El amor pasional. La conquista amorosa y los primeros meses de relación suelen ser muy intensos y “calientes”. Las pasiones son emociones placenteras agudas, urgentes, de corta duración. Unen a los amantes con tanta fuerza que es imposible pensar en otra cosa.
En esta etapa dos personas se desean, esperan el momento para estar juntos y se revuelcan en la cama en un enredo frenético. También temen que el amor se esfume, se rompa, que todo termine. La pasión se siente en el cuerpo y ocupa parte importante en la cabeza, los vuelve torpes, poco concentrados, dos “tortolitos” suspendidos en el aire.
La ciencia de la pasión. La ciencia ha comprobado que estas emociones están provocadas por diferentes moléculas cerebrales. La dopamina es un neurotransmisor que se libera en la denominada “área de la recompensa”. Esta región cerebral es la misma que se activa cuando existen adicciones. Por lo tanto, podemos inferir que el amor pasional actuaría como una “droga” pasible de provocar intenso placer cuando se tiene, o abstinencia cuando falta. Como todo afecto fugaz, despierta el temor a que alguna vez se pierda. Y aunque sepamos que la pasión se vuelve con el tiempo un sentimiento más reposado, intentaremos que se extienda todo lo posible.
Otros estudios efectuados con resonancia magnética funcional demuestran que durante esta etapa de exceso placer las áreas que controlan el pensamiento reflexivo se encuentran disminuidas en sus funciones, lo que se corresponde con la poca racionalidad que acompaña al ser embargado por la pasión.
Para el apego hay que esperar. Las parejas añoran esos primeros meses de acciones desenfrenadas. Pero también saben que lo bueno dura poco, y que para recuperar algo de lo perdido se requiere de acciones pensadas de antemano.
Se sabe que el apego es la instancia que sigue al amor pasional, cuando se constituye un vínculo que goza del amor, pero requiere de compromisos más sólidos y consecuentes. Si antes la espontaneidad hacía de las suyas apenas se pensaba en el otro, de ahora en más, en la etapa de apego, habrá que defender la intimidad ante otras situaciones como el trabajo, las relaciones sociales de cada uno, la llegada de los hijos, etc.
La construcción del apego no es algo inmediato. Según algunos autores (como Robert Winston, del Smithsonian Institution) su conformación requiere de un año y medio a tres años. En el armado del vínculo de apego no solo intervienen factores actuales (deseos, sentimientos, afinidades, desacuerdos, intimidad sexual, etc.) también se suman aspectos más profundos e históricos de cada una de las partes, por ejemplo: crianza, experiencia vincular de los padres, educación, internalización de valores durante la infancia, pautas sobre la vida en pareja y el sexo, etc.
Todo este conjunto de aspectos históricos y actuales actúan como condicionantes del apego. Las emociones serán, entonces, las compañeras de la unión. No tendrán la fuerza ni la locura de los primeros meses, pero serán el factor de cohesión imprescindible.
“Nos amamos, pero no podemos estar juntos” Esta frase revela una verdad: con el amor no basta. Existen parejas que se aman pero no pueden con los desacuerdos, ni los problemas que surgen en la cama. Hay amor, pero la función de apego deja mucho que desear.
Es posible que la historia del primer apego fundacional (la relación con sus padres) vuelva en forma inconsciente como un fantasma que irrumpe en la morada de la pareja. No es raro que un sujeto adulto revele dificultades vinculares por cuestiones no resueltas con sus padres. Podría citar temores infantiles, sobreprotección o abandono parental como algunas de las causas del pasado que influyen en la construcción del actual vínculo.
El estudio del apego en las uniones amorosas no queda limitado a la interacción que necesitan los amantes para constituirse como pareja. Intervendrían también aspectos inconscientes del pasado que será necesario revisar.