El diálogo político constituye una herramienta de gran importancia para disipar la tensión política que afecta la gobernabilidad de un país. En los tiempos post-fractura de la estabilidad de un país, mucho ayudan instituciones en las que forjar las grandes políticas de Estado como el Acuerdo Nacional, lo mismo que Comisiones de la Verdad, cuando la violencia ha tomado víctimas durante el quiebre democrático y dejado heridas abiertas.
No fueron pocas las veces en que tuvimos que acudir al diálogo, en el ánimo de superar algún episodio de crispación política, legitimar alguna acción de gobierno, o sencillamente lograr un clima adecuado para navegar las tormentosas aguas de la anarquía.
Un Acuerdo Nacional a través del diálogo responsable y patriótico debe ser una carta de navegación mínima que garantice la paz por la vía de compromisos serios y responsables que conduzcan a preservar los altos valores de la democracia, pero con justicia y libertad para todos.
La crisis impone entre los dialogantes, una vez establecida la metodología y la estructura, agendar por la vía del consenso todos los temas, pero priorizando los que más nos acercan, pienso yo, como una mecánica de distención entre las partes como por ejemplo el cese de toda hostilidad venga de donde venga; regreso inmediato a la normalidad para no afectar más la economía ni a los centros escolares ni a la universidades; acuartelamiento policial sin descuidar la seguridad ciudadana; detente inmediato a la quema de bienes públicos y privados; liberación de tranques a nivel nacional y cero represión y agresión de las autoridades contra los estudiantes ni de los estudiantes o de las personas que los apoyan contra otros ciudadanos que no piensan igual que ellos.
Contrario a lo que muchos pueden pensar este diálogo, que espero inicie lo más rápidamente posible, no será un enfrentamiento atroz con el propósito de no alcanzar acuerdos. Por el contrario los participantes, independientemente de sus pensamientos, al final no son enemigos, cada quien se conoce, son gentes preparadas política, empresarial y socialmente hablando y aunque en la instalación del diálogo pueda haber algún tipo de tensión, natural dada la coyuntura, en las mesas la cosa será diferente, porque cada uno de sus actores, independientemente de lo que representen, saben porque decidieron sentarse y eso no es otra cosa que el gran sufrimiento y dolor que padece el país y todos sus ciudadanos, absolutamente todos sus ciudadanos.
Los dialogantes por el bien de Nicaragua deben imponerse un piso para la gobernabilidad a fin de que el país siga su curso y superar las discusiones domésticas que frenen la rapidez con que se tiene que trabajar dado que a los 30 días de haber iniciado las negociaciones la Conferencia Episcopal de Nicaragua realizará un alto para hacer una evaluación y determinara, ante la opinión pública sobre lo que se hizo bien o mal o sobre si no se hizo nada y quien o quienes en tal caso fueron los muros contra los avances.
Le pido a Dios, inmensamente misericordioso, que ilumine las mentes de quienes participarán en tan trascendental cita con la historia porque lo que se va a escribir a partir de éste diálogo será determinante para Nicaragua y si efectivamente la amamos los concurrentes deben tener la mente y el corazón abierto para ser pacificadores y demostrar a través de los mecanismos de la civilización que podemos tener profundas diferencias pero que ya crecimos, que ya maduramos y que somos capaces de aprender de lo que antes hemos vivido y de lo que, con aciertos y errores, nos ha permitido llegar hasta donde estamos, ahora interrumpidos abruptamente por una violencia que nos desangra y nos sumerge en la más profunda de las angustias.
Levantemos todos nuestros manos y pidamos a Jesús de Nazaret unción de paz, de serenidad, de decencia y patriotismo para todos y cada uno de los que vayan a participar en éste Diálogo Nacional que tanto necesitamos y del cual esperamos surja una visión de nación compartida donde todos seamos constructores de una sola Nicaragua.