Nathaniel Hallman murió el 17 de abril, cuando la ciudad de Nueva York no daba abasto para enterrar a sus muertos. La única compañía que aceptó su cuerpo lo dejó en un camión de mudanzas junto a otros 60. Tras un escándalo en los medios, la situación llegó a una demanda judicial
A finales de abril de 2020 la ciudad de Nueva York, epicentro de la crisis del COVID-19, acumulaba toda clase de problemas: la saturación de los hospitales, la falta de respiradores, la economía detenida, el desempleo masivo, la incertidumbre sobre la curva de contagios del coronavirus y también la imposibilidad de enterrar a todos los muertos por la pandemia. Una llamada anónima al 911 alertó a la policía sobre la presencia de decenas de cadáveres en camiones de mudanza, sin refrigerar, en el barrio de Brooklyn.
El comisionado de Salud del estado, Howard Zucker, tomó el caso: se trataba de cuerpos que habían sido confiados para sus exequias a la funeraria Andrew T. Cleckley, que iba a ser investigada (y que fue cerrada semanas más tarde). Nunca antes esa empresa había recibido una queja de sus clientes; nunca antes la ciudad de Nueva York había acumulado por una enfermedad, como fue el caso hacia el día 30, 12.287 muertes confirmadas por SARS-CoV-2 más otras 5.302 probables.
Una de las personas que yacía almacenada en esos camiones de mudanzas, Nathaniel Hallman, había muerto el 17 de abril, a los 72 años.
Su familia buscaba el cuerpo para enterrarlo. “El descubrimiento fue solo uno de los momentos espantosos en el esfuerzo de cinco semanas por lograr que Nathaniel pudiera descansar”, siguió The Wall Street Journal (WSJ) su caso, que llegó hasta los tribunales.