** Edwin Sánchez
I
Toda persona que decida ingresar a un partido o fundar uno, lo que está diciendo es que tiene la oportunidad de luchar por el poder: concejal, alcalde, diputado…o simplemente respaldar o cambiar un gobierno. ¿Es bueno? ¿Es malo? Es un derecho.
Pintar en blanco o negro una aspiración, o ambición, según los móviles, diluye todos los matices de un hecho y nos distrae sobre un fenómeno de hoy: el de aquellos que menospreciando a los partidos entran por los atajos del oportunismo al terreno de la política, sin necesidad de poner a pruebas su “carisma” y su “don de líder”.
Otros, después de haber quemado sus cartuchos en la política o en un cargo estatal, se refugian en un oenegé o en un medio para lavar su imagen, y reiniciar así su proyecto público, primero en la gaseosa categoría de “diversos sectores”, y luego, tras la operación reciclaje, resurgir como “notable”, “idónea”, “gurú”…
Como sea, rechazan someterse a lo más básico de la democracia: que el pueblo los elija y les confíe la magna labor de dirigir la nación, si realmente son lo que dicen ser. Pero no tienen tiempo para esas labores de carpintería propia de los partidos. Se sienten por encima de los demás.
Hay quienes desde la iglesia, sea católica o evangélica, y últimamente de la “sociedad civil” e incluso alguno de la empresa privada, pueden preguntarse ¿dónde estoy yo en estos momentos?
Unos lo harán por motivaciones menos temporales, y los más por asuntos estrictamente personales, por capricho, por llenar un vacío que su carrera en la religión, el organismo no gubernamental o los negocios, no logra colmar y por el contrario lo aumenta a niveles de abismo.
De pronto caen en la cuenta de que el altar, el oenegé o la empresa les queda “pequeño”; las ovejas, los ciudadanos o los accionistas “no reconocen” la calidad de su “dirigencia” y es cuando resuelven, unos, lanzarse abiertamente contra el gobierno de turno.
Otros, más cautos, para no perder lo que les ha costado llegar hasta la tribuna, “divina” o mundana, prefieren aromatizar su discurso político de incienso social o de datos económicos.
Con sus cuestionamientos presentados como “sermones”, “intervención ciudadana” o “mensaje para la institucionalidad y el desarrollo”, lo que quieren es el poder sin el costo de pasar por las tribulaciones de un partido y…“quemarse”.
Se presentan como la Piedra Filosofal: son la “solución” para “sacar” o “salvar” a la nación del “infierno”, “el atraso”, o el “atropello” del Estado y del Mercado a los derechos individuales, a fin de llevarla directa al “paraíso”, el “empoderamiento” de los movimientos sociales o “el crecimiento económico”, según el oficiante.
Ahora, en el papel indefinible de “profeta”, de ciudadano “sensible” o desprendido “genio” del business, ese rostro antes solo conocido en las cuatro paredes del templo, los foros o el negocio, asoma en las portadas…
II
¿Acaso la Constitución no garantiza la libertad de organizarse o expresarse? Claro. Pero escudándose en la Carta Magna, paradójicamente, hay cierta gente que la atropella, al no hablar en su propio nombre o del organismo que representa. A su exaltado punto de vista no solo le encanta ponerle el nombre de Nicaragua sino que lo ornamenta con la bandera azul y blanco.
Si un sector o persona no está de acuerdo con alguna decisión de Estado, debería amarrarse los pantalones o la falda y decirlo en su carácter individual o de sus siglas, pero no abusar alegremente de la democracia: “el pueblo reclama”, “el pueblo dice”, “el pueblo no quiere el Canal”, cuando apenas es una microscópica minoría.
Esta perniciosa costumbre devela en toda su magnitud que los valores democráticos de los que se autoproclaman “defensores del Estado de Derecho” solo es un traje a la medida del tiraje de la pasarela mediática.
Lo más triste es que hay personas que quieren, desde la llamada “sociedad civil”, constituirse en el “nuevo liderazgo” del país, sin ser electos, sin registrarse siquiera en una institución política. Desdeñan la fórmula básica de la democracia, pero recurren a la falacia para maldecir los proyectos de Nicaragua como el Gran Canal.
La sociedad no es irresponsable para enviar a estas personas a tratar de engañar a la comunidad internacional. La Constitución, transgredida por esta gente que se toma atribuciones que nadie les ha dado, es clara:
“El poder soberano lo ejerce el pueblo por medio de sus representantes libremente elegidos por sufragio universal, igual, directo y secreto, SIN QUE NINGUNA OTRA PERSONA O REUNIÓN DE PERSONAS PUEDA ARROGARSE ESTA REPRESENTACIÓN”.
No es así por así que un grupo de “iluminados” va a apoderarse del nombre de Nicaragua. Lo mínimo que debe hacer es ajustarse a lo dispuesto en el artículo 2 que consigna referendos, plebiscitos, “y otros procedimientos que se establezcan” en la Carta Magna y las leyes. Debe respetar el orden y no cualquier orden: es un Principio Fundamental de la Constitución.
Cómo será que hasta el escritor Carlos Alberto Montaner, siendo de derecha, desconfía de esa “miríada de oenegés que subsisten de la solidaridad ajena, aunque desprecien el aparato productivo del que viven, y le muerdan la mano al que les da de comer…”.
III
El FSLN probó, en los años 60-70, las verdades de ese tiempo histórico con las armas, la sangre y las tesis. Y saboreó la miel de la victoria.
Después, debió apurar el vinagre de la derrota y conoció, en esos días, que no todo el que dice “Revolución, Revolución”, es revolucionario, aunque haya pertenecido a la “crema y nata de la Utopía”.
El sandinismo reconoció que la patria era más grande que la Revolución, y que los dogmas, además de producir izquierdas desastrosas, desarreglan el presente y futuro del país.
Este es un partido que con el comandante Daniel Ortega y la escritora Rosario Murillo supo leer Nicaragua con los ojos de Nicaragua. Enseñó que la Revolución y la Democracia pueden coexistir, que tan importante fue el proceso revolucionario inicial como lo es el proceso democrático actual.
El compromiso, pues, es mayúsculo para probar de nuevo, ante los ojos del mundo, las verdades de los Nuevos Tiempos con los votos. ¡Esto es Creer en Grande!, como bien dice Rosario.
El Frente con su historial, al alcanzar el estatus de institución política moderna y responsable, ofrece una valiosa lección de Democracia: para dirigir un país, lo primero es aprender a ser una opción.