Investigadores del Instituto Nacional de Salud (NIH) en Bethesda, Maryland, han profundizado en el impacto de los alimentos ultra procesados en la salud.
Encabezados por el científico Kevin Hall, los estudios revelaron que estos productos, predominantes en la dieta estadounidense, no solo fomentan el consumo excesivo, sino que también alteran procesos metabólicos fundamentales, contribuyendo a la epidemia de obesidad en Estados Unidos.
Un experimento clave incluyó a Guillaume Raineri, un francés de 42 años que durante un mes alternó entre una dieta de alimentos mínimamente procesados y una dieta ultra procesada. Los primeros días consumió ensaladas y pollo a la parrilla, sintiéndose enérgico y ligero. Sin embargo, al cambiar a alimentos como nuggets de pollo y papas fritas, experimentó hinchazón y fatiga. Los hallazgos respaldaron la idea de que los alimentos ultra procesados no solo afectan la dieta, sino también la calidad de vida.
En otro estudio realizado en 2019, Hall y su equipo observaron que los participantes consumían 500 calorías más al día cuando seguían una dieta ultra procesada. Además, presentaban niveles elevados de glucosa e insulina, lo que promovía el aumento de peso. Al regresar a una dieta más natural, perdían alrededor de un kilogramo en pocos días, demostrando el impacto directo del procesamiento en la salud.
El concepto de alimentos ultra procesados, introducido por el brasileño Carlos Monteiro, clasifica los alimentos en cuatro grupos según su nivel de procesamiento. El grupo más preocupante incluye productos como comidas congeladas, refrescos, embutidos y aperitivos envasados, que contienen numerosos aditivos químicos y son diseñados para ser altamente palatables, pero con bajo valor nutricional.
Expertos de Harvard señalan que el consumo elevado de estos alimentos está vinculado a un mayor riesgo de enfermedades cardiovasculares y metabólicas. En un estudio realizado con más de 100,000 adultos franceses, se encontró que quienes consumían más alimentos ultra procesados tenían mayor probabilidad de desarrollar enfermedades cardíacas y cerebrovasculares, una relación que se mantuvo incluso ajustando factores como la calidad general de la dieta.