El caso de un hombre que pasó siete años en la cárcel por haber matado y quemado a su esposa, algo que nunca sucedió porque la mujer está viva, muestra una vez más la debilidad de la justicia afgana, la institución percibida como más corrupta en uno de los países más corruptos del mundo.
Abdul Qader, de 53 años, fue arrestado a principios de 2009 por quemar y matar a su esposa, Najiba, en el salón de belleza que esta regentaba en la provincia occidental de Herat.
La Policía había encontrado el cuerpo calcinado e irreconocible de una mujer que la familia de la esposa enterró como si fuera el de Najiba, cuyo padre denunció que su hija había sido asesinada por el marido y lo entregó a la Policía.
«Cuando llegué a ver qué había pasado con mi mujer, su familia me atacó, me golpeó y me entregó a la Policía, no me dejaron decir ni una sola palabra», dijo a Efe Qader, que salió de prisión en abril.
El hombre, vendedor ambulante, pasó por tres instancias judiciales antes de ser sentenciado a 16 años de cárcel.
«Me trataron como un animal en los juzgados, nadie oía mis palabras, lo repetí en los tres tribunales: soy inocente, pero nadie creyó en mí y me mandaron a prisión», dijo.
Tras siete años en la cárcel, Qader fue liberado, regresó a casa con sus hijos y hace seis días recibió la llamada de una mujer no identificada para que se encontraran en un parque cercano.
«Cuando llegué al parque vi que la mujer no era otra que mi esposa, Najiba. Me desmayé», dijo.
Cuando volvió en sí, Najiba le explicó que el día del crimen fue secuestrada por su padre y hermanos y enviada a Irán, donde vivió durante los últimos siete años, amenazada por su familia, que le dijo que habían matado a una mujer y que si regresaba la encerrarían en la cárcel.