“Los grandes dirán que soy muy pequeño para la obra que tengo emprendida; pero mi insignificancia está sobrepujada por la altivez de mi corazón de patriota, y así juro ante la Patria y ante la historia que mi espada defenderá, el decoro nacional y que será redención para los oprimidos”.
General Sandino, Manifiesto político
Mineral de San Albino, Nueva Segovia, 1 de julio de 1927
El hijo más ilustre de Nicaragua, Augusto Nicolás Calderón Sandino, nació el 18 de mayo de 1895 en el pequeño pueblo Villa Victoria, hoy llamado Niquinohomo, en el departamento de Masaya.
Su padre don Gregorio Sandino López, un mediano propietario, de cuya relación con una humilde campesina de nombre Margarita Calderón Ruiz, que recogía café en su propiedad, resultaría este muchacho que forjó su carácter revolucionario desde bien pequeño, en medio de las privaciones y miserias que vivía la República en esa época.
Augusto, vástago ilegítimo, debió sufrir las humillaciones de su condición, en la obligación de trabajar duro en distintos menesteres para retribuir su propio sustento y comiendo con su madre en la cocina cuando la familia Sandino se reunía.
“Abrí los ojos en la miseria y fui creciendo en la miseria, aun sin los menesteres más esenciales para un niño; y mientras mi madre cortaba café, yo quedaba abandonado. Desde que pude andar lo hice bajo los cafetales, ayudando a mi madre a llenar la cesta para ganar unos centavos. Mal vestido y peor alimentado fui creciendo, o quizás fue por eso que no crecí. Cuando no era el café era el trigo o el maíz lo que nos mandaban a recolectar, con sueldos tan mínimos y tareas tan duras que la existencia era un dolor”, así recordó Sandino su infancia.
Tuvo tres hermanos de padre, dos hembras y un varón llamado Sócrates, que se incorporaría después al ejército de liberación de quien se convertiría en el General de Hombres y Mujeres Libres.
Antes de pasar a vivir a casa de su padre, cuando Sandino tenía nueve años, Margarita Calderón fue tomada prisionera debido al sistema feudal vigente en Centroamérica a lo largo del siglo XX en que los campesinos podían obtener de sus empleadores adelantos por cuenta de su trabajo futuro, y redimir aquella deuda con las horas de labor que el patrono fijaba; al no poder cumplir, por causa de enfermedad, por ejemplo, iban a la cárcel.
El General, en declaraciones al periodista José Román, recordó aquella etapa de su vida cuando debió asistir a su madre en la cárcel, con la cual lo habían encerrado por no haber pagado ella un adelanto de dinero que patrones cafetaleros le habían dado para que eternamente, siempre debiendo, sirviera en sus fincas.
“El disgusto y el maltrato brutal produjeron a mi madre un aborto que le ocasionó una copiosa hemorragia, casi mortal. Y a mí solo me tocó asistirla ¡íngrimo!, en aquella fría prisión antihigiénica del pueblo (…) los lamentos y el estado mortal de mi madre rebasaron mi indignación y aunque era un niño de nueve años, ya dormida mi madre, insomne me acosté a su lado en aquel suelo sanguinoliento y pensé en mil atrocidades y venganzas feroces”, expresó Sandino.
Su nieto Walter Castillo Sandino manifestó en una ocasión: “La infancia de mi abuelo fue muy triste, muy difícil. Fue un hijo bastardo y sufrió mucho. Tuvo que ayudar a su madre en el sostenimiento de sus hermanos cargando enormes canastos de café y tuvo sus primeros zapatos a los siete años. A los nueve enfrentó la dureza de la vida cuando fue enviado a la cárcel junto con su madre y allí ocurrió un episodio que, para nosotros, marcó muchísimo su carácter y su temple de acero: tuvo que salvarle la vida a su madre cuando, embarazada, debido a los malos tratos, la auxilió introduciendo sus manitas dentro del vientre materno para extraer a un hermanito muerto”.
Ya adolescente, trabajó como pequeño productor, obrero golondrina, comerciante, obrero mecánico y cooperativista; y a los 17 años sufrió y presenció la primera intervención estadounidense en suelo patrio, con todos los horrores que aquello trajo.
Fue ante el cadáver del General Benjamín Zeledón, asesinado por los intervencionistas, cuando Augusto C. Sandino encendió su llama independentista que abriría caminos de victoria para Nicaragua.
Sobre aquel suceso, recordó años después: “era yo un muchacho de 17 años y presencié el destace de nicaragüenses en Masaya y otros lugares de la República, por las fuerzas filibusteras norteamericanas. Personalmente miré el cadáver de Benjamín Zeledón, quien fue sepultado en Catarina, pueblo vecino al mío. La muerte de Zeledón me dio la clave de nuestra situación nacional frente al filibusterismo norteamericano; por esa razón, la guerra en que hemos estado empeñados, la consideramos una continuación de aquella.”
Hoy no se puede hablar de Nicaragua sin Sandino, no se puede hablar de Patria sin recordar al General de Hombres y Mujeres Libres. Como afirmó la compañera Rosario Murillo, Coordinadora del Consejo de Comunicación y Ciudadanía, su sombrero recorre nuestro país en acciones de restitución de derechos, avanza en el campo en la producción, en el trabajo digno de miles de nicaragüenses, en la fe en nosotros mismos, en Dios nuestro Señor, en el Cristianismo, el Socialismo, la Solidaridad.
“Desde esos valores avanzando para crear la mujer, el hombre nuevo, el joven que se dispone a servirle a la Patria y a realizarse en el servicio, el aprendizaje, el estudio y todas las disciplinas en las que escoge desarrollar una profesión, una misión”, expresó Rosario el 17 de mayo de 2013, previo a la conmemoración del aniversario 118 del natalicio del hijo más ilustre de Nicaragua, un gigante desde niño.