El ascenso a un nuevo volcán en Nicaragua visto en 1875 desde Europa nórdica

La prodigiosidad de los volcanes de Nicaragua ha cautivado desde antaño a los viajeros de los más distantes confines de la tierra, incluyendo los provenientes del norte de Europa. Es sabido que varios exploradores extranjeros visitaron nuestro país durante el siglo XIX y en fechas anteriores. Entre los occidentales, además de los cronistas españoles, sobresalen naturistas alemanes, británicos, norteamericanos.

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Entre otras giras, destacan los recorridos del fraile inglés Thomas Gage, en el siglo XVII, quien en su travesía por Nicaragua describió “un volcán de fuego”, probablemente refiriéndose al Masaya.

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Años más tarde, el austríaco Emanuel Ritter von Friedrichsthal, mejor conocido como “Chevalier Friedrichsthal”, escaló en 1837 los volcanes Maderas y Concepción.

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Pero también los naturistas de Europa nórdica han sucumbido a los encantos de la naturaleza nicaragüense. La obra del científico sueco Carl Bovallius “Viaje por Centroamérica, 1881-1883” es una muestra clásica. Otro ejemplo es el del botánico danés Anders Sandøe Ørsted, quien realizó una expedición a nuestro país en la primera mitad del siglo XIX (entre 1846 y 1848).

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Sandøe Ørsted visitó el Mombacho en diciembre de 1847, donde recogió muestras de plantas endémicas. Además, el científico escandinavo recolectó un sinnúmero de especímenes en el territorio nacional, especialmente en Las Segovias. Francis W. Pennell, botánico norteamericano, consideró al danés como “el más importante botanista de América Central”.

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No es extraño entonces encontrarse con una larga lista de osados exploradores del siglo XIX atraídos por nuestro país, cuyas andanzas y contribuciones son conocidas de una forma u otra. Lo que quizás resulta poco frecuente es hallarse en una tienda de libros antiguos con una revista carcomida por el tiempo, conteniendo una crónica sobre Nicaragua, publicada en 1875 en lengua sueca, en la que se olvidó, involuntariamente o a propósito, incluir el nombre del autor. Esto le sucedió a Ricardo Alvarado, embajador de Nicaragua en Finlandia.

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“Uppftigning på en un vulkan i Nicaragua” (Ascendiendo a un volcán en Nicaragua) es el título del mencionado artículo, de 4 páginas, caracterizado por una caligrafía de muy difícil lectura, a lo que se agregan las peculiaridades del idioma sueco de ese entonces.

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El escrito es parte de la revista Land och Folk (Países y gentes), aparecida en junio de 1875 en Estocolmo. La obra, de 64 páginas, contiene trabajos del francés Paul Belloni du Chaillu (sobre África), el sueco Herman Hofberg (sobre la provincia de Halland, Suecia), el alemán M. Willkomm (sobre España), el austríaco Reinhold Werner (sobre Japón), un narrador de apellido Steinfardt (sobre la vida animal en el desierto) y el artículo sobre Nicaragua, sin autor.

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Es conocido que el diplomático norteamericano Ephraim George Squier (Encargado de Negocios de EE.UU. para América Central, 1849) presenció el nacimiento del volcán Cerro Negro, acaecido –de acuerdo con la bibliografía especializada- en 1850. Según los escritos de Squier, el diplomático estadounidense fue testigo del surgimiento del volcán en abril de ese año.

El artículo publicado en Land och Folk pareciera también referirse al Cerro Negro, con la notoria salvedad de que menciona un par de veces el año de 1859 (no 1850), describe la experiencia con el acenso a un nuevo volcán y da la impresión que la persona que vivió el acontecimiento es de origen europeo. Ahora bien, si no lo fuera, por ningún lado señala que haya sido norteamericano, lo que tal vez (si el autor fuera Squier) podría deberse a las visiones políticas del último cuarto del siglo XIX, distinguido por competencias y rivalidades entre las potencias de ese período (seis en Europa, una en el continente americano).

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Se le agradece a Aila Blomster la colaboración con la traducción del relato publicado en Estocolmo en 1875, del que destacan las siguientes partes: “Para un viajero europeo que llega a la Costa Atlántica de América Central, no puede evitarse el sentirse traicionado por tantas cosas de las que se había tenido otra idea. La calidad de la tierra y toda la apariencia es diferente geológicamente a lo que uno está acostumbrado a ver en su país de origen”. “El 11 de abril de 1859 los habitantes de la ciudad de León escucharon unos retumbos que parecían proceder del Momotombo”. “El 13 de abril se abrió un cráter cerca del extinto volcán Las Pilas”. “El 22 de abril, temprano por la mañana, fui con un amigo a mirar de cerca la montaña que vomitaba fuego”. “Escalamos el volcán, pasando sobre la lava, hasta la cumbre, desde donde podíamos ver el cráter. Este nos parecía como un enorme caldero”. “La cima tiene unos 200 pies de altura y el diámetro de la base es de unos de 800 pies”. “La ceremonia del bautizo del volcán, de la que esperábamos ser testigos, se pospuso indefinidamente”. “El bautizo de un volcán es una tradición antigua en América Central. El Momotombo es la única cumbre a la que no se logró administrar este sacramento”. “Desde mi partida de América Central, solamente he escuchado hablar de una erupción del joven volcán, la que ocurrió después de una fuerte lluvia”.

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Muchos puntos de la crónica escrita en sueco por el autor anónimo coinciden con lo narrado por Squier en su reseña sobre el nacimiento del volcán Cerro Negro (Nicaragua, its people, scenery, monuments, and the proposed interoceanic canal, New York, 1852). Sin embargo, hay algunas cosas que tiene más sentido dudar que no hacerlo. Squeir fue un diplomático originario de Nueva York. El artículo de 1875 pareciera referirse a la vivencia de un europeo. Squeir fue testigo del nacimiento del Cerro Negro en abril de 1850. El artículo en sueco señala (un par de veces) el año de 1859. En lo que respecto al bautizo del nuevo volcán, Squeir deseaba –según escribió- ser el padrino del “volcán de los norteamericanos”.

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Podría entonces inferirse que quizás algún escritor sueco o finlandés suecoparlante (5.3% de la población en Finlandia) tuvo acceso al testimonio de Squier y lo adaptó para sus lectores, sin firmar y sin citar al estadounidense; o bien, tal vez el autor anónimo que nos ocupa visitó Nicaragua en 1859 y enriqueció su reportaje con lo narrado por Squier; o simplemente se refería a otro volcán, lo que el artículo de 1875 no permite aclarar. Vale mencionar que, según los anales de geografía, el Momotombo estuvo activo en 1858 y el Masaya en 1859.

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Cualquiera sea el caso, no cabe duda de que los volcanes de Nicaragua han fascinado en todas las épocas a los viajeros y científicos de todo el mundo. También a los poetas. Como se recordará, el Momotombo inspiró a Rubén Darío, al francés Victor Hugo (Les Raisons du Momotombo) y a otros grandes bardos.

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En los tiempos modernos el interés por nuestros colosos continúa. Ricardo Alvarado se reunió recientemente con ejecutivos del Centro de Estudios e Investigación Geológica de Finlandia (GTK), para analizar las posibilidades de colaboración entre nuestros países en el área geológica. GTK ha realizado estudios geotérmicos en Nicaragua. En este sentido, los funcionarios acordaron continuar trabajando para ampliar los vínculos entre instituciones científicas nicaragüenses y finlandesas.

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Ciertamente la esplendorosa majestuosidad de la naturaleza nicaragüense ha atraído cada vez más la admiración del mundo, y sus volcanes celestiales, como diamantes roncos y sonoros, embelesan las mentes y ennoblecen los corazones.

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