Yo no soy un vende patria

La lucha insurreccional del General de Hombres y Mujeres Libres, Augusto C. Sandino, sería imposible de comprender sin adentrarnos en las circunstancias que lo llevaron a dar el paso hacia el enfrentamiento armado.

Sandino, nacido en un seno humilde y privado de todo gozo en su niñez, obligado a trabajar tal y como dictaban las costumbres feudales de la Nicaragua de principios del siglo XX, forjó su carácter en medio de tiempos de total inestabilidad socio-político-económica.

La Nicaragua de Sandino estaba en manos de presidentes títeres, moldeados desde Washington, Estados Unidos, donde se dictaban los destinos de las repúblicas bananeras.

Uno tras otro, por más de medio siglo los estadounidenses sustituyeron presidentes según su conveniencia, aupados por el apoyo de las sangrientas botas de los marines interventores en nuestra patria.

Tendría veinte años Sandino cuando dejó la casa de su padre para buscar la manera de hacer su vida. Así, recorrió haciendas y plantaciones trabajando como ayudante de mecánica.

Más tarde volvió a Niquinohomo, y en 1920 se fue a Honduras. En esta nación, la fiebre del banano estaba en su apogeo. Sandino se empleó en La Ceiba como guardalmacén del Ingenio Montecristo, propiedad de la Honduras Sugar & Distilling Co.

En el año de 1923 tendría que dejar Honduras y llegó a Guatemala, donde se colocó como peón bananero en las plantaciones de la United Fruit Company en Quiriguá; ese mismo año seguiría viaje hacia México, donde comenzaría a trabajar en Tampico para la South Pensylvania Oil Co. En 1925 pasó al campamento que la Huasteca Petroleum Co., tenía en Cerro Azul, Estado de Veracruz y fue nombrado jefe de un departamento de venta de gasolina al por mayor, donde, estuvo hasta su viaje de regreso a Nicaragua en junio de 1926.

El viaje fue motivado por un compañero de trabajo, quien le espetó que en Nicaragua era todos unos vende patria. Esa noche, Sandino comprendió que la actitud servil de los gobiernos de turno, no permitirían a Nicaragua ser libre si no cambiaba su rumbo. Decidió entonces que dedicaría todo su empeño en lograr un país nuevo.

De regreso en Nicaragua, se dirigió a la mina de San Albino, también de propiedad norteamericana, situada en la región norte de Nicaragua, y en las vecindades de lo que más tarde sería el teatro de la guerra sandinista se empleó y comenzó a realizar una labor de proselitismo entre los mineros, a favor de la causa nacionalista y profundamente antiimperialista.

En octubre había formado una pequeña columna de soldados sacados de entre los trabajadores y con sus ahorros compró unos pocos viejos rifles a traficantes de armas de la frontera con Honduras.

El Partido Liberal, en armas contra el gobierno en la Costa Atlántica, peleaba una guerra que según la mira de Sandino, debía ser también una guerra contra la intervención extranjera, y por eso buscó dar su propia batalla dentro de esas filas.

Libró con sus hombres el primer combate el 2 de noviembre de 1926, atacando la población de El Jícaro, en manos de fuerzas del gobierno. La mala preparación de su columna y la escasez y pésima calidad de las armas y municiones, harían que sufriera una derrota, pues no pudo ocupar la plaza.

Aquella pérdida sólo serviría para reafirmar su vocación de lucha. Reagrupó a su gente y después de dejarla bajo seguro en un lugar, que después llegaría a ser un reducto legendario de la guerrilla sandinista, el cerro de El Chipote, en el corazón de las montañas segovianas, se dirigió con unos pocos hombres hacia la Costa Atlántica, donde estaba el grueso de las tropas liberales, viajando por pipante a través del río Coco.

Varias semanas después alcanzó al General Moncada en Río Grande y se entrevistó con él para solicitarle armas y municiones, para su gente, que según sus planes formaría una columna segoviana que operaría en la región norte del país, al iniciarse la marcha del ejército hacia el Pacífico.

Moncada se negó, y Sandino siguió para Puerto Cabezas, donde estaba Sacasa con su gobierno, llegando allí para la Navidad de 1926, precisamente cuando la Marina de Guerra declaraba la zona neutral y desarmaba a Sacasa, lanzando el armamento al agua. Por la noche, alumbrándose con teas de ocote, sus hombres y él, ayudados por las personas del puerto, recogieron rifles y municiones del estuario hasta el amanecer; con estas armas, inició su viaje de regreso a donde esperaban sus soldados.

Metido en una guerra civil tradicional, Sandino aparecía como un General del pueblo que lejos de rehuir la lucha, participaba en ella brazo a brazo con los soldados de su columna, que multitudinaria pero disciplinadamente andaban tras él y tras la bandera enarbolada desde entonces en sus filas de colores rojo y negro, con la inscripción Libertad o Muerte.

Iracundo por los éxitos militares de aquella columna de campesinos desarrapados, una columna popular del General abajo, que batía ferozmente al ejército conservador y salvaba del fracaso a última hora a los improvisados generales liberales, el jefe del ejército insurgente, Moncada, interrogó acremente un día de tantos a Sandino, en reclamo: -¿Y a usted, quién lo hizo General? -Mis hombres, señor – respondería él humilde pero firmemente.

Así reafirmó Sandino que él nunca fue un vende patria, e inició el camino que ha llevado a Nicaragua a vivir hoy Nuevos Tiempos.

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