La Purísima, El Cocibolca y el Dragón Infernal

Hay dos raíces relevantes de nuestra religiosidad sincrética. Una, que proviene de los pueblos que migraron de México en dos grandes oleadas, cargando con sus dioses, mitos y ritos, y otra que proviniendo de España, trajo los propios del cristianismo en su versión romana católica.

Octavio Paz, Premio Nobel 1990, escribió que “la religión de los indios, como la de casi todo el pueblo mexicano, era una mezcla de las nuevas y antiguas creencias. No podía ser de otro modo, pues el catolicismo fue una religión impuesta” (El Laberinto de la Soledad, p.129, 1997). Rubén Darío lo advirtió primero en “Huitzilopoxtli (Leyenda mexicana)”.

Como no hay casualidades en la vida, en una cultura, la serpiente era venerada; los aztecas en la advocación de Quetzalcóatl y los Mayas, en la representación de Kukulcán. Su culto se extendió a Nicaragua con los chorotegas (800 años después de Cristo) y nicaraos o nahoas (1,200 d.C.). Ahí están sus rastros pétreos.

Los europeos que sojuzgaron América, al contrario, detestaban esa incómoda religión, por lo que utilizaron su principal arma contra la Serpiente Antigua de la que habla la Biblia, en alusión a Satanás. Serpiente que por su forma mexicana, y por lo tanto nicaragüense, al representársele alada, emplumada, y por lo general enrollada, provocaba en el ánimo del español medieval el espanto de vérselas con un dragón como los que abundaban en las leyendas del oscurantismo europeo.

No solo vinieron a conquistar y colonizar, sino que invadieron América con sus miedos e incertidumbres. El Nuevo Mundo aplastado por el insepulto pasado europeo; invasores que provenían del más terrible periodo de la humanidad: la Edad Media. Los capitanes adelantados de España abrieron paso al atraso de nuestros países.

Así nace Nicaragua: unos creyendo en la serpiente y los otros temiéndola, hasta “derrotarla” junto a sus devotos. Los viejos dioses, ¿vencidos? Es probable que este mestizaje de desconfianzas mutuas en el más allá de cada quien, produjo una patria que no podía creer en sí misma en el más acá.

Frente a la Serpiente Emplumada, los conquistadores llevaron como estandarte, cuando habían sojuzgados a los pueblos originarios, la imagen de la Inmaculada Concepción de María, y, no es, de nuevo, “casualidad” que en los cánticos de La Purísima, sea exaltada como “vencedora” del “dragón infernal”.

Lo primero que impresionó a los expedicionarios fue el Gran Lago de Nicaragua, que ellos llamaron la Mar Dulce, pero esa impresión no era por la inmensidad de su espejo que se perdía en el horizonte. Había algo más. El nombre Cocibolca era una invocación, una dedicatoria, un sagrado lugar conforme a su cosmogonía precolombina.

De otro orden

Pablo Antonio Cuadra al citar a Alejandro Dávila Bolaños, precisó: “el nombre de Cocibolca es una corrupción de Coabolco que encierra en su raíz el término ‘Coatl’, serpiente, y ‘co’, lugar. El Gran Lago para los pueblos nahuas y chorotegas era el nido de la gran serpiente y la Serpiente era el signo, y el símbolo del dios héroe cultural principal de Mesoamérica”.

Dávila Bolaños observó que en la “época hispana, la mayor parte de los puertos que rodean a la gran serpiente líquida tienen nombres de santos que combatieron con la Serpiente, como San Miguel, o San Jorge, o bien la Virgen” (El Nicaragüense, p. 131, 2003).

Sin embargo, puede haber un error de Dávila Bolaños, al referir “Coabolco”. Es fundamental el dato que aporta el historiador Patrick S. Werner sobre una ciudad imaginaria del cacique de Nicaragua, llamada Quauhcapolca, cuya fonética es más próxima a Cocibolca.

El primero que la menciona es Juan de Torquemada y la ubica como ciudad del Cacique. Muchos historiadores han caído en el error del cronista español.

Werner en sus investigaciones no encuentra a Quauhcapolca en las “siete encomiendas de pueblos, que se llamaban Nicaragua o que estaban situadas contiguo a Nicaragua”, en la “lista de tasación de 1548” (Etnohistoria de la Nicaragua temprana, pp.50-51, 2009).

Y es que nunca iban a encontrar ningún pueblo porque, deducimos nosotros, es el nombre original del Lago de Nicaragua, Quauhcapolca, Lugar de la Gran Serpiente.

De ahí que El Cocibolca constituyó una lucha de otro orden que los españoles no la podían librar solo con espadas, alabardas y arcabuces. Por eso “rodearon” el Lago y aún adentro, de estos insignes personajes del santoral y símbolos católicos. Se cuentan, por ejemplo, dos Santamaría, una en la isla Zapatera y otra en la costa oriental central, Chontales; un Santa Cruz, en la costa occidental, cerca de Granada.

San Ubaldo, en la orilla Este, seguramente fue nombrado por su poder, que se elogia en el Oficio de su fiesta: “se manifiesta principalmente sobre los espíritus del mal, y los creyentes son instruidos para que recurran a él ‘contra omnes diabólicas nequitias’”, o iniquidades diabólicas.

San Joaquín, un santo apócrifo, pero celebrado como el padre de la virgen María, es, por extensión, otro que luchó contra el dragón infernal. Se ubica a pocos kilómetros al Este de El Menco. Y bajando un poco hacia al sur este, en la retaguardia, su hija, Santa María.

De hecho, hay dos Santa María en el Gran Lago: una en la Isla Zapatera y la otra, cercana a la costa, en Chontales. Lo sorprendente es que están casi en línea recta, según se comprueba en el mapa.

San Rafael es otro poblado, cuidándole las espaldas al puerto de San Jorge. Aquel fue un ángel luchador contra el demonio, según aparece en los libros deuterocanónicos de la Biblia, no reconocidos por la Iglesia Protestante.

La Punta Jesús María, en el extremo oeste de Ometepe, y María de Jesús, entre La Virgen y Sapoá, es parte de este anillo célico que se fue extendiendo con el tiempo.

Son dos San Benito que custodian el Lago, uno más cerca de la playa occidental, al sur de La Virgen. Ambos coinciden en dirección a San Miguelito.

De San Benito (480-547) se sabe que fue “un poderoso exorcista” que contaba con el “don para someter a los espíritus malignos”, con la Cruz que lleva su nombre.

Reino lacustre

Todo hace indicar que los españoles sentían alguna incertidumbre con la madre de Jesús, porque reforzaron el “sitio” al Cocibolca con una multitud de santos. Bien pudieron atenerse con la primera ciudad fundada por los españoles, Granada, bajo la advocación de la Inmaculada Concepción de María. Al no confiar, privaron a los nativos de Ometepe de sus dos volcanes, el primero Omeyatecigua, que significa dos (ome) mujeres (cihuatl).

Según la cultura mexica, corresponde a la dualidad creadora. Estos dioses eran Ometecuhtli, la esencia masculina de la creación, esposo de Omecihuatl.

De acuerdo a la historia, los frailes franciscanos rebautizaron este volcán en el siglo XVI con el evocador nombre de Concepción. Uno de los emblemáticos cánticos es precisamente “¡Oh! Virgen de Concepción”. Como sea, Concepción es Creación.

“Coatlán” era el nombre del segundo cono de la isla santuario. Coatl, como sabemos, es serpiente. “Lugar de la Serpiente”, así era conocida y venerada la elevación. Es posible que de un dicho español se haya desprendido el cambio de nombre. Si alguien menciona “culebra” o “serpiente”, lo primero que dirá el oyente es ¡Toco madera! Pues ahí está, para acordarnos siempre, el empinado volcán Maderas.

Con todo, la fe hispana era muy inestable. La leyenda dice que en el siglo XVIII la Virgen “apareció en un cajón”, flotando en la Mar Dulce. Con ese “bautizo”, como asentirá el pueblo católico, la Purísima terminaría de dominar también sobre el reino lacustre de la Serpiente Antigua.

Los españoles que vinieron a Nicaragua demostraron que eran hombres gobernados por las dudas. Mientras los descendientes de los pueblos mexicanos nunca titubearon en que la Gran Serpiente anidaba en el Lago, los peninsulares reforzaron, por si acaso, su tren de guerra con un emplazamiento de cañones en el Fuerte San Pablo, en las isletas de Granada. ¿Era para combatir a los piratas?

No obstante, el apóstol de Tarso es el mismo que glorifica a Jesús como único puente entre Dios y la Humanidad, y aún la alerta:

“Porque no tenemos lucha contra sangre y carne, sino contra principados, contra potestades, contra los gobernadores de las tinieblas de este siglo, contra huestes espirituales de maldad en las regiones celestes” (Efesios 6:12 – Reina Valera 1960).

** Edwin Sánchez

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