente en el aire.

En el aeropuerto empieza a tomar parte el concepto de “pueblo” de Nicaragua que Sandino se encargará de formar. “Como por arte de magia, el campo Zacarías se llenaba de gente. Viejos, niños, ricos, pobres, en coche, a pie…”, narró el periodista Román.

Ese mismo pueblo quiso “levantarle en peso, pero no se permitió a nadie arrimarse”, describió el autor. “Mientras tanto, todos los presentes gritaban y estaban como locos. Sandino subió a la limosina y dijo: — A la casa Presidencial–. Parecía nervioso”.

Era la primera vez que el General estaba con el pueblo completo, ese que Moncada le había asegurado “no agradece”.

Multitudes

Es indispensable mirar el texto fotográfico de Román para comprender que Sandino se había hecho uno solo con un pueblo que estaba lejos de ser ingrato. Porque los pueblos no practican la ingratitud, el pecado más abominable después de la violencia de cualquier tipo contra la niñez y la mujer.

“El palacio presidencial tuvo que ser patrullado por cordones de guardias, porque millares y millares de hombres, mujeres y niños, sin exagerar, casi todo Managua, gritaban y sitiaban el palacio batiendo al aire banderas y pañuelos con vivas al general Sandino y pidiéndole que se dejara ver un minuto siquiera…”. En el salón principal se firmaría la paz.

La mañana del 3 de febrero, “el pueblo entero de Managua pedía a Sandino con locura. Que se dejara ver, que querían hacerle una manifestación monstruosa, pero se negó”, por lo que significaban las concentraciones libero-conservadoras: “Las manifestaciones sirven para las propagandas políticas y para prometerle al pueblo. Yo no tengo nada que prometer. He luchado por el pueblo sin decírselo y sin que me miraran…”.

Al dirigirse a la Aviación, ya “estaba lleno con millares de personas de todas las clases sociales…”.

“El tumulto era increíble”, detalla Román, y antes de partir “todos querían abrazar a Sandino y como el pueblo le pidiera unas palabras”, él se paró sobre la pasarela “y cruzando su diestra al pecho, mientras la multitud le escuchaba reverentemente, resonaron sus palabras:

‘Hermanos nicaragüenses: Estos trascendentales momentos están diciéndole al mundo que los nicaragüenses somos capaces de gobernarnos por nosotros mismos, como todo pueblo libre y que sabremos desarrollar nuestras actividades y engrandecer esta patria que estuvo sometida a una dura esclavitud por muchos años. Me tocó en suerte lograr su libertad tras una larga y feroz lucha. Ahora he traído la paz. En adelante, solo de ustedes los nicaragüenses depende saber mantener esta independencia que tanta sangre y sacrificio nos ha costado’”.

El pueblo estalló en una tempestad de vivas y aplausos, extraordinariamente conectado al espíritu de Sandino. Luego, en medio de la ovación, el avión enrumbó a las montañas.

Sandino termina de redondear un mes después, en lo profundo de la selva, quién es el pueblo: “Es la nación”. Así aleccionó a los obreros de las minas, tras hablar de la responsabilidad social de las empresas extranjeras, de las que no era su enemigo: “Les explicaba que yo no era comunista, sino SOCIALISTA. Que cada hombre tiene derecho a disfrutar de su trabajo, pero nunca explotar la ignorancia ajena”.

Visionario, sabía que con la firma de la paz no concluía todo: “No hay en el mundo quien pueda dudar de la excelencia de la semilla que hemos plantado y yo no tengo la menor duda que el pueblo de Nicaragua es tierra fértil y generosa y sépalo usted que esta semilla, aunque habrá que regarla con abundante lágrima y sangre de nuestro pueblo, un día, quizá lejano, FRUCTIFICARÁ inesperadamente e irresistiblemente y cuanto más largo sea el periodo de germinación, tanto más hermoso será el fruto. ¡No pierda nunca la fe!…”.

Ese alto concepto de Sandino hacia Nicaragua solo lo mantiene el Frente Sandinista. Ninguno de sus líderes y militantes, comenzando por el presidente Daniel Ortega y la escritora Rosario Murillo, el vicepresidente Omar Hallesleven, los comandantes Bayardo Arce y Doris Tijerino, el presidente del Parlamento, René Núñez, Jacinto Suárez, William Grigsby…, han dudado del potencial del pueblo.

Nicaragua no es un “paisito”, vil sinónimo de “patio trasero”, sino un pueblo libre que sabe desarrollar sus actividades, desde cambiar la matriz energética contaminante, pasando por trabajar en el atractivo mundial en los negocios, el turismo y la economía, hasta en el Canal Interoceánico.

“Somos capaces de engrandecer esta patria”, sostuvo Sandino al encontrarse cara a cara con el pueblo, dándole un amanecer a los sueños de Rubén Darío: “Mis ilusiones, y mis deseos, y mis/ esperanzas, me dicen que no hay patria pequeña…”.

**Edwin Sánchez

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