La Oficina de Responsabilidad Gubernamental (GAO) del Congreso de Estados Unidos reveló una verdad incómoda. Hoy en día, varias islas ubicadas en el Pacífico, continúan sufriendo las consecuencias de los ensayos nucleares, convirtiéndose en tierras que la vida ya no puede existir.
Desde las Islas Marshall hasta confines como Groenlandia y España, la huella radiactiva de Estados Unidos se extiende, marcando no solo el medio ambiente sino también la historia de relaciones internacionales en la era de la Guerra Fría.
Las Islas Marshall, en particular, enfrentan un legado de contaminación y lluvia radiactiva que mantiene a varios de sus atolones coralinos más allá del alcance de la habitabilidad humana, reveló el GAO este 31 de enero.
Mientras tanto, en Groenlandia, las secuelas de un pequeño reactor nuclear que una vez alimentó la base estadounidense de Camp Century permanecen ocultas bajo capas de hielo, un recordatorio gélido de la era atómica.
En tierras más al sur, en España, la memoria de una colisión aérea sobre Palomares y las bombas nucleares que cayeron cerca de esta localidad de Almería, sigue tan viva como el día del accidente en enero de 1966.
Aunque no hubo una detonación, el despliegue de plutonio en la zona creó un legado de contaminación que España ha instado a Estados Unidos a remediar desde entonces.
La sombra de las pruebas nucleares y accidentes subsiguientes continúa proyectándose sobre estas regiones, un eco persistente de decisiones tomadas en un mundo dividido por la tensión política y el miedo a un conflicto global.
Este informe no solo sirve como un recordatorio de los errores del pasado sino también como una llamada a la acción para el futuro. La necesidad de responsabilidad, reparación y, sobre todo, la prevención de tales catástrofes ambientales y humanitarias no puede ser subestimada.