La ilusión de hallar supervivientes se esfuma en Mocoa

Los equipos de rescate de Mocoa (Colombia), donde una avalancha ha causado casi 300 muertos y unos 150 desaparecidos, saben que después de 72 horas es casi imposible encontrar supervivientes. Ese plazo se cumple hoy.

«Tras 72 horas se considera que el ciclo para hallar personas vivas se ha cerrado y la probabilidad de hallazgo se reduce a cero. A partir de ese momento se inicia el trabajo con maquinaria pesada con el fin de hallar personas (sin vida) que pueden estar bajo los escombros», explica a Efe el capitán de Bomberos Arbey Ramírez.

La realidad es tozuda y los equipos de rescate que acuden a apoyar en cualquier catástrofe lo saben, pero para ellos no es excusa y continúan trabajando en busca de un milagro o para darle a los familiares el consuelo de encontrar un cadáver al que velar.

Queda entonces un duro trabajo por delante, el de levantar las toneladas de lodo, piedras y troncos que arrasaron una buena parte de Mocoa y bajo los que se encuentra un número todavía indefinido de desaparecidos.

Pese a la obligada prudencia ante las cifras, el capitán Ramírez estima que el número de desaparecidos puede rondar los 150 además de los casi 300 fallecidos ya confirmados.

El punto en el que el trabajo será más complejo para ellos es el barrio de San Miguel, una populosa zona hacia la que creció la ciudad acercándose peligrosamente a los ríos Sangoyaco y Mulatos, que desembocan en el Mocoa, que da nombre a la localidad.

La avalancha que comenzó al filo de la medianoche del viernes debido a las torrenciales lluvias, dejó un reguero de destrucción sembrado de rocas gigantes y lodo bajo el que se presupone que quedaron enterradas numerosas personas.

«La probabilidad de sobrevivir en este tipo de fenómenos es muy baja porque el deslave causa poca posibilidades», agrega el capitán Ramírez.

Pese a esa realidad, el médico y miembro voluntario del equipo de rescate Rafael Suárez prefiere mantener la esperanza.

«Si me pregunta como médico, en mi cabeza está la posibilidad de vida de quienes hayan resultado afectados. Sin embargo, cuesta decirlo pero disminuye cada vez más la expectativa», afirma el doctor Suárez.

Él, como muchos bomberos y miembros de Defensa Civil, acudió como voluntario a Mocoa y se convirtió en un ejemplo de solidaridad que acepta con humildad.

«Es muy difícil, los que sobrevivimos fuimos escogidos, escogiditos quedamos vivos», comenta Liliana Ordóñez, que vivía en San Miguel, que perdió a una cuñada y que tiene a muchos amigos desaparecidos.

Ella camina por las calles de lo que hasta el pasado viernes era su barrio, un área reducida a ruinas de la que asoma el quicio de una puerta de garaje que quedó en pie, esqueletos de casas y edificios que resistieron la fuerza de las aguas.

Pasear por lo que un día fueron calles permite concebir la ruleta en que se convirtió la supervivencia para quienes intentaban huir del apocalipsis en medio de la oscuridad de la noche.

Frente a un vehículo todoterreno volcado y hundido en el lodo en el que murió enterrado su conductor se ve una camioneta en la que sus dueños podrían haber aguantado el temporal.

A un lado, una casa baja aguantó mientras que el predio cercano que, en las fotos que muestran los vecinos, se erigía robusto, fue arrastrado por las aguas.

Las decisiones que tomaron los vecinos en ese momento, huir o quedarse, tomar un vehículo o hacerlo a pie, refugiarse en una esquina o subir al tercer piso les hicieron perecer o salvarse en esa ruleta funesta que ahora recuerdan y que se les quedará grabada para el resto de sus vidas.

Por esas calles enlodadas que todavía esconden trampas en forma de huecos enlodados o clavos y cables, camina Luz Andrea Cedeño, quien acaba de llegar de un municipio cercano en busca de la familia completa de una amiga.

Tal y como hacen otros supervivientes repite los nombres de quienes busca por si alguien conoce su paradero: Magdalena Galíndez, Margoth Loaiza, Arcadio Galíndez, Solanyi Núñez y Ruth Galíndez, enumera a Efe con la ilusión de ser escuchada.

«Tenemos la esperanza de encontrarlos con vida, pero mientras más horas pasan más desespero y zozobra», asegura.

Apenas una cuadra más abajo la tragedia sonríe sarcástica: ha dejado en pie el local de billares y centro de parrandas del barrio. Su dueño ha conseguido un motor a gasolina y la música retumba entre la desolación.

La cerveza se está echando a perder y ha decidido regalarla a quien se acerque a compartir un rato con él.

Ahora, las letras románticas del fallecido cantante de vallenatos Diomedes Díaz cobran otro sentido y su canción que dice «la herida que siempre llevo en el alma no cicatriza» resuena en todo San Miguel.

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