El comandante Daniel Ortega no escaló la máxima dirección del Frente Sandinista solo “porque sí”. Reconocerlo para unos es difícil, pues significa admitir el éxito ajeno, la capacidad de obtener los desenlaces más óptimos en virtud de saber el tiempo adecuado de una decisión y descubrir, por consiguiente, las claves para mover la historia.
Es ya una tradición de cierta gente insistir en la alteración y descontextualización de los sucesos. Porque lo que se pretende al tratar de descomponer una época es arreglar una historia postiza para apartar al sujeto que, precisamente por sus méritos, estorba. La miseria humana se encarga del resto.
El ser miembro de la Dirección Nacional histórica (años 60), Coordinador de la Junta de Gobierno primeramente (1979-1984), luego Presidente y Secretario General del FSLN, no son funciones usurpadas a nadie ni regaladas: están sólidamente sostenidas por la Historia. Ni sus actuales detractores, mientras estuvieron en el poder, ejercido con autonomía, jamás lo objetaron (1979- abril 1990).
Gracias también a la aguda visión de la intelectual sandinista, Rosario Murillo, para descifrar Nicaragua y coincidir con ella que el país era otro –con retos superiores al esclerótico relato del viejo catecismo ideológico– el comandante Ortega es electo nuevamente Jefe de Estado, 2007, y se revalida exponencialmente en 2011.
No en vano Rosario insta a contar “con mucho sentido del balance, sabiendo encontrar en todas las realidades, todos los aspectos, todas las facetas. Porque la realidad tiene caras, o facetas múltiples, y hay que saberlas leer, saberlas entender…”.
El desencadenamiento de eventos y la intensidad con que se vivieron en sus distintas y complejas etapas, excede el arbitrio de los hombres. Hay Alguien más allá de lo que únicamente advertimos sus consecuencias tangibles.
En 1966-1967, Daniel era el Jefe Militar de la Resistencia Urbana en Nicaragua. Él no se inventó el título: se lo entregó Carlos Fonseca, el fundador del Frente Sandinista, tal era su enorme confianza en el veinteañero.
El 22 de junio de 1967, detalla Tomás Borge, integra una escuadra. En el operativo de recuperación económica, “participaron el responsable militar de la Resistencia Urbana, Daniel Ortega; Selim Shible, Jorge Sinforoso Bravo y Axel Somarriba”.
A pesar de la jefatura que ostentaba, el comandante Ortega dirigió la acción. Obtuvieron 225 mil córdobas, “suma sin precedente”, escribió el finado miembro de la Dirección Nacional. “Y la escuadra guerrillera se retiró en calma, en un taxi color azul, placa 849”.
La anotación del comandante Borge –“sin precedente”– no es casual: las actividades guerrilleras y políticas que comandó, antes y después de estar prisionero, estuvieron marcadas por sus alcances en la inteligente construcción de la victoria mayor.
El escritor apunta: “… estuvo cuatro veces en Fila Grande y Pancasán, compartiendo el oficio urbano con el de guerrillero rural”. Y testifica que el joven fue impedido de luchar en Pancasán: “Carlos ordenó a Daniel Ortega volver a Managua, junto con Leopoldo Rivas, que estaba enfermo. Daniel partió a regañadientes, porque prefería compartir nuestra suerte”. (“La Paciente Impaciencia”, Tomás Borge, 1990)
A la ofensiva
Luego de siete años en la cárcel, y no en una suite cinco estrellas, el comandante Ortega da otros registros de su conducción, porque perteneciendo al Directorio, desde el teatro de las operaciones lideró la transformación del FSLN, en el estilo, ampliación geográfica político-militar, conceptos y objetivos, y en especial, incidir en el protagonismo de las ciudades como ejes fundamentales en el derrocamiento de la dictadura. Recordemos: fue el Jefe de la Resistencia Urbana en los 60.
En el voluminoso libro “Nicaragua, Gobiernos, Gobernantes y Genealogías”, Adolfo Díaz Lacayo se encarga de sistematizar la historia sandinista en el terreno. Y, sin menoscabar el heroísmo de otros miembros del FSLN, porque una Revolución –como en Cuba– no es obra de un solo hombre, hay una verdad que el autor, con sus investigaciones, corrobora: el liderazgo trascendente de Daniel.
El miembro de la DN va al mando de una columna de combatientes bien pertrechados, cuyo Estado Mayor lo integran nada menos que Germán Pomares Ordoñez, Joaquín Cuadra y Francisco Rivera, “El Zorro”. Estaban a solo 5 kilómetros de Ocotal. Como segundo jefe, iba Víctor Tirado.
“Tal como se había previsto, para la noche siguiente, 12 de octubre, estaban llegando a la Carretera Panamericana Norte, a media distancia entre el puesto fronterizo de Las Manos y la ciudad de Ocotal, frente al portón de una hacienda llamada San Fabián; aunque no de acuerdo a lo planeado, al amanecer del día siguiente 13 de octubre la columna guerrillera tuvo que enfrentarse a guardias nacionales que –previa información recibida– habían llegado al sitio en jeeps y camiones, enfrentamiento que se extendió por seis horas, en el que hubo una matancina de guardias, y el que fue suspendido por los guerrilleros cuando llegaron las avionetas artilladas de la Guardia Nacional ametrallando en picada y lanzando sus rockets. Obligadamente los guerrilleros se retiraron hacia la Cordillera de Dipilto después de ESTA HISTÓRICA PRIMERA VEZ EN QUE EL FSLN SALÍA DE UN COMBATE SIN MUERTOS NI CAPTURADOS (versalitas del autor)”.
Luego sucedieron los ataques a San Carlos y el 17 al cuartel de Masaya. Los resultados no fueron los esperados. Sin embargo, el FSLN, principalmente con la columna de Daniel, empujó la historia, al marcar la diferencia entre lo que había sido el sandinismo y lo que ahora representaba seriamente para Somoza, quien creía exterminada la organización.
El historiador señala: “Entre el 15 de octubre y el 18 de diciembre de 1977, los fundadores del incipiente frente guerrillero del norte (unos 40), moviéndose en grupos de cinco, diez, quince y dando golpes sin respiro por donde menos lo esperaban, se tomaron temporalmente y con fines específicos (recupere de armas y municiones, realización de mitines políticos, compra de provisiones en pulperías, liberación de prisioneros, etc.,) los poblados de Mozonte, San Fernando, Santa Clara, el puesto fronterizo de Las Manos y otros pueblitos y algunos planteles madereros, ocuparon las haciendas El Volcán, Mi Ilusión, El Amparo, Las Camelias y El Limón, y emboscaron a una patrulla de guardias en el Puente de Lisupo, todo esto muy cerca de Ocotal, Nueva Segovia y no más lejos de unos 25 kilómetros”.
La innovación del Frente fue vital. Poner fin a la estrechez política en aras de nuevos aliados, abandonar la inmovilidad para quitarle la iniciativa a Somoza y adquirir el estatus de fuerza beligerante estableció quién, después de Carlos Fonseca, sería el jefe natural de la Revolución. Así lo constataron sus elevadas responsabilidades, no la burda manipulación del pasado.
Daniel resumió aquellas extendidas páginas de la lucha guerrillera en América Latina, después del invicto Augusto C. Sandino y la gesta de Fidel Castro: “Respondimos con la acción armada revolucionaria a una situación concreta, en vez de quedarnos en los análisis…”. (Daniel Ortega Saavedra, 1978, citado como epígrafe por David Nolan).
Para Nolan, a la sazón oficial del Servicio Diplomático de los Estados Unidos, esa vigorosa actividad de la guerrilla sandinista puso al “somocismo a la defensiva”. Eso nunca había ocurrido durante los más de 40 años de dictadura. (“La ideología sandinista y la revolución nicaragüense”, Ediciones 29, Barcelona, 1986, p.63).
Para aquellos que acusan al comandante Ortega de haber “combatido en Costa Rica”, bueno es saber dónde estaba cuando Nicaragua terminó de convulsionarse tras el asesinato del doctor Pedro Joaquín Chamorro.
Díaz Lacayo relata que “a estas alturas”, febrero de 1978: “los combatientes del frente guerrillero del norte del país ya eran unos 60 pues se habían nutrido con jóvenes de Ocotal y poblados vecinos, estudiantes y exiliados llegados de México y algunos campesinos hondureños; pues bien, todos ellos al mando de Daniel Ortega Saavedra asistido por Germán Pomares Ordóñez (El Danto), Joaquín Cuadra y Oscar Benavidez Lanuza, le cayeron sorpresivamente el día 3 al campamento El Rosario que la Guardia Nacional tenía instalado en las alturas de la Cordillera de Dipilto; los guardias tuvieron unas cuarenta bajas, fueron desalojados del campamento y se retiraron en desbandada, en tanto que Facundo Picado resultó herido por un charnel…”.
Nolan, por su parte, escribió que “Este aumento de las operaciones guerrilleras en la zona occidental de Nicaragua permitió, además, aliviar el acoso que sufría la moribunda columna de la GPP (Guerra Popular Prolongada), ‘Pablo Úbeda’, dirigida por Henry Ruiz, con lo cual pudo reagruparse en las montañas orientales y continuar las operaciones” (p.123). Empero, la Historia se movía en otra dirección.
De acuerdo al análisis de Nolan, la pasividad en que derrapó la GPP “minó su capacidad de determinar la producción de los acontecimientos” (p.63).
Concreta idea de Carlos
Díaz Lacayo en su relación sobre la gestación del Grupo de los 12, otro hito histórico, ofrece un dato que hasta ahora se había omitido, quizás porque el mismo Daniel, contrario a ya se sabe quién, escasamente habla de él, y casi siempre lo hace en tercera persona.
El laborioso historiador precisa que la idea de construir ese núcleo de personalidades fue uno de los últimos planteamientos de Carlos Fonseca Amador, porque “recuerda Fernando (Cardenal) que el comandante Carlos les había dicho con toda claridad (1976) que el FSLN actuando solo no podía sacar a Somoza del poder y que para tal efecto necesitaba aliarse con distintos sectores y partidos políticos a nivel nacional y que para conseguir estas alianzas necesitaba de un grupo de personalidades que inspiraran confianza. Hubo una tercera reunión clandestina (la primera con Eduardo Contreras), esta vez en un rancho de Masaya, donde le tocó a Daniel Ortega Saavedra hacer la misma propuesta y donde Fernando Cardenal pensó en Emilio Baltodano Pallais, el empresario cafetalero”.
No se trata de endiosar a nadie, sino mostrar algunos de los cimientos que en la superficie de los altos cargos no se ven y que explican muy bien por qué las mayorías, tras la debacle electoral de 1990, no identificaron más Frente Sandinista que el dirigido por Daniel.
Pero el Comandante Ortega está hecho de carne, hueso y errores como todo ser humano. Y sí hay errores, como no cerrar el ciclo del duro discurso contra Estados Unidos, a donde van nuestras exportaciones y vienen las remesas familiares, o suspender las relaciones con Israel.
En EEUU no todo es fatalmente blanco o negro; hay cambios como el acercamiento con Cuba. El pueblo de Nicaragua tampoco es enemigo de los judíos. Dios prometió a Abraham “bendecir a los que te bendijeran”. El deshielo con el Estado hebreo es necesario para transitar otro nivel.
Por algo el Altísimo, quien tiene el dominio en el reino de los hombres, libró a Daniel de las fauces de los leones desde que empezó la lucha con “la dignidad del peligro”, como diría Jorge Luis Borge.
Hay que ser agradecido con el Que Todo Lo Puede.
**Edwin Sánchez