El fin de semana estuvo marcado por el trágico fallecimiento del torero vasco Iván Fandiño tras recibir una cornada fatal en Francia.
Sin embargo, lo que no todo el mundo sabe son las reglas de la tauromaquia; uno de sus ritos estipula que tras la muerte de un matador durante una corrida, el ganadero responsable del astado debe sacrificar a la madre del animal y toda su familia o reata, tal como se llama en el argot taurino.
Este hecho supone una gran pérdida económica para el ganadero, ya que los toros de lidia se obtienen tras una selección minuciosa. Deshacerse de toda la familia significa no poder vender los astados para ser toreados, así como el desprestigio hacia su casta, algo muy negativo en el supersticioso mundo taurino.
La última vez que se cumplió en España con esta tradición fue, precisamente, con la muerte de Víctor Barrios. La familia de Lorenzo, el astado que causó la muerte del torero, fue sacrificada aunque se da la casualidad de que la vaca madre (de nombre Lorenza) ya había sido ajusticiada días antes por cuestiones de edad.
Sin embargo, en el caso de Fandiño existe una particularidad. El toro Provechito no era de los que le había tocado en suerte al diestro fallecido, sino a Juan del Álamo. De hecho, la tragedia sucedió durante el tercio de quites, en el que Fandiño citó por chicuelinas al astado de Del Álamo.
De ahí que el ganadero, por el momento, no se haya pronunciado sobre el futuro de la vaca madre, bien porque no cumple la letra de la tradición, bien por prudencia.